Sociedad

Teilhard de Chardin, entre la ciencia y la religión

Aunque visto por algunos como un visionario y por otros como un provocador, el francés fue un palentólogo, religioso y pensador de inicios del siglo XX que revolucionó la forma de comprender conjuntamente el pensamiento religioso y científico.

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18
enero
2023

Pierre Teilhard de Chardin (Orcines, 1881) fue, sin duda, un personaje único. A lo largo de su vida hizo importantes contribuciones al campo de la paleontología, la religión y la filosofía, aportando una visión muy particular de la evolución que no estuvo exenta de críticas. Su libertad espiritual, su contribución científica y su adhesión indefectible a la Iglesia hicieron de él una personalidad singular, lo que le supuso ser uno de los hombres (era, por cierto, sobrino-nieto de Voltaire) más admirados –y controvertidos– de su generación.

La vocación científica le vino por parte de padre, un archivista naturalista aficionado; la religión, en cambio, la adquirió del seno materno. Su educación se inició en el colegio jesuita de Mongré en Villefranche-sur-Saône, y a los 18 años ingresó en el noviciado de Aix-en-Provence. Nueve años más tarde cursará estudios de teología en la prestigiosa escuela de Hastings, en Gran Bretaña, donde será ordenado sacerdote. Es durante esta estancia en Inglaterra, en 1909, cuando Pierre Teilhard de Chardin conoce a Charles Dawson, naturalista con quien se verá envuelto en uno de los más famosos escándalos de la ciencia moderna con el descubrimiento del Hombre de Piltdown, considerado uno de los mayores fraudes de la historia de la paleoantropología. Después de esto regresará a París y estudiará geología y paleontología hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (donde servirá como camillero, recibiendo grandes condecoraciones después, entre ellas la Legión de Honor, la más alta orden francesa del mérito militar y civil).

Durante esa época escribirá Ecrits du temps de la guerre, una de sus obras más famosas, en la que reflexiona sobre el sentido del sufrimiento humano. Durante los años de la guerra también se publicarán algunos de los textos que constituirán su núcleo de pensamiento: La vida cósmica y El potencial espiritual de la materia.

Tras el final de la contienda volverá a París, y entre 1922 y 1926 obtendrá en La Sorbona tres licenciaturas en ciencias naturales: Geología, Botánica y Zoología. Una época en la que también publicará su doctorado, Mamíferos en el Eoceno inferior francés y sus yacimientos. En 1923, realizará su primer viaje a China por encargo del Museo de París, donde trabajaba. A su vuelta empezará su carrera como profesor en el Instituto Católico, pero se encuentra con problemas: un polémico artículo sobre el pecado original le obligará a abandonar la enseñanza debido a el enfrentamiento que supone con la Santa Sede.

El descubrimiento del llamado Hombre de Pekín dota a de Chardin no solo de una gran reputación, sino de la oportunidad de continuar su carrera científica

Después de este incidente regresa a China, donde participa en el descubrimiento del Sinanthropus u Hombre de Pekín (Homo erectus pekinensis), ya capaz de manipular el fuego y fabricar herramientas de piedra y pariente cercano del Homo erectus erectus, más popularmente conocido como Hombre de Java. Este descubrimiento dota a Theilhard de Chardin de una gran reputación y le permite continuar su carrera como geólogo y paleontólogo, así como participar en expediciones como el Crucero amarillo, un recorrido organizado por André Citroën por toda Asia Central para promocionar sus vehículos. No es el único viaje que realizará: pasará por Etiopía (1928), otras partes de Estados Unidos (1930), India (1935), Java (1936), Birmania (1937), Pekín (1939 a 1946), Sudáfrica (1951 y 1953) y ciertas provincias chinas. Durante estos años, uno de los méritos que más se atribuirán a Theilhard es la constitución de una red internacional de investigación de paleontología humana. Sus méritos le permitirán finalmente, en 1951, ingresar en la Academia de las Ciencias de Francia.

En 1951 vuelve a mudarse: de Chardin se instala en Nueva York, donde morirá el 10 de abril de 1955, el día de Pascua, a causa de un infarto cardíaco. Su obra, que ocupa trece volúmenes, será publicada por Jeanne Mortier, nombrada su albacea para temas editoriales. Pero incluso tras su muerte se encontrará con polémicas: en 1962, la Congregación para la Doctrina de la Fe condena sus obras por «sus errores doctrinales y ambigüedades». Paradójicamente, aunque en los últimos años ha habido figuras eclesiásticas de alto calado como el Papa Benedicto XVI y el actual Papa Francisco que han recuperado sus escritos y les han brindado apoyo público, su recepción por parte de la comunidad científica ha sido mayoritariamente crítica. Algo, sin embargo, permanece: Pierre Teilhard de Chardin logró situar en la agenda intelectual debates que, hasta el día de hoy, aún siguen siendo relevantes para el conocimiento humano del mundo.

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