Como pez en el agua
por Rocio Bonilla
Tomás vivía con su padre en el tercero segunda. Le encantaban los cuentos de piratas, los juegos de construcción y los espaguetis con queso.
Rita era su nueva vecina. Vivía en el cuarto primera con su abuela y su gato Félix. A Rita le gustaba mucho leer, inventar cosas y practicar los trucos de magia que le enseñaba su abuela y que guardaba cuidadosamente en una gran caja azul.
Se conocieron un día en el ascensor. Rita iba con su abuela. El padre de Tomás se presentó y les dio la bienvenida. La abuela de Rita, que parecía simpática, los invitó a merendar en su casa.
Ya se sabe que, al principio, cuesta un poco hacerse amigo de alguien nuevo, pero la verdad es que a Tomás le gustó Rita desde el primer momento. Era divertida y amable y sonreía todo el rato. Le enseñó todos sus libros y hasta una espada láser que tenía luz y parecía de verdad.
La habitación de Rita era de lo más entretenido, ¡Tomás estaba maravillado! Había una gran estantería con un montón de cachivaches que la niña había inventado y que eran de lo más extraño. Tomás se fijó en uno de ellos.
—Lo llamo «regómetro» —explicó Rita—. Recoge agua de lluvia que después usamos para regar las plantas y así no gastamos el agua del grifo.
—Pero si el agua del grifo no se gasta…—se extrañó Tomás.
—¡Pues claro que sí, me lo ha dicho mi abuela! Y también me ha contado que hay gente en el mundo que no tiene ni un grifo de agua. Yo, cuando sea mayor —añadió—, usaré mis inventos para luchar contra el cambio climático. También seré maga, ¡como mi abuela! ¿Y tú, Tomás?
—Pues yo… aún no lo sé —murmuró el niño, tímidamente.
—¡Tengo una idea! Podríamos viajar por todo el mundo y salvar juntos el planeta, ¿qué te parece? —preguntó Rita con los ojos brillantes de entusiasmo. A Tomás no le dio tiempo a contestar, pues a lo lejos se oyó la voz de la abuela:
—Niños, ¡a merendar!
—¡Bieeen! —exclamó Rita, poniéndose en pie de un salto y dirigiéndose hacia la puerta—. Ven Tomás, vamos al baño a lavarnos las manos.
Tomás abrió el grifo, pero, para su sorpresa, no cayó ni una gota de agua.
—Rita, este grifo está estropeado.
—No está estropeado, ¡es que se ha acabado el agua! ¡Te lo dije! ¡Qué desastre! —se lamentó Rita. Y después de concentrarse unos segundos, afirmó muy segura:
—¡Debemos averiguar qué ha pasado! ¡Vamos, viajaremos por el desagüe! Tomás la miraba con cara de incredulidad.
—¿Cómo? ¿Que viajaremos por el desagüe…? Pero… ¡Si no cabemos!
—Pues claro que sí, ya verás… —contestó Rita, rebuscando dentro de su caja azul de magia.
—Ah, aquí estás… —susurró, abriendo un botecito de cristal.
Tomó lo que parecía un pellizco de purpurina y lo espolvoreó por encima de los dos. Tomás estaba perplejo. Empezaba a pensar que su nueva amiga se había vuelto loca, cuando oyó una vocecita.
—Tomáaaaas…
Allí estaba Rita, o lo que era lo mismo, un pequeño pececito rojo aleteando sobre el lavabo.
—Corre Tomás, no podremos respirar por mucho más tiempo, ¡debemos encontrar el agua!
Tomás estaba paralizado, no sabía qué hacer. Ya estaba a punto de salir corriendo a buscar a su padre cuando vio que la habitación se hacía más y más grande. Se miró las manos, pero ya no eran manos, sino diminutas aletas azules. Sin saber como, se encontró deslizándose tras de Rita desagüe abajo.
Enseguida vieron un punto de luz brillante, allí al fondo. ¡Parecía el final del desagüe! Cayeron en una especie de piscina donde, por fin, pudieron respirar.
—¡Agua! —exclamó Rita, inspirando con fuerza.
