Innovación para un mundo en crisis

Cristina Garmendia

i+d+i

A diferencia de lo que pasa con la respuesta inmune ante un virus desconocido, para la crisis económica y social que nos deja la COVID-19 sí contamos con antecedentes, con conocimiento basado en experiencias previas, con anticuerpos que deberíamos activar. La recesión de 2008 está muy próxima, no permite la excusa de la desmemoria. La respuesta que España dio entonces nos sirve ahora como ejemplo a no seguir. Sería temerario no aprovechar ese aprendizaje y repetir la misma y equivocada solución. Para superar aquella crisis económica los países más prósperos de Europa redoblaron su apuesta por el conocimiento. España, en cambio, aplicó duros recortes a la I+D+i, que ni siquiera aflojó al empezar la recuperación económica. Estos últimos meses hemos padecido muy de cerca las consecuencias de aquella política fallida. ¿Hemos aprendido la lección o caeremos en el mismo error?

Algunos datos invitan a dar una respuesta en positivo. La opinión pública es, ahora sí, dolorosamente consciente del influjo que tiene la ciencia en su salud. Esta pandemia nos ha permitido además tomar conciencia de que sin salud no puede haber recuperación económica. Sería lógico que este interés de los ciudadanos se tradujera en una mayor presión a favor de la inversión pública en conocimiento, acompañada de estímulos a la inversión privada. Ni siquiera es un camino que no hayamos recorrido antes, bastaría con recuperar la senda de crecimiento en I+D+i que mantuvimos hasta 2008. Y, si eso pasara, convendría recordar también los riesgos de crecer de forma desequilibrada y sin un plan claro. Además de aumentar los fondos, esta vez habría que cambiar la manera de gestionarlos. España es uno de los doce países que más y mejor ciencia produce en el mundo. Formamos investigadores que son demandados en los mejores laboratorios. Sin embargo, en los rankings de productividad, competitividad e innovación caemos muchos puestos. Nos fallan los recursos, pero también la organización.

«Bastaría con recuperar la senda de crecimiento en I+D+I que mantuvimos hasta 2008»

Una forma de organizarse es sumar fuerzas. En España no tenemos un problema de productividad, sino de tamaño, de atomización. Y esto vale tanto para las empresas como para los laboratorios de investigación. Desaprovechamos el talento y los recursos en proyectos pequeños. Necesitamos crecer por la vía de crear alianzas, colaboración, redes… Un segundo reto de organización es imbricar mucho mejor nuestro conocimiento con la sociedad. Las capacidades de la ciencia y la tecnología no pueden estar aisladas, deben permanecer en contacto con el entorno y las empresas, listas para ser aprovechadas de inmediato en cuanto surge una crisis como la actual.

Quiero citar, por último, dos ejemplos de ese conocimiento aprovechable para el futuro que mencionaba al comienzo, dos lecciones que nos deja la pandemia. El primero tiene que ver con la capacidad que tiene ese conocimiento de generar riqueza. El foco está puesto ahora en el sistema sanitario (test de diagnóstico, tratamientos, vacunas), pero no podemos descuidar otros sectores que también son esenciales para nuestra economía, como el turismo, la hostelería, la construcción, el transporte o la cultura. El segundo tiene que ver con la educación: el confinamiento ha obligado a acelerar la transición digital y ha dejado al descubierto muchas carencias. Las brechas de aprendizaje se han ensanchado y han aparecido otras nuevas, en perjuicio, sobre todo, de los colectivos más vulnerables. La educación debe fomentar la igualdad, la inclusión, la justicia social y el aprovechamiento del talento. En este viaje necesario hacia el progreso no podemos permitirnos dejar atrás a nadie.


Cristina Garmendia es presidenta de la Fundación Cotec para la innovación.