Cinco semanas y un día
por Ana Punset
Hugo está nervioso. Busca la mirada de su compañera mientras el profesor enciende el proyector. Deben realizar su exposición delante de toda la clase. Llevan cinco semanas y un día preparándola, trabajando juntos en todos los detalles para que todo salga bien.
El profesor de sociales les da el visto bueno:
⎯¡Adelante chicos!
Le toca hablar a Hugo y no puede evitar recordar todas las cosas que han pasado desde que empezó todo…
Hace cinco semanas y un día Hugo jugaba su partida online con sus amigos, como solían hacer todas las tardes al acabar los deberes. Llevaban un buen rato, pero tenía que ganar, ser el último superviviente para poder comentarlo al día siguiente en clase.
De los que habían empezado la partida, solo quedaban dos, Dani y él. El Soldado Espacial y el Demonio Encapuchado.
¡JA! Ya casi lo tenía… Su sonrisa triunfal estaba asomando ya cuando, de pronto, algo le cegó.
⎯Noooooo.
Todo se hizo negro.
El maldito Soldado Espacial le había ganado. Hugo resopló y lanzó el mando contra la cama, enfadado. Había estado tan cerca… ¡Sus amigos hubieran flipado!
Ya caía la noche y se obligó a apagar la consola antes de que lo hiciera su madre. Cuando acabó de cenar cogió el móvil para ver qué había de nuevo en Youtube, quizá así se le pasaba el enfado. Hizo scroll sobre la pantalla táctil hasta que le entró sueño, entonces se puso el despertador y ahuecó la almohada. Mañana sería otro día, y en su mente planificó esa partida perfecta en la que por fin él sería el ganador.
Por la mañana el despertador sonó y sonó y sonó… Para cuando entró en clase, todo el mundo estaba ya sentado. El profesor de sociales le recordó que era ya el segundo retraso de la semana y que al tercero le ponía falta. Después le pidió que se hiciera con el único sitio que quedaba libre, al lado de… un momento, ¿quién era esa?
⎯Como has llegado tarde, Hugo, te has perdido las presentaciones ⎯le explicó el profe⎯. Ella es Isabela, y pasará este último trimestre con nosotros.
Hugo miró a la chica sentada a su lado sin poder ocultar su extrañeza. Isabela era un tanto… llamativa. Vestía con todos los colores del arcoíris, de sus orejas colgaban pendientes hechos con cristal de botella y su pelo rubio llevaba todas las puntas teñidas de violeta.
⎯Encantada, Hugo ⎯le dijo ella.
Él la saludó titubeante mientras sacaba sus cosas de la mochila. Después buscó a Dani con la mirada, sentado varias filas más atrás, y lo encontró cuchicheando con los demás entre risas. Seguro que estaban hablando de la dichosa partida…
⎯Como os estaba comentando, tenéis que hacer un proyecto por parejas y presentarlo en clase en la fecha que os indique. Debéis provocar un cambio en vuestro entorno que tenga incidencia social y desarrollarlo. Como por ejemplo, construir una casita para pájaros y superpoblar nuestro barrio, o hacer una encuesta para averiguar cómo se pueden mejorar nuestros parques infantiles. ¡Ah! Y las parejas se hacen según estáis sentados, así no habrá líos. Podéis empezar a planificarlo ya.
Hugo miró a Isabela, y cuando ella le devolvió la mirada, él la retiró rápido. Menuda suerte tenía… No la conocía de nada, ¿cómo iban a preparar juntos un proyecto? ¡Primero de la ESO no les daba tregua!
⎯¿De qué te gustaría hacerlo? ⎯le preguntó ella.
Hugo estaba incómodo. Relacionarse con lo desconocido no era lo suyo.
⎯Pues… no sé, ¿algún vídeo sobre algo?
⎯Uf, a mí es que las pantallas no me gustan. ⎯Isabela negó con un movimiento rápido de su cabeza⎯. Mejor pensemos otra cosa.
Aquello lo dejó bloqueado. Pues sí que empezaban bien…
Cada uno estuvo a lo suyo el resto de la clase: Isabela haciendo garabatos en una hoja de papel y él echando miradas a Dani, que parecía estar pasándoselo de maravilla con los demás.
Antes de marcharse, el profe anunció que en la siguiente clase debían presentar la idea de su proyecto.