—¿Dónde estamos? —preguntó Tomás. A su alrededor había un montón de cosas blancas flotando.
—Estamos en la alcantarilla —contestó una voz amable—. Aquí es donde va a parar el agua usada que sale de nuestras casas. Todo eso blanco que flota son toallitas que la gente tira al wáter, como si fuera una papelera, sin pensar en lo perjudiciales que son…
—¡Hola, Soldadito de plomo! —saludó Rita—. ¿Tú sabes por qué no sale agua de nuestro grifo?
—Quizás porque muchas personas se han dejado el grifo abierto mientras se lavaban los dientes y el agua se habrá gastado, pero no estoy muy seguro —dijo, flotando sobre su barquito de papel—. Si seguís recto hasta el gran túnel, quizás el Ratón os pueda contestar.
Y eso hicieron: nadar, nadar y nadar hasta llegar a lo que parecía una gran boca oscura.
—¡Eeeh!, ¡¿qué está pasando?! —exclamaron los niños cuando el agua empezó a temblar. De repente, una fuerza misteriosa los absorbía hacia la oscuridad, sin que pudiesen hacer nada para evitarlo.
Como en una gran montaña rusa burbujeante, giraron y rodaron, rodaron y giraron a toda velocidad hasta caer en una bañera enorme.
—¡Qué mareo! —se quejó Rita—. ¿Dónde debemos estar?
—El tubo os ha traído hasta la depuradora. Aquí se limpia el agua para que pueda volver al río —dijo el Ratón desde el borde de la bañera.
—Ratón, ¿tú sabes por qué no sale agua de nuestro grifo?
—Pues no estoy muy seguro, pero quizás porque muchas personas han puesto en funcionamiento la lavadora sin estar llena y el agua se habrá gastado —Y añadió—. Venid, os enseñaré el camino para llegar al río.
—¡Qué bonito! —exclamó Tomás al llegar al río—. Agua clara, luz, plantas, ¡nadar a mi antojo!
—¡Pero no te encantes! —interrumpió Rita—. Debemos encontrar el camino a casa, los mayores se preocuparán si no volvemos.
—¡Es muy fácil! —interrumpió un cangrejito que asomaba entre las algas—. Si seguís un poco más, os encontrareis la entrada a la potabilizadora.
—¿Po-ta-bi-li-za-qué? —se extrañó Tomás.
—¡Potabilizadora! —repitió el cangrejito—. Es donde cuidan el agua para que vuelva al grifo y la podamos usar.
—¡El grifo! —exclamó Rita—. ¡Allí es donde debemos ir! Gracias, amiguito.
—¡Ah, por cierto! —les dijo el cangrejito mientras se alejaban—. Seguramente no sale agua de vuestro grifo porque muchas personas se habrán duchado durante más tiempo del necesario y el agua se habrá gastado. Pero estoy seguro de que, si todas esas personas se dieran cuenta y se duchasen rápido, volvería a haber agua —contestó el cangrejito sonriendo.
Los dos pececitos, contagiados del optimismo del pequeño cangrejo, nadaron rápidamente hasta llegar a la potabilizadora. Saltaron de depósito en depósito y encontraron por fin la tubería que les llevaría a casa. Aletearon con fuerza para subir por el tubo y… ¡pop, pop! Salieron disparados del grifo junto con un gran chorro de agua y fueron a parar al suelo. Por suerte, la caja azul de la magia estaba cerca y Rita pudo llegar al antídoto que los volvería a convertir en niños, justo a tiempo de evitar que Félix se los comiera, pues de todos es sabido que los gatos se relamen con el pescado.
—Vaya…, ¡menuda aventura! —proclamó Rita, con los ojos abiertos como naranjas.
—Rita —dijo Tomás, muy serio—. Bien pensado, ¿por qué no me enseñas como funciona ese «regómetro»?
En ese momento se abrió la puerta de la habitación.
—Qué, hijo…, ¿hora de irnos? —preguntó el padre de Tomás.
—Déjalo un ratito más —contestó la abuela de Rita. Y, guiñándole un ojo al niño, añadió: ¡está como pez en el agua!