Sociedad

La crisis de los 27 (o el fracaso de nuestras expectativas vitales)

La interpretación de la vida como un camino en línea recta es la razón principal de esa joven angustia existencial, pero también la comprensión de que uno, en definitiva, ya es el único responsable de sí mismo.

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30
enero
2023

De forma más o menos formal, la sociedad ha elaborado un plan trazado de lo que es esperable que alguien haga antes de cumplir 27 años, y aunque evidentemente acepta variaciones, las posibilidades están bastante marcadas: incluso los años sabáticos –para pensar lo que uno quiere hacer de verdad– se consideran ya normativos durante la juventud. Así, parece existir una pauta a la que poder acogerse para ordenar la vida y alcanzar los objetivos marcados. No obstante, se trata de una impresión engañosa: llegados a los 25 años, la sospecha de que no existe un éxito como te han prometido toda tu vida empieza a later; a los 27 años, la hipótesis se confirma: todo era mentira. 

La crisis de los 40 es la más conocida de las crisis de edad, donde la sociedad, tus amigos y tu familia te ponen delante la realidad que llevas años evitando: ya no hay excusa para no asumir que ya no eres joven. Sin embargo, mientras la atención se ha puesto en los 40, hay una crisis que ha pasado desapercibida, que es la de los 27, esa en la que uno empieza a notar esa especie de ansiedad que nos repite: ¿qué voy a hacer ahora? Si no soy lo que he sido hasta el momento, ¿quién soy realmente?

A partir de esta edad, al fin y al cabo, se abre un mundo de posibilidades: uno ya posee los medios y los recursos para ser autónomo en las decisiones vitales y, por tanto, completamente responsable de ellas. Se puede pedir consejo, pero ya no se puede delegar la competencia de los actos personales en nadie más que en uno mismo. Se trata de algo que puede ser altamente liberador para algunas personas, pero también extremadamente angustiante para otras.

A partir de esta edad, uno ya posee los recursos para ser autónomo en las decisiones vitales y, por tanto, completamente responsable de ellas

Algunas personas se deprimen y otras, en cambio, parecen empezar a sufrir lo que algunos han calificado –y que hace referencia al lento descenso de las capacidades cerebrales– como «vejez mental». A los 27 años comprendes que es muy probable que no llegues a ser presidente de tu país, el mejor en tu ámbito profesional o la mejor persona del mundo: el planeta está lleno de personas con exactamente las mismas aspiraciones y no es posible, ni siquiera por estadística, ser el mejor en absolutamente nada. En algunos casos, de hecho, se comprende que ya no tiene sentido aspirar a ello: ¿para qué intentar ser el mejor en algo que es imposible conseguir? Ante esta situación, se materializa la necesidad de reorientar nuestras aspiraciones vitales, pero la pregunta, como la angustia, vuelve rápidamente: ¿hacia dónde?

Por supuesto, no todo el mundo pasa por esta etapa. Algunos hacen eso que se conoce como «sentar la cabeza»: casarse, comprar un piso, tener hijos, adoptar un perro. Se trata de la opción que tradicionalmente seguía a la finalización de los estudios y la adquisición de un trabajo estable. Pasos que, aunque pueda sorprender, no son suficientes para todas las personas: la juventud actual necesita saciar las ganas de comerse el mundo –viajar mucho, encontrar la pasión de una vida, tener experiencias vitales extraordinarias– que se les han inculcado desde que nacieron. El problema, no obstante, persiste en algunos casos: hay quien no quiere ni una cosa ni la otra.

Y la razón es sencilla. Como sociedad, tenemos que dejar de comprender la vida como un camino lineal, así como también abandonar la absurda presión de tener que hacerlo todo. Entonces, se despejará la duda: ¿es realmente evitable esta crisis o pasarla forma parte del ciclo de la vida?

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