ENTREVISTAS

«El mayor poder, hoy, es la valentía de decir ‘no’»

«La lucha de la Humanidad contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido». Es la frase del escritor Milan Kundera que más repite la ecofeminista india, filósofa y doctora en Física Vandana Shiva, un referente mundial en activismo medioambiental y autora de numerosos libros. En el último, se pregunta ¿Quién alimenta realmente al mundo? y afila el lápiz por un ecologismo conectado con los saberes ancestrales que guarda la naturaleza. Durante esta conversación, también aboga por un capitalismo y una democracia de mejor calidad.

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Cristina Crespo Garay
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25
julio
2018

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Cristina Crespo Garay

Dehradun es, con probabilidad, la ciudad más inclinada del mundo. Parte de una llanura en las faldas del Himalaya, apenas a 300 metros sobre el nivel del mar, y se encarama a la colina del monte Tiuni, casi cuatro kilómetros más arriba, donde se desperdigan las últimas viviendas. En medicina, se llama simpaticotónicos a quienes, como algunos de sus habitantes, se exponen a cambios bruscos de presión atmosférica. Se les reconoce, entre otros síntomas, por su estado de alerta constante y su hiperactividad. Vandana Shiva nació en Dehradun hace 66 años, y no sería descabellado afirmar que pertenece a este «perfil bioclimático», como lo denomina la ciencia. Hija de una granjera y un guardabosques, su empatía con la naturaleza le vino de serie, pero no se quedó ahí. En 1976, saltó a Canadá y obtuvo el doctorado en Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Guelph, y, tres años más tarde, creó la Fundación para la Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica, vergel incontenible de proyectos e iniciativas: la difusión de la agricultura ecológica por medio del programa Navdanya, el estudio y mantenimiento de la biodiversidad con la creación de la Universidad de las Semillas, la regeneración del sentimiento democrático (Movimiento Democracia Viva) o el compromiso de las mujeres con el movimiento ecologista (Mujeres Diversas por la Diversidad). A esas alturas, Shiva ya se autodefinía, tajante, como ecofeminista.

«Tenemos una democracia falsa que permite ganar elecciones a Trump»

Su trayectoria la avala: ha escrito más de una docena de libros influyentes con títulos meridianos como Abrazar la vida: mujer, ecología y desarrollo, La praxis del ecofeminismo: biotecnología, consumo y reproducción o el último −recién publicado−, ¿Quién alimenta realmente al mundo?, y, entre sus muchos asesoramientos para organismos internacionales, destaca el reporte La mayoría de los agricultores en India son mujeres, para Naciones Unidas. También ha dado sapiencia a Gobiernos de India y el extranjero (entre ellos, el español, durante la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, y a organizaciones alejadas de los poderes públicos como International Forum on Globalization, Women’s Environment & Development Organization y Third World Network. La revista Time la definió en 2003 como «heroína ambiental de nuestro tiempo» y hoy preside la Comisión del Futuro de la Comida, asentada en Italia. Shiva se llama como el dios hindú de la destrucción, que tenía cuatro brazos. En el primer atributo, esta filósofa no coincide en absoluto; en el segundo, con creces. Da la impresión de que tuviera un sinfín de extremidades para hacer tantas cosas en una sola vida. El ecofeminismo es un concepto de finales de los setenta, nombrado por primera vez por la socióloga francesa D’Eaubonne, para referirse a la conexión ideológica que existe entre la explotación de la naturaleza y la de las mujeres, en un sistema dominado por hombres. Hoy, es una definición asimilada y extendida por todos los ámbitos del pensamiento. La conversación con Ethic comienza en este punto. «Las mujeres son las parteras de la agricultura. El capitalismo patriarcal y el colonialismo son hambre, malnutrición, depravación. Para que la gente tenga alimentos reales y para que los agricultores puedan cultivarlos de forma libre, el sistema tiene que cambiar. Y, si no cuidamos el planeta, perderemos el lugar donde cultivar los alimentos».

«Estamos llenando el planeta de tóxicos y plásticos, lo cual genera violencia»

