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«En nuestros países, la forma de adquirir riqueza siempre fue tener poder político, no al revés»

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21
abril
2022

Llama «Ñamérica» a lo que el resto del mundo conoce como América Latina, y la verdad es que ese nombre encaja a la perfección: la ‘ñ’ es, al fin y al cabo, nuestro ‘signo particular’. Es una región que Martín Caparrós conoce –y analiza– desde hace años. En su nuevo libro, ‘Ñamérica’ (Random House), el autor explica y describe cada uno de sus recovecos, poniendo en duda –e incluso desmontando– esa serie de estereotipos con los que muchas veces se intenta definir este territorio. A través de las páginas del libro, Caparrós recorre ciudades como Buenos Aires, Bogotá, Ciudad de México o Caracas al tiempo que desgrana las características que hoy marcan el continente. Un libro necesario para tratar de entender una parte del mundo que oculta más enigmas de lo que parece.


¿Por qué escogió el mercado de Chichicastenango, en Guatemala, para empezar el libro?

Quería pintar una imagen muy folclórica y tradicional para que el lector se sintiera reconfortado y, así, poder decirle después que esa no es la auténtica realidad, que hemos cambiado. Había leído en una guía que en ese mercado se encontraba el espíritu latinoamericano, y me sorprendió la idea de un espíritu que funciona los jueves y domingos. Es un espíritu vago, en varios sentidos de la palabra. Me interesó deshacer ese lugar común.

Sostiene la paradoja de que uno de los sectores interesados en mantener esa idea de que lo auténtico es solo lo originario es el de los llamados «progres». 

Sí, muchos progres actúan como si el cambio constituyese per se un daño para ciertos sectores y culturas. Reclaman que los indios puedan vivir como sus tatarabuelos, pero lo último que harían sería precisamente eso. ¿De qué tienen miedo, de que no sepan cambiar o integrarse? Que se mezclen, como todos. Lo bueno de América Latina, de Ñamérica, es la mezcla: lo interesante es seguir así, no encontrar historias de pureza de sangre.

Ñamérica es un territorio que en un principio recibió una gran cantidad de inmigración. Ahora, sin embargo, la gente se va. ¿Es un fracaso?

Es el gran síntoma del fracaso. En Ñamérica, las olas de inmigración están muy claras. Hace 20.000 años llegaron unos seres humanos desde Asia Central, cruzaron el estrecho de Behring y se repartieron por todo el continente. Durante 15.000 años estuvieron solos. Después, en la segunda gran ola, llegaron los españoles, que en los tres siguientes siglos trajeron africanos esclavizados. Entre esas tres olas se construyó la amalgama de lo que entendemos por ñamericano. Por último, hubo una cuarta ola: los europeos pobres que llegaron a finales del siglo XIX. Es muy fuerte que la quinta ola sea de expulsión y no de recepción, como hasta ahora. No hay una prueba mayor del fracaso de una sociedad que el hecho de que se denigre de ella.

«Muchos ‘progres’ actúan como si el cambio constituyese un daño para ciertos sectores y culturas»

Gran parte se va para lo que usted llama «ÑUSA». Entre las crónicas, de hecho, incluye a Miami.

Miami es la capital de Ñamérica. O quizá no es la capital, sino el capital. Habría que discutirlo. En todo caso, es el lugar donde se realiza la idea de lo ñamericano. En el resto del continente tú eres colombiana, yo soy argentino, el otro es boliviano y el otro es mexicano, pero en Miami somos lo mismo: hispanos. Ahí es donde se realiza la amalgama que hace que los ñamericanos seamos algo semejante. Es un modelo cultural muy fuerte, por eso lo que vemos en los barrios ricos de las ciudades ñamericanas ya no es una imitación de París o Nueva York, sino de Miami.

¿Tan parecidos somos en América Latina?

Llevamos 200 años estamos construyendo nuestras diferencias. Hablamos de unidad latinoamericana y, mientras, construimos la desunión. El trabajo de las élites de cada país ha sido edificar el relato por el cual ese país es distinto del de al lado; es inverosímil. No sé si somos todos parecidos, pero sí sé que las fronteras no son las que marcan las verdaderas diferencias. Lo que trato de mostrar –y de entender– en el libro es que hay varios rasgos comunes.

Uno de esos rasgos es la desigualdad, que parece imposible de eliminar. ¿Qué la ha hecho tan inamovible?

