Siglo XXI

Y usted, ¿qué filtro usa?

Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica, uno de cada diez pacientes acude ya a consulta con el objetivo de parecerse a sus fotografías retocadas digitalmente. Esta obsesión por transformar el cuerpo ha obligado a países como Noruega a exigir por ley que los ‘influencers’ incluyan un aviso cuando suban a sus redes contenido visual editado.

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23
agosto
2021

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A cualquiera de los 100 millones de usuarios mensuales de Instagram no se le habrá pasado por alto, por distraído que navegue, lo perfecto de algunos rostros: miradas sospechosamente resplandecientes, ojos expresivos, labios delineados cual cartografía, tersura exquisita, moreno exacto, músculos marcados como cartas de tramposo eficaz… Nada de arrugas, verrugas, asimetrías, carnes desfondadas o imperfecciones. Puro espejismo de nosotros mismos. Pura neurosis. 

Las redes sociales son la gran barraca de este tiempo y de nuestra identidad; nosotros, feriantes de sí, nos hemos convertido en su producto. Mercantilizado. Y un producto, como bien es sabido, no puede ser defectuoso. Bienvenidos a la ceremonia del disimulo. A la coronación de la dismorfia corporal, un trastorno de salud mental que consiste en distorsionar nuestra imagen.

Hace doce años, cuando nació Instagram, la idea fue subir imágenes espontáneas, frescas. Todo era natural, dentro de un orden. Y espacio desde el que presumir: ‘