La clave está en las palabras

Delia García

El 2020 nos ha robado mucho, pero también nos ha permitido un tiempo para la reflexión. Este maldito virus nos ha obligado a parar en seco lo que pensábamos que era una economía sana y así dibujar sabiamente cómo queremos seguir viviendo, aunque lo único de lo que tenemos certeza hoy es que tendremos que convivir con la incertidumbre.

Nunca entendí por qué el sistema educativo nos divide en ciencias o letras. Tal vez porque nos gusta lo binario (blanco o negro, sano o enfermo, izquierdas o derechas…), nos facilita la visión del mundo, aunque hoy sabemos que la realidad es mucho más compleja. El conocimiento de la historia nos ayuda a plantear los escenarios actuales y futuros desde un punto de vista científico; recientes estudios establecen una clara conexión entre salud y música, disciplina que no existiría sin las matemáticas y la física de las ondas; y por supuesto una comunicación rigurosa y transparente nos permite un mejor entendimiento de cualquier asunto complejo.

¿Y si la clave estuviera en las palabras y en aplicar su significado con rigor?

Eficiencia vs. Eficacia

Hemos escuchado el uso de estos dos términos indistintamente, pero no son intercambiables. Según la Real Academia de la Lengua Española, eficacia se refiere a la «capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera», mientras que eficiencia es definida como la «capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado». Hablamos de una metodología o un sistema eficaz cuando consigue cumplir con un objetivo en el tiempo señalado; en cambio, será eficiente si alcanza la meta empleando los mínimos recursos posibles.

En estos términos, nuestro sistema económico y productivo podríamos decir que es eficaz, pero en ningún caso es eficiente, pues estamos introduciendo más inputs que outputs (permitiéndome el anglicismo), y las ineficiencias de este sistema las pagamos con impactos (denominados en ocasiones externalidades pero que está claro que no lo son tanto).

Nuestra casa común

¿Alguna vez os habíais planteado que las palabras economía y ecología provienen ambas de la misma raíz griega oikos -οἶκος- que significa casa? Interiorizar esto es un paso importantísimo, porque todos entendemos cómo funciona una casa. En estos más de 60 días de confinamiento, hemos vuelto a conectar con la importancia de una casa, un refugio, un lugar donde nuestros recursos nos permiten subsistir y también donde debemos mantener unas normas de convivencia para establecer un estado del bienestar, pues de lo contrario surgen los conflictos y en último término algún miembro de la casa preferiría estar fuera.

Ya el Papa Francisco publicó el 24 de mayo de 2015 la carta encíclica LAUDATO SI’ del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la Casa Común. En ella manifiesta su preocupación por el estado de los recursos naturales y nos insta a todas las personas a unirnos para cuidar de nuestra casa común: el planeta, la gran canica azul. No olvidemos otra palabra que empieza por la misma raíz, el ecosistema, que se refiere al hábitat y relaciones entre los seres vivos que lo forman.

Para cuidar de nuestra casa común debemos regirnos por tanto por normas básicas de convivencia y por un entendimiento lógico del carácter finito de los recursos naturales y por lo tanto de la economía de los mismos, así como del impacto de nuestra actividad sobre los ecosistemas. No en vano en las últimas décadas han surgido nuevos términos que pretenden acercarnos al verdadero significado de la palabra economía, como la bioeconomía de la Comisión Europea en 2012, la economía del bien común (en alemán Gemeinwohl-Ökonomie, promovido por el economista austríaco Christian Felber), la economía circular, que se utilizó por primera vez en la literatura occidental en 1980 (Pearce y Turner) para describir un sistema cerrado de las interacciones entre economía y medio ambiente, la economía de la rosquilla de Kate Raworth o la economía para la creación del valor compartido de Porter y Kramer.

Figura 1 – Diagrama explicativo de la Bioeconomía. Fuente: página web Junta de Andalucía.

Figura 2 – Dibujo de la economía rosquilla, donde la base son las necesidades básicas y el límite lo determinan los límites del ecosistema. Fuente: Economía rosquilla: 7 maneras de pensar la economía del siglo XXI

La realidad es que la palabra economía a secas debiera ser suficiente si nos atenemos al verdadero significado de la misma, del cual nos hemos alejado peligrosamente desde la revolución industrial.

Beneficio

Si hemos entendido el significado de economía, podemos aplicar el mismo principio a la palabra beneficio. En términos económicos, el beneficio es una ganancia que se obtiene de un negocio, inversión u otra actividad mercantil. Outputs – inputs = ganancia.