Los puntos de vista de Shiva son siempre universales. Los problemas de nuestro tiempo no son solo los de los más desfavorecidos: «El ecofeminismo es ubicuo, porque significa lo mismo en Occidente que en el Tercer Mundo. Es fácil darse cuenta de que la naturaleza no está muerta ni es inerte, algo que, después de dos siglos de auge del carbón y el petróleo, este tipo de capitalismo que se practica nos ha hecho creer. Es tristemente comprensible: al final, si la naturaleza está muerta, hay más material fósil que extraer. Pero no, la naturaleza está viva y, por fortuna, fuera de los mercados. Los científicos se dan cuenta de eso: el sistema está vivo, las semillas, la tierra, las abejas y los insectos. La naturaleza es fascinante y tiene una inteligencia increíble. ¿Cómo encuentran las rutas de migración los pájaros, por ejemplo? Todo lo que tenemos viene de la capacidad productiva de la tierra». En este punto de la conversación, la filósofa llega a una conclusión concluyente: «Las mujeres han sido catalogadas como el segundo sexo pasivo. Se ha declarado que no trabajamos porque tenemos que estar en casa y cuidar de los hijos y hacer la comida, cosas que no están consideradas como un trabajo que produce beneficios para este sistema. En realidad, se considera que los dos elementos más importantes de nuestra vida, como son la tierra y las mujeres, no producen nada. Esa creencia es la que nos ha llevado a la crisis. Ante todo, la ecológica, donde vemos que se están extinguiendo las especies, que desaparece el agua y aparece la desertificación. Estamos llenando el planeta de tóxicos y plásticos, lo cual genera violencia. Reconocer las capacidades de la naturaleza y de las mujeres introduce la posibilidad de que exista un sistema no violento de prosperidad y bienestar para todos. Esto es algo necesario para el futuro». Vandana-Shiva Defensora de la exclusividad seminaria de las mujeres y la tierra, Shiva reclama que a esta última se le está despojando, cada vez más, de ese derecho. O, al menos, de ejercerlo a su ritmo. A un ritmo natural. «La comida de los supermercados no es comida, son productos que se parecen a los alimentos. Están absorbiendo el comercio local desde hace diez años, desde que existe la globalización. No es una batalla perdida todavía, por suerte. Incluso en España hay tiendas locales. En mi país, India, hay alimentos en todos los lugares, asequibles, frescos, diversos, nutritivos. Pero he visto cómo, ley tras ley, esto ha ido cambiando. Para mí, los alimentos son una cuestión democrática. A eso lo llamo ‘democracia de la tierra’. Porque ahora tenemos que trascender ese antropocentrismo que va codo con codo con la dominación de la naturaleza. Cuando asumimos que somos parte de ella, aprendemos de qué va todo esto», explica. Su activismo empezó desde una pequeña localidad del Himalaya y lo extendió a todo el mundo sin la facilidad de las redes sociales. Hoy, Shiva no subestima su poder, pero lo observa con tiento: «Sirven, como se ha demostrado, para denunciar tanto los casos de acoso [algo que ha hecho el movimiento #MeToo] como el caos climático del que hablo en mi libro. Pero he visto muchas mentiras fabricadas en las redes sociales. Lo vi en las elecciones de Trump con Facebook. Tenemos una democracia falsa que permite ganar elecciones a alguien como él. En lo que verdaderamente creo es en el poder real que tenemos para actuar con base en la solidaridad. La humanidad tiene potencial. Y sí, Internet y las redes sociales pueden tener un rol importante, pero no pueden ser un sustituto de las personas físicas, reales, actuando colectivamente en las calles».

«Internet y las redes sociales pueden tener un rol importante, pero Facebook no debe sustituir al activismo en la calle»

La doctora se remite a una frase que repite con frecuencia: «La tecnología se está convirtiendo en una nueva religión». Y la explica: «Hoy en día, las religiones son impotentes. El peligro es el uso político, no ya de la religión, sino de la fe. La fe puede ser privatizada. Antes era distinto. Cristóbal Colón tuvo poder para colonizar otras tierras con la voluntad del Papa y ahí la religión se usó para conquistar. Pero la religión nunca ha tenido el poder de destruir los sistemas de la tierra ni de ir a las entrañas de los sistemas climáticos, de las especies en peligro de extinción o de la propagación de los tóxicos. Hablemos, ahora, de la tecnología. Cuando reconoces que es una herramienta, tú decides si quieres usarla para proteger la tierra y en beneficio de la sociedad. Con frecuencia, la tecnología está restringida en mi país, porque destruye trabajo. En India, ciertas industrias nunca van a ser mecanizadas, porque dan empleo a millones de personas. Hay que considerar todos estos asuntos. Cuando la tecnología empieza a ser aupada hacia un altar, lo primero que hace el establishment es controlarla, porque esto significa controlar también la democracia». El alegato contra el exceso de poder de ciertas empresas es inevitable: «Algunas se comportan como si no existieran leyes ni democracia. ¿Cómo se puede controlar a los que controlan el mundo? En primer lugar, entendiendo nuestros propios poderes, nuestras propias fortalezas y los límites que podemos poner. En mi país, en mi tierra, el instrumento más potente que existe es el poder de la gente que dice no. Cuando Gran Bretaña nos obligó a cultivar algo que no queríamos, no lo hicimos. Cuando nos forzaron a base de impuestos y tasas, las mujeres se levantaron y les dijeron: ‘Preferimos morir antes que daros nues- tro arroz’. Además, ese momento coincidió con la grave hambruna en Bengala, en la que murieron dos millones de personas. Esto fue en 1942». Shiva concluye con una aseveración contundente: «Ese es el poder que me interesa, el poder de decir no. Es el poder de la desobediencia civil. Cada vez que digo no al poder corporativo, estoy limitando el poder. Es lo que hemos hecho con las semillas en los últimos 30 años. Cuando Monsanto nos dijo que sería dueña de cada semilla a través de los organismos genéticamente modificados y las patentes, supimos que teníamos que protegerlas. Teníamos que asegurar que todas y cada una de las semillas estuvieran en manos de los campesinos. Hoy puedo decir, sinceramente, que, 30 años después, la de Monsanto es una voz marginal entre la población».

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