Mi hipótesis es que se relaciona con la forma en que se accede a la riqueza en Ñamérica, tanto ahora como al principio de su formación. Creo que no tiene que ver con la construcción de una serie de medios de producción que te hagan ser lo suficientemente rico como para conseguir poder político, que es el desarrollo tradicional de las grandes burguesías europeas. En nuestros países, la forma de adquirir riqueza siempre fue tener poder político. Seguimos viviendo el mismo esquema económico: continúa siendo decisivo tener poder político para quedarse con las fuentes de la materia prima, si bien antes eran el oro y la caña y ahora quizás sean el petróleo, la soja o la coca. Si tu forma de riqueza consiste en extraer e importar, necesitas poca mano de obra y no necesitas mercado interno. Puedes darte el lujo de tener pobres que sean extremadamente pobres. No importan: mientras ese siga siendo el esquema económico, la desigualdad no se soluciona.

Sudamérica, según defiende, no es tal como la pintan, especialmente respecto a la violencia.

Hay muchos periodistas muy bien intencionados que creen que lo más importante es contar la violencia, y está bien contarla, pero también es importante contar lo demás, lo cual no se hace. Nos dicen todo el tiempo que Latinoamérica es el lugar más violento. Y lo aceptamos, pero me puse a hacer cuentas y me impresionó ver que a lo largo del siglo XX era el continente menos violento. Durante ese siglo, en Europa hubo 70 u 80 millones de muertos violentos; en Asia casi 100 millones, en África 15 o 20 millones. En América Latina hubo dos millones, que es muchísimo, pero también infinitamente menor que los demás. Esa violencia era pública, de Estados contra Estados o contra sus ciudadanos. Después, en los años ochenta y noventa la violencia se privatizó y empezó a ser un instrumento ya no del Estado, sino de unas personas que extraían y exportaban cocaína y que, para hacerlo, necesitaban sus pequeños ejércitos. Esto produjo un grado de violencia privada que ha hecho que ciertas zonas de América Latina sean más violentas que casi todo el resto del mundo. Es decir, hay matices.

El narcotráfico es otro de los temas ñamericanos. ¿Al poder le sirve mantener las cosas como están?

Yo sospecho que hay muchos gobiernos a los que les interesa que exista un sector delictivo que en última instancia no cuestiona sus fundamentos de poder y que, en cambio, les da una buena justificación para mantener un aparato represivo. Y que, por supuesto, les permita hacer negocios muy a menudo.

¿Y a ese poder también le interesa que sigan existiendo pobres?

En cierto modo sí, ya que muchos partidos políticos se basan en el clientelismo asistencial; es decir, en el Estado como una máquina de dar limosna a cambio de un apoyo electoral o político. Es algo clásico de la región. Para que eso funcione, necesitan que haya gente lo suficientemente pobre que se vea obligada a entrar en ese mercado.

«Miami es la capital de Ñamérica: allí no hay diferencias, todos somos hispanos»

Han existido varios episodios de estallidos sociales en estos últimos años. ¿Se apagarán antes de lograr cambios reales?

No creo. El problema es que mientras no haya un proyecto que todos los insatisfechos puedan pensar en llevar adelante va a seguir existiendo la lógica del estallido social: ah, no soporto más, salgo, grito, corro. Ese es el problema, y no ocurre solo en América. En general, en el mundo no hay ideas claras sobre cómo querríamos que fuera el futuro y sobre cómo querríamos que fueran nuestras sociedades para vivir mejor. Esta es la característica principal de estos tiempos. No se trata de que haya un líder ni un iluminado: es un proceso que se va construyendo poco a poco, de mucha gente que intenta, suelta, busca y, de pronto, cristaliza. Eso, no obstante, puede tardar décadas o incluso siglos.

En este panorama, ¿cómo ubica a personajes como Bukele o Maduro?

No me sorprende que ciertos sectores quieran permanecer en el poder. Es lo que hace la gente en esa posición: aferrarse. Lo que me sorprende es que mucha de esa gente sea intelectualmente tan bruta y sea tan mediocre que en cualquier otra actividad fracasaría. Imagínatelos siendo neurocirujanos, cineastas o ingenieros: serían catastróficos, no tendrían trabajo. Entonces, ¿qué es lo que tiene la política que cada vez favorece más el éxito de gente que no podría funcionar en cualquier otro ámbito? Es más, ¿por qué los ponemos a gobernar?

¿Cuánto cambió la pandemia la realidad latinoamericana?

Lo que hizo con mucha fuerza –y no solo en América, sino en general– fue desvelar realidades que estaban allí y que muchas veces se nos ocultaban, así como muchas otras no queríamos mirar. Lo que va a producir esta revelación es algo que se va ir viendo poco a poco. Todavía estamos en ese momento en que muchos tienen –o tenemos– la ilusión de que todo va a volver a ser como en diciembre de 2019. Cuando se pase esa ilusión, mucha gente va a reaccionar: se va a dar cuenta de que no tiene salida.


Este artículo es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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