Sociedad

A propósito de la elegancia

La ética y belleza se emparentan con la elegancia. Pero no siempre se dan las tres al mismo tiempo: puede haber personas elegantes en lo externo que no lo sean por dentro (que no escuchen, que solo piensen en ellas, que no recuerden fechas importantes para los otros) y a la inversa, personas que fascinan por su elegante existencia. Cuando todo coincide, es un esplendor.

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24
octubre
2022

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«La elegancia es una sutil cualidad, gracia, virtud o valor que puede residir en cosas de la más varia condición. En la matemática hay soluciones elegantes; y en la literatura elegantes expresiones. Pueden ser elegantes ciertos utensilios y manufacturas humanas: la forma de un jarrón, la línea de un automóvil, la fachada de un edificio, el gálibo de un yate, el corte de un vestido. Pero también son elegantes ciertas cosas de la naturaleza, el perfil de una serranía (…) El hombre puede poseer la elegancia en la figura de su cuerpo, pero también en su alma o modo de ser; y hay gestos elegantes y hay acciones que lo son».

Reflexionaba así Ortega y Gasset sobre un concepto lábil, escurridizo, hermoso: la elegancia, que abarca las maneras de presentarse y de comportarse. En cuanto a su manifestación externa, la elegancia en el vestir, se emparenta con la estética. «Consiste en olvidarse de lo que uno lleva puesto», dice Yves Saint Laurent. En lo que respecta a la cualidad de ser, de responder ante el otro y con uno mismo, la elegancia se vincula con la ética. «Nuestra manera de reaccionar ante lo que le prójimo nos hace, puede ser elegante o inelegante», insiste Ortega.

Ética y belleza, pues, se emparentan con la elegancia. Pero no siempre se dan las tres al mismo tiempo: puede haber personas elegantes en lo externo que no lo sean por dentro, que no escuchen, que solo piensen en ellas, que no recuerden fechas importantes para los otros. Y a la inversa, personas que nos fascinan por su elegancia existencial, que visten con lo primero que encuentran. Cuando todo coincide, es un esplendor.

Se es elegante eligiendo lo que uno mismo es internamente y, de entre lo que somos, escoger lo más alejado de lo trivial y vulgar

Etimológicamente, elegancia viene del latín eligere, que significa escoger, elegir. Es un modo de portarse, de comportarse. Alguien tiene porte y alguien responde a ese porte con su manera de gobernarse. No hay elegancia impuesta por la fuerza; hay una voluntad de escoger el modo en el que uno responde. Tiene que ver con la nobleza: se es elegante eligiendo lo que uno mismo es internamente. Y de entre lo que somos, escoger lo más alejado de lo trivial y vulgar.

Un grito, un exabrupto, una respuesta desproporcionada, una insolencia no son elegantes. Sí puede serlo un silencio. Siempre lo es un acto templado, armónico, que implica ternura. La ternura es un elemento más conflictivo al hablar de elegancia. En cualquier caso, comienza en lo externo y llega a lo más íntimo de la persona.

La palabra elegancia es elegante. La ele aporta ligereza, cierta ingravidez; la ge, garbo, distinción. Una palabra sencilla y grácil: elegancia. Llana, afable. Una vez le preguntaron al fotógrafo y modisto Cecil Beaton qué era la elegancia, y respondió que «agua y jabón»; es decir, lo honesto, lo sobrio, lo indispensable. La compostura.

En su expresión externa, la elegancia no consiste tanto en vestir una prenda como en el diálogo que se produzca entre ella y nuestro cuerpo. No se trata de un atuendo concreto, sino de iluminarlo con una cadencia. Es más un uso propio que una moda, y se ajusta siempre a la ocasión. Quien es elegante, lo será de etiqueta o en el taller. Una prenda puede serlo y perder la cualidad una vez enfundada. La elegancia es la vibración de distintos acordes en la misma frecuencia.

Decía Ortega y Gasset que «la elegancia debe penetrar e informar la vida íntegra del hombre, desde el gesto hasta el pensamiento»

A veces se confunde con la imagen, pero tener una buena imagen no significa ser elegante. El look es otra categoría, más engañosa, más superficial, un sucedáneo de la elegancia, porque la elegancia nunca miente. Puede inducir a error, causar decepciones. La elegancia jamás decepciona.

El estilo, que proviene del latín stilus (punzón), significa «manera o arte de escribir» y, por extensión, la manera propia que tiene cada cual de hacer ciertas cosas y que le permiten ser reconocido. Los estilos arquitectónicos (románico, gótico, neomudéjar…) pero a escala humana. Hay también una elegancia innata, que tiene que ver con los gestos, con el movimiento. Y, aunque la elegancia en el vestir y en el comportarse también tiene algo de intuitivo, este tipo de elegancia gestual no se aprende.

Ya decíamos que era un término delicado, por eso la elegancia convoca muchos campos semánticos a la vez. Quizás explica que no se haya escrito demasiado sobre ella, o lo explica el hecho de que entra en la esfera de las cosas que se dan por sabidas. Para Cicerón, era un equilibrio entre lo excesivo y la simplicidad.

Aunque en algún momento de la historia del hombre la elegancia no siempre fue una virtud. En Sentencias sobre las costumbres, Catón asegura escribe que «ellos pensaban que la avaricia era el compendio de todos los vicios: el derrochador, el lujurioso, el elegante…» es decir, para él –y no sería el único que así pensaba en su época–, lo elegante tenía que ver con el exceso y, por tanto, no era elegante. Es de las pocas reflexiones que se conservan en las que la elegancia no lleva implícita la moderación y, por tanto, deja de ser deseable. Pero, salvo esta excepción, la elegancia habla de autenticidad.

No es exhibicionista la elegancia. Por ello puede que no sea casualidad que este texto de Ortega que hemos ido citando (Apéndice a Idea de principio en Leibniz) no aparezca en sus Obras Completas: «La elegancia debe penetrar, informar la vida íntegra del hombre desde el gesto y el modo de andar, pasando por el modo de vestirse, siguiendo por el modo de usar el lenguaje de llevar una conversación, de hablar en público, para llegar hasta lo más íntimo de las acciones y pensamientos».

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