Como gata por su casa

por Begoña Oro

Esto era una gata

en brazos de un niño,

dentro de una casa,

en una ciudad.

 

La gata era vieja,

el niño era nuevo;

nuevo en la casa…

y en la ciudad.

 

El niño era Nico;

la gata, Menina,

y la ciudad…

¿Podría ser tu ciudad?

¿Que qué pasó allí?

Ahora lo verás…Nico y su familia acababan de cambiar de casa. 

La iban organizando con mimo y con arte.

Normal que Menina no quisiera salir. 

Como en casa, en ninguna parte.

 

Nico tampoco salía de casa. Además, tampoco tenía nadie con quien jugar. Todo era nuevo para él: la casa, la calle, el cole, la ciudad… Todo, menos Menina.

Pero el lunes por la tarde, Menina desapareció.

—¡Menina no está! 

La buscó por todas partes.

La pena de no verla era insoportable.

—Eso es imposible —dijo mamá—. Menina siempre está.

¡Como en casa, en ninguna parte!

—¿Por qué iba a irse de casa una gata tan casera? —preguntó papá.

—No te preocupes, Nico. Papá la encontrará enseguida. ¡De algo tiene que servir ser tan alto!

Y salieron a buscarla.

Bajaron a la calle.

—¿Ves a Menina, papá? 

—Aún no, Nico.

La llamaron a gritos.

—¡Menina! ¡Menina!

Menina no vino, pero dos niñas se acercaron.

—¿Quién es Menina? —preguntó la mayor, bajándose de la bici.

—Es mi gata —dijo Nico.

—¿Qué es lo que le gusta? —preguntó la mayor, en busca de una pista.

—Estar en casa —respondió Nico con tristeza.

—¡Te ayudaremos a buscarla!

Y así llegaron Noa y Abril.

Noa, Abril, Nico y sus padres avanzaron por el parque.

El padre de Nico miraba a lo lejos.

—¿La ves, papá?

—Aún no, Nico.

Siguieron andando. Noa y Abril les iban enseñando el barrio. Mientras, Nico les contaba cosas de Menina.

En un banco, en el parque, había una mujer pintando.

—¡Es Lola! —gritó Noa, y luego explicó—: Es la abuela de un amigo mío.

Noa se acercó a saludar a Lola y miró qué pintaba. ¡Era el mismo sitio donde estaban! Podían reconocer los árboles, las casas, los bancos, las farolas…. Aunque había algo que estaba en el dibujo, pero ya no estaba ahí…

—¡Mira, Nico! ¡Creo que aquí está Menina!

Nico se acercó a mirar emocionado.

—¡Es Menina!

La había encontrado en el dibujo. Ahora ya solo faltaba encontrarla… en la realidad.

—¿Es tu gata? —preguntó Lola—. Pasó por aquí hace poco. ¡Voy con vosotros a buscarla! ¡Por allí!

Lola, Noa, Abril, Nico y sus padres avanzaron por el parque.

—Con tanta gente buscando, seguro que la encontramos —dijo la madre.

—¿Y si hacemos carteles? —propuso Nico—. Aún podrá ayudarnos más gente a buscar.

—¡Yo sé dónde! —exclamó Abril—. ¡En la papelería de al lado del cole!

Abril señaló hacia su colegio. 

—¡Mira, Nico! —exclamó su madre—. Es el mismo colegio donde vas a ir tú. No hemos encontrado a Menina, pero ya has encontrado dos compañeras.

—¡Tres! —dijo Noa. Y les presentó a otro compañero del cole, Izan, que justo estaba entrando en la papelería.

Hicieron carteles con el dibujo de Lola.

—Es mejor que cualquier foto —admitió el padre de Nico.

—¿Puedo acompañaros a buscar? —preguntó Izan.

—¡Claro!

Izan, Lola, Noa, Abril, Nico y sus padres siguieron buscando. Por el camino iban pegando carteles en las farolas.

—¡Ponlos más abajo! —pidió Nico a su padre—. Los niños no pueden verlo bien si los pones tan alto.

—Y los niños nos fijamos en más cosas —dijo Izan.

—¡Cosas que no se ven a simple vista! —reafirmó Noa.

Y era verdad.

De hecho, fue la pequeña Abril quien se fijó en unas huellas. Estaban marcadas sobre el barro, delante de la biblioteca.

—¿Pueden ser huellas de gato?

—¡Sí!

—¡Qué raro…! —observó Izan—. Aquí no suele haber barro… 

Corrieron a avisar dentro de la biblioteca.

—¡Gemma! —gritó Izan, que conocía a la bibliotecaria—. ¡Hay barro fuera! 

—¡Y puede que en la biblioteca haya gata encerrada! —advirtió Lola.

Gemma fue a averiguar por qué había barro mientras los demás buscaban a Menina por la biblioteca.

Las huellas de barro los condujeron hasta la zona Infantil.

—¡Menina estuvo aquí!

—Y se fue —dijo Nico con tristeza señalando otras huellas. 

Daban la vuelta y llevaban hasta la salida de la biblioteca.

—¡Las huellas van hacia la zapatería! —se fijó Izan.

—Hasta los gatos quieren zapatos —comentó Lola.

Pero, después de la zapatería, las huellas desaparecían. Ya solo había huellas de botas. Tendrían que asumir su derrota.

¿Dónde habría ido la gata Menina?

 

Se hacía de noche.

Las farolas empezaron a brillar como pequeños soles que se resistían a dormir.

Durante el día, habían acumulado los rayos de sol más trabajadores para así iluminar la noche.

Los carteles de búsqueda de Menina brillaban bajo su luz.

—Se hace tarde. Tendremos que volver a casa.

Nico se despidió de sus nuevos amigos.

—¡Hasta pronto!

Entró en casa triste. Sin Menina, ya no parecía casa. Solo un lugar más.

—¿Para qué querría salir Menina? —se volvió a preguntar—. ¿Por qué se fue de casa? Aquí tenía de todo: un lugar bonito, lámparas, libros, zapatos, gente que la quiere…

—Bueno, Nico —dijo mamá—. Piensa en todo lo que has encontrado fuera de casa. No es tan distinto:

un paisaje que pintar,

el sol en un farol,

una biblioteca,

gente que deja huella,

amigos con quien jugar…

¡Casi como en casa! Pero aún mejor, porque es tuyo… y de todos. Si la haces tuya, la ciudad también es casa. 

Quizá es eso lo que Menina salió a buscar: un hogar fuera del hogar.

Y, entonces, como para darle la razón, se oyó alto y claro:

—¡Miau!

—¡Menina! ¡Has vuelto!

Y así era. Menina, después de haberse paseado como gata por su casa, había vuelto. ¡Y también había hecho amigos! Desde el árbol, la saludaban y se despedían:

—¡Hasta mañana!

Y todo esto pasa y pasó en una ciudad,

donde todo el mundo andaba creando lazos,

dando pasos como gato por su casa.

Porque si tú la haces tuya,

la ciudad también es casa.

 

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Begoña Oro es escritora de literatura infantil