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Sociedad

Domesticar la envidia

Más allá de sus connotaciones como vicio moral, la envidia puede entenderse como una fuerza psicosocial que impulsa muchos ámbitos de la vida moderna.

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12
noviembre
2025

Dante Alighieri condenó a los envidiosos a vestir túnicas de penitencia y llevar los ojos cosidos con alambre. Mas antes de la Divina Comedia, la envidia ya era reconocida como uno de los pecados capitales, quizás uno de los peores, pues como indica el ensayista Joseph Epstein, «de los siete, es el único que no tiene nada de divertido».

Hoy, entendemos que la envidia va más allá de la emoción. Es la tensión entre ser y parecer, entre tener y ser visto teniendo. Es la oportunidad filosófica mediante la cual se puede estudiar la predisposición humana a la comparación, el deseo de reconocimiento y los límites morales de la igualdad. Por ejemplo, Aristóteles consideraba la envidia (phthonos) un vicio destructivo, un dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás. Esto era opuesto a la virtud de la indignación justa (némesis). Según él, la envidia no surge hacia los lejanos o los poderosos, sino hacia aquellos lo bastante cercanos como para parecérsenos.

En el siglo XX, René Girard reinterpretó la envidia como deseo mimético. Esto significa que no deseamos las cosas por lo que son en sí mismas, sino porque otros las desean. El deseo, decía, es contagioso, y su teoría intenta explicar desde las tendencias de consumo hasta los juegos de rol online. En términos de Girard, la envidia no es una excepción, sino la estructura misma del deseo humano. Ser humano es imitar, y al imitar, inevitablemente, se corre el riesgo de envidiar.

Aristóteles consideraba la envidia un vicio destructivo, un dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás

En nuestro siglo, los psicólogos distinguen entre la envidia benigna y la envidia maligna, una forma relativamente análoga del phthonos y la némesis aristotélica. La primera, aunque incómoda, suele impulsar a las personas a superarse y a esforzarse más. Por el contrario, la envidia maliciosa es aquella que simplemente resiente el éxito ajeno e incluso busca sabotearlo. Esta distinción nos ayuda a comprender que, por muy indeseable que sea esta emoción (o estado mental), es completamente común y universal. Más sorprendente aún, la envidia impulsa buena parte de la vida moderna, dado que actúa como una fuerza silenciosa que orienta nuestras decisiones, deseos y aspiraciones cotidianas.

Como consumidores, nos puede llevar a comprar no solo por necesidad, sino para superar a otros de nuestro entorno. Los economistas llaman a esto bienes posicionales, es decir, estilos de vida que sirven para comunicar estatus. Por ello, la envidia mantiene activo el ciclo de consumo: empuja a la gente a trabajar más, gastar más, incluso endeudarse más.

En las redes sociales, la envidia también encuentra terreno fértil. Las plataformas están parcialmente diseñadas para mostrar vidas cuidadosamente editadas, donde todo parece más bello, exitoso y ridículamente alcanzable. Como las redes amplían nuestro círculo de comparación, lo habitual es encontrarnos continuamente a alguien más rico, más en forma o más feliz, lo que alimenta un ciclo incesante de aspiración y ansiedad. Según una encuesta en Estados Unidos de 2023, más de la mitad de las personas admiten sentir envidia de la situación financiera de alguien, y un 65 % cree que las redes sociales les han llevado a gastar más, intentando alcanzar los estilos de vida que observan.

Más de la mitad de las personas admiten sentir envidia de la situación financiera de alguien

El mundo laboral también atraviesa esta lógica. La comparación con compañeros de trabajo puede estimular la productividad, que puede ser positivo en algunos casos, pero a veces la envidia puede generar competencia desleal o agotamiento emocional. La meritocracia, con su énfasis en el rendimiento visible y la validación externa, se sostiene en buena parte sobre este mismo combustible emocional.

Por lo general nos enfocamos en desmenuzar la envidia como elemento exclusivamente dañino (la versión maligna), olvidando que muchas de estas emociones tienen también un potencial funcional (la versión beningna). En este caso, el rechazo moral suele impedirnos ver su otra cara: la de una fuerza que, en dosis moderadas, puede convertirse en impulso para la superación. Por supuesto, no se trata de romantizarla, pues mal gestionada puede afectar tanto al individuo como a los vínculos sociales, sino de reconocer que incluso las emociones más incómodas pueden, bajo control y conciencia, orientarse hacia algo constructivo.

Por tanto, más que demonizar la envidia, tal vez convenga domesticarla, es decir, reconocer el phthonos y la némesis como parte natural de la experiencia humana y aprender a canalizarla como una energía que impulsa. En última instancia, la envidia suele ser una parte ineludible de la interacción humana.

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