Si una empresa sólo utiliza dinero para producir, entonces el beneficio esperado será igualmente sólo dinero, pero si ha utilizado otros recursos (por ejemplo, recursos naturales), el beneficio debiera entenderse igualmente como una ganancia de recursos naturales además de los estrictamente financieros. Es decir, el dinero es el medio y un recurso más con el que obtener el beneficio, pero no el beneficio en sí mismo.

Bienestar

El bienestar puede concebirse, desde la ética, como uno de los fines a los que tiende la acción del ser humano y la política, y por ello se puede hablar del bienestar individual y bienestar colectivo o sociedad del bienestar. El bienestar se diferencia de la felicidad porque no es un momento puntual sino un estado prolongado de estar bien. En ese sentido, el bienestar no sólo implica la satisfacción de necesidades materiales básicas como la salud, la vivienda y la alimentación, sino también las opciones de desarrollo emocional que ofrecen la cultura, el arte, el deporte, la ciencia y el ocio.

Volviendo al símil de la casa, si sólo unos pocos miembros se sienten bien en una casa y otros no tienen los recursos necesarios para sobrevivir y mucho menos para la autorrealización, es inevitable que surja el conflicto e incluso la violencia. Casos como estos los vemos a diario en países donde la desigualdad se ha hecho extrema.

La verdadera sociedad del bienestar es la que establece un beneficio común y los elementos necesarios para alcanzarlo, empezando por los más básicos para conseguir una convivencia en armonía.

Sostenibilidad

El origen de la palabra sostenibilidad (en inglés, Sustainability) se remonta a hace escasos 33 años, en 1987 cuando aparece por primera vez en el famoso Informe Brundtland (también titulado Nuestro futuro común) elaborado por varios países para la ONU. Etimológicamente, proviene de la raíz latina sustinere, que significa sostener, mantener o sustentar (de ahí que algunos países latinos utilicen sustentabilidad). Si observamos la palabra inglesa tal y como fue creada, la traducción literal es habilidad para subsistir lo que nos acerca a otros términos de gran relevancia en la actualidad, como la resiliencia, que es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.

Hoy, más que nunca, podemos hablar de una nueva sostenibilidad o postsostenibilidad, mucho más impregnada de resiliencia e incluso optimismo ante una nueva etapa del ser humano. Será necesario entender la importancia de la solidaridad, la empatía y la conciencia social en esta necesaria reconstrucción económica que deberá ser sostenible, digital y justa.

Úrsula Van der Leyen parece que lo ha entendido muy bien, sabe que todos somos vecinos en el planeta, y en Europa hemos construido además un vecindario con recursos comunes y con unas normas de convivencia. En este entorno ecológico y económico debemos recuperar el significado real del beneficio y el bienestar y construir una nueva normalidad en una casa que volvamos a ver como un refugio y una fuente de estabilidad y progreso.

Sólo así recuperaremos la confianza.


Delia García, Socia de WAS

Fuentes para la elaboración de este artículo: RAE.es definiciona.com wiktionary.org y wikipedia.org

Del latín beneficium – 1 Bien que se recibe o se hace. 2 Provecho recibido. 3 Rentabilidad o ganancia.

La palabra bienestar es una palabra compuesta que se forma a partir del sustantivo bien, del latín «bene» y del verbo estar, del también latín «stare».

Economía – Préstamo (s. XVII) del latín oeconomia y este del griego oikonomía ‘dirección o administración de una casa’, derivado de oikonomós ‘administrador’, ‘intendente’, formado de oîkos ‘casa’ y nomós ‘reglas, leyes’, ‘administración’. Inicialmente se refería a la buena administración de la casa, posteriormente se generalizó a cualquier tipo de administración.

Ecología – Préstamo del alemán Ökologie, término acuñado en 1866 por el zoólogo y biólogo E. H. Haeckel (1834-1919), a partir de las palabras griegas oîkos ‘casa’ y lógos ‘tratado’, con el sentido de ‘estudio del lugar donde vive o se halla algo’.

La palabra ecosistema es un neologismo acuñado en 1935 por el botanista inglés, Arthur Tansley (1871-1955) usando las palabras griegas οἶκος (oikos = casa, hábitat) y σύστημα (systema = normas, procedimientos).

La palabra bienestar es una palabra compuesta que se forma a partir del sustantivo bien, del latín «bene» y del verbo estar, del también latín «stare».