⎯¿Quedamos después del colegio y seguimos dándole vueltas? ⎯le propuso Isabela, y él aceptó a regañadientes después de enviar un whatsapp a su madre para avisar de que llegaría tarde por hacer un trabajo.
Al final del día, Isabela le estaba esperando en la puerta.
⎯Tengo que ir a un sitio, así que si me acompañas podemos compartir lo que se nos ha ocurrido.
⎯¿A dónde tienes que ir? ⎯preguntó Hugo de mala gana. Él lo que quería era llegar a casa y empezar la partida de ese día con sus amigos en cuanto le dejaran.
⎯Está aquí al lado, ya verás. ¡Te va a encantar!
Hugo entornó los ojos sin disimulo. Pero a pesar del poco entusiasmo que demostraba, Isabela no tuvo problemas en cogerle del brazo y arrastrarlo por la calle. Enseguida llegaron al lugar del que le había hablado.
⎯¿Protectora Patitas Dulces? ⎯preguntó Hugo horrorizado.
⎯¡Eso es! Vengo algunas tardes a ayudarles. Podemos hablar del proyecto mientras hago las cosas. Y si te apetece, pues me echas una mano.
Isabela le parecía rara, sí, pero esto era ya el colmo. ¿Quién se pasaba las tardes cuidando de animales que no eran suyos? A Hugo no le dio tiempo a responder a su compañera porque varias personas se les acercaron para darles la bienvenida entre abrazos.
⎯Este es el banco de la calma ⎯le explicó Isabela⎯. Siéntate conmigo y te presentaré a todos.
Los dos tomaron asiento sobre unos tablones de madera y al instante comenzaron a salir chuchos, uno detrás de otro. Algunos se acercaban a oler a Hugo, pero la mayoría iban directos a Isabela para darle lametones, cariñosos, mientras ella los llamaba por su nombre y los saludaba.
⎯¡Camilo! ¡Quesito! ¡Bimba! ¡Pelusa! ¡Nutella!
A Hugo le llamó la atención uno que no le habían presentado porque estaba solo, al fondo, en una jaula. Se acercó para verlo mejor. Era blanco con manchas negras y el pelo revoltoso, pero se le veían las costillas de lo delgado que estaba.
⎯¿Por qué está este aquí solo?
⎯Se llama Fideo. Lo encontraron hace unos días y no quiere salir de esa jaula ni relacionarse con nadie ⎯le respondió Isabela.
⎯¿Por qué?
⎯Supongo que no han sido buenos con él y tiene mucho miedo. Cuando intentamos sacarlo de ahí se pone a temblar. Le estamos dando su tiempo para que se abra al mundo.
Hugo arrugó la boca. No le gustaba lo que le provocaba ver a ese animal solo, alejado de los otros, como si no mereciera la misma atención.
Mientras Isabela se dedicaba a jugar con los demás animales, Hugo decidió quedarse con Fideo.
⎯¿Por qué no quieres salir de ahí? Es un espacio pequeño y te estás perdiendo muchas cosas. Tus compañeros juegan con la pelota, pasean…
Fideo le miraba con la cabeza agachada y esos ojos tristes sin moverse, y Hugo tuvo la extraña sensación de que le estaba escuchando. Se le ocurrió algo: fue a pedirle algunas chuches para perros que le había visto a Isabela, y ella se las entregó sin hacerle preguntas.
Colocó las chuches fuera de la jaula, a unos pasos de la puerta, y se sentó.
⎯Yo de ti las probaría, huelen bien. Pero para eso tendrás que salir de esa jaula. Es normal que te dé miedo, si te han pasado cosas malas antes, pero aquí estás a salvo. ¿No lo ves? Esa gente parece buena.
Hugo siguió hablándole a Fideo durante un buen rato, tanto que se le pasó la tarde sin darse cuenta. Fue Isabela la que tuvo que avisarle de que era hora de marcharse. Se levantó sintiéndose un poco frustrado, porque no había logrado que Fideo diera ni un paso. Pero antes de despedirse se quitó el jersey que llevaba anudado a la cintura y se lo dejó al perrillo en la jaula, para que no tuviera frío esa noche. El pobre temblaba tanto…
⎯¿Vienes aquí muy a menudo? ⎯le preguntó a Isabela de camino a casa.
⎯Sí. Desde hace un par de años. Y ahora me pilla más cerca, porque me he venido a vivir con mi padre al barrio.
⎯¿Y tu madre?
⎯Mi madre vive donde vivía yo antes. Está muy liada con el trabajo.
Hugo descubrió que resultaba fácil estar con Isabela. Era como si pudiera decir o hacer cualquier cosa. Entonces cayó en la cuenta de que no habían hablado del proyecto de sociales.
⎯Bueno, mañana tengo que volver por aquí, si quieres… ⎯le dijo ella.
⎯Vale ⎯respondió sin darle vueltas.
Se había quedado con ganas de volver a ver a Fideo.
Esa tarde Hugo llegó a casa cansado y se saltó la partida online. Cuando al día siguiente sus amigos le preguntaron dónde se había metido, él les explicó una verdad a medias: que había estado ocupado preparando el proyecto. Sus amigos hicieron por reírse de Isabela, pero Hugo les cortó aclarándoles que no era nada malo ser diferente, y que solo debían darle una oportunidad para conocerla de verdad. Sus amigos le hicieron caso.
Al acabar las clases, regresó con Isabela a la protectora. En cuanto les vieron aparecer, uno de los voluntarios les recibió con una gran noticia:
⎯Fideo ha salido de la jaula por primera vez desde que llegó.
⎯¿Y eso? ⎯preguntó Isabela.
⎯Pues no sé si le gustaría el jersey de tu amigo, pero ha dormido acurrucado en él y esta mañana ha salido fuera un rato antes de volver a meterse dentro.
Hugo sintió una emoción que no había sentido nunca. El perrito había salido y quizá él había colaborado un poco. ¡Bien! Les contó que le había dejado unas chuches fuera de la jaula el día anterior.
⎯¿Os gustaría ayudarnos a ayudarle? ⎯les propuso el voluntario.
Isabela y Hugo no dudaron un segundo:
⎯Sí ⎯respondieron a la vez.
En cuanto el animal vio a Hugo, le buscó con la mirada triste antes de salir de la jaula. Hugo alargó la mano y Fideo… ¡le olió! Fue como si lo reconociera y le diera permiso. Con mucha calma, Hugo le acarició detrás de las orejas agachadas, justo donde tenía una manchita negra. Su pelo era tan cálido y suave… Fideo no se apartó, ni tembló, se sentó, tranquilo. Todos los voluntarios observaron la escena estupefactos. Aquella era la primera vez que Fideo permitía a alguien tocarle y Hugo no se había sentido tan afortunado en sus doce años de vida.
⎯Creo que ya tenemos nuestro proyecto de Sociales, ¿no te parece? ⎯le propuso Isabela con una sonrisa.
¡Sí! Acababan de encontrar ese cambio que querían provocar: que Fideo se abriera al mundo.
Esa misma tarde, Isabela y Hugo empezaron a trabajar con la ayuda de un adiestrador. Antes de marcharse a casa, Fideo ya se había atrevido a oler a otros animales sin asustarse. ¡Bien por Fideo!
Así continuaron trabajando con él hasta completar las cinco semanas y un día, que era el plazo que tenían hasta exponer su proyecto. En ese tiempo, lograron que Fideo se relacionara con unos pocos perros de la protectora, que permitiera a algunos humanos acercarse a él, que paseara con su correa larga por la calle y que no saliera huyendo cada vez que escuchaba el motor de un coche. Todavía faltaba trabajo por hacer, claro, pero Fideo se había abierto al mundo para empezar a disfrutar de él.
Hugo e Isabela terminan su exposición delante de toda la clase satisfechos con los aplausos. Pero les falta un último detalle: dar voz a la web que han creado para que todas las protectoras de la zona cuelguen casos como el de Fideo.
⎯Es importante compartirla para que llegue a todas partes ⎯expone Hugo en voz alta.
Cuando una tarde al salir de la protectora le propuso a Isabela esta parte del proyecto, le sorprendió descubrir que ella estuviera de acuerdo.
⎯No me gustan las pantallas cuando hacen perder el tiempo. En este caso, creo que pueden ayudarnos a mejorar un poco el mundo. Pero tendrás que enseñarme, porque yo de esto no tengo ni idea ⎯le confesó su amiga.
Sin darse cuenta, al tiempo que Fideo salía de su jaula, ellos habían salido también de las suyas, abriéndose a nuevas experiencias que les hacían más completos. Además, los dos habían cambiado su relación con la tecnología y las pantallas: Hugo, dándole un uso más allá del simple ocio, e Isabela, reconociendo su utilidad. Y para lograrlo solo habían necesitado cinco semanas y un día.