Estamos en los albores de una nueva legislatura en el Parlamento Europeo. La última nos dejó algunas políticas ambientales que han favorecido la polarización de la sociedad y que no han logrado los objetivos que plantean.
En el estado actual de la cuestión, llevan desgraciadamente razón quienes propugnan que el Pacto Verde Europeo empobrece a los ciudadanos de a pie, beneficia a los de siempre y perjudica en algunos aspectos a la conservación de la naturaleza. A pesar de ello, el desarrollo y la implantación del Pacto Verde sigue siendo la única vía de la que disponemos para salir del atolladero ambiental.
Para tratar de desfacer semejante entuerto, a continuación repasaremos algunos de los principales ecomitos instaurados, o potenciados, durante la última legislatura en materia de energía, bosques y mercados de carbono.
Mercadeo de carbono
La Unión Europea ha prometido lograr el cero neto de emisiones en 2050. Uno de los principales mecanismos para ello está en el desarrollo de un mercado de emisiones, bajo el cual las empresas deben pagar por unos derechos de emisión, y luego repercuten su precio en el consumidor.
Los estudios que han evaluado su eficacia constatan que este instrumento apenas ha logrado disminuir el 1,5% de las emisiones anualmente. A esta velocidad resultará imposible lograr el cero neto de emisiones para 2050, tal y como se propuso en la legislatura pasada.
Además, el aumento en el precio de los productos resultante de estos mercados de carbono redundan en unos beneficios adicionales de más de 7.000 millones anuales para las compañías energéticas.
También resulta preocupante la tendencia creciente en algunos fondos de inversión, junto con grandes energéticas, de favorecer las plantaciones de árboles. Los estudios indican que los posibles beneficios de esta acción son efímeros, o inexistentes, y contentar a los accionistas (el carbono está a 66 euros la tonelada cuando escribo estas líneas), mientras se hace un poco de propaganda verde, seguramente sea un aliciente mayor que la mitigación del cambio climático.
Energía limpia (renovable, o no)
El 73% de todas las emisiones proceden del sector de la energía y la generación de electricidad es, por sí sola, responsable del 31 %. Sin embargo, disponemos de distintas tecnologías limpias que pueden sustituir a las fósiles para satisfacer la demanda eléctrica actual, y también a posibles aumentos futuros destinados a reemplazar a las fósiles en sectores como la automoción (vehículos), entre otros.
El 73% de todas las emisiones proceden del sector de la energía y la generación de electricidad es, por sí sola, responsable del 31 %
Pero fíjese que hablamos de energía limpia y no de energía renovable. La energía renovable es baja en emisiones, pero no está exenta de contaminación ni de impactos negativos sobre el medio. Tanto los paneles solares como los aerogeneradores requieren de minería intensiva, generan cantidades ingentes de residuos que a día de hoy no se pueden reciclar (aun cuando la normativa obligue a ello) y, aplicadas a gran escala, también alterarían el clima.
Puede parecer sorprendente, pero los informes internacionales destacan, unánimemente, a la energía nuclear como la menos contaminante en la actualidad, y una de las más seguras. Recordemos que nuestro objetivo medioambiental es la descarbonización de la economía y la reconciliación con la naturaleza. Las energías renovables son solo uno de los medios para lograrlo, pero no siempre el mejor, ni el único.
Conservación de la naturaleza y colonialismo verde
Otra pilar fundamental del Pacto Verde de la Unión Europea es la conservación de la naturaleza. Aunque la UE no tiene competencias sobre bosques, ha desplegado una gran iniciativa legislativa sobre esta cuestión a nivel continental. La Ley de Restauración de la Naturaleza es la más conocida, pero también se han aprobado, o empezado a tramitar, muchos reglamentos adicionales sobre deforestación, monitorización de los bosques y un largo etcétera.
La visión europea sobre la protección de la naturaleza ha sido tildada de colonialista: buscamos proteger el bosque de delante de nuestra casa y, en consecuencia, favorecemos la explotación e importación de madera tropical y de otros países.
La legislatura pasada hizo esfuerzos por frenar esta deforestación. Sin embargo, obvió que una de las formas más eficaces para disminuir la presión sobre países terceros es fomentar la gestión forestal sostenible de proximidad.
Recordemos que la madera aporta materiales de construcción con una huella energética mucho menor que el acero o el hormigón. Y que también aporta leña y biomasa que ayudan a mitigar el riesgo de incendios forestales al disminuir el combustible que hay en los bosques, y un sinfín de productos más. Y si es de proximidad, fija población, genera riqueza, disminuye nuestros impactos sobre el sur global y mejora la biodiversidad.
Miopía climática
Hace 14 años, la Unión Europea aprobó una directiva para fomentar el uso de los biocombustibles. El aumento en su demanda catalizó la deforestación en Indonesia y Brasil para producir etanol. La historia medioambiental está plagada de leyes con buenas intenciones que crearon daños irreparables.
Leyes como la de la restauración han recibido el aplauso de grupos ecologistas, los grandes impulsores de la visión colonialista de la protección de la naturaleza. Algunas de las grandes empresas energéticas y de otros sectores altamente contaminantes también han favorecido esta iniciativa. Sin embargo, los pequeños agricultores han percibido esta legislación como un nuevo freno al desarrollo rural sostenible.
La mitigación de la crisis ambiental debe trascender el Pacto Verde y convertirse en un nuevo pacto social. Un pacto basado en los grandes consensos y centrado en las personas, la justicia social y la redistribución de la riqueza. En la actualidad vivimos en una especie de miopía climática, donde el resplandor de las regulaciones e instrumentos de mercado verdes se usan para cambiarlo todo en apariencia, sin que cambie nada en realidad.
Víctor Resco de Dios es profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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