Cultura

Demócrito de Abdera y la sonrisa atómica

El filósofo griego, considerado como uno de los padres de la ciencia moderna y artífice de la teoría atómica del universo, destacaba entre sus coetáneos por su inseparable sonrisa, una forma de blindarse ante la ignorancia.

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02
junio
2022
‘El alegre Demócrito’, por Charles-Antoine Coypel (1746).

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A Demócrito de Abdera lo conocían por su sonrisa. Así quedó reflejado en los textos de la época y así lo atestiguan los estudios posteriores de una figura que, a día de hoy, es considerada como una de las bases de la ciencia moderna. No obstante, el gesto risueño del filósofo puede que no fuera el reflejo de una vida feliz, sino más bien una forma de evasión respecto al mundo de incomprensión en el que le había tocado vivir. Nacido en torno al año 460 a.C. en Abdera, Tracia, territorio hoy ubicado en la parte norte de Grecia, a Demócrito –en griego, «escogido por el pueblo»– se le atribuye una fecunda obra filosófica y científica que desarrolló durante más de 100 años de vida.

De carácter poco sociable, lo que contrastaba con el arquetipo griego de la época, Demócrito fue un hombre obsesionado con el estudio y para el que los viajes eran una parte esencial de su constante formación. Egipto, Etiopía o Persia son algunos de los lugares en los que ha sido acreditada su presencia, siendo incluso posible que hiciera una más que atípica expedición a la India. No fueron viajes de placer: a lo largo de todos estos desplazamientos, Demócrito fue atesorando un gran conocimiento en matemáticas y astrología, base de la que parten algunas de sus teorías más destacadas, forjadas a su vez sobre la herencia de Leucipo, a quien se atribuye la creación del atomismo.

Como discípulo aventajado, Demócrito se centrará durante toda su vida en desarrollar y perfeccionar la teoría de su maestro, dotándola de un mejor enfoque y completándola de forma brillante. Para Demócrito, los principios de todas las cosas son los átomos y el vacío, siendo todo lo demás dudoso y opinable. De este modo, la razón por la que este piensa que tiene una pluma en la mano es un proceso puramente físico y mecanicista. El pensamiento y la sensación, para él, son atributos de la materia reunida en un modo suficientemente complejo, y no de ningún espíritu infundido por los dioses a la materia.

Se le llegó a considerar  como un loco: su obra no llegaría a alcanzar nunca el reconocimiento que sí tendría siglos después

Hasta tal punto era científico el razonamiento de Demócrito que se dice de él que se refugiaba en oscuros sepulcros a fin de encontrar lugares donde pudiera concentrarse de forma absoluta. Lejos de preocuparse por cualquier cuestión espiritual, Demócrito, del que no está claro si negó en su totalidad la existencia de las divinidades paganas, creía que el alma muere con el cuerpo y que, por lo tanto, los espectros son una quimera.

Su inseparable risa y su extrema tendencia a la soledad le valieron ciertos problemas: no solo se le llegó a considerar loco, sino que su obra no llegaría a alcanzar nunca el reconocimiento que sí tuvo siglos después, durante el Renacimiento. Lejos de ello, la sociedad griega del momento –así como otros pensadores como Platón– llegó incluso a vilipendiar los hallazgos de Demócrito, al confrontar el mecanicismo que este defendía con la concepción teleológica del mundo que en aquellos años estaba generalizada. Tan solo a partir del siglo XV las bases sentadas por Demócrito comienzan a impregnar toda la filosofía y las ciencias modernas, desde Giordano Bruno, Galileo Galilei o Spinoza. 

No fue su única obra: Demócrito también desarrolló un interesante trabajo antropológico, ético y matemático. El griego demostró tal talento en el ámbito de la geometría que, según Arquímedes, fue el primero en hallar la fórmula para calcular el volumen de una pirámide. Sin sus avances, menospreciados en un principio, sería imposible explicar y entender el mundo que nos rodea. Es imposible adivinar cuál sería la impresión del filósofo si pudiera ver lo lejos que han llegado sus descubrimientos. Seguramente, su reacción estaría protagonizada por una inmensa sonrisa. Al fin y al cabo, ¿quien ríe último no ríe mejor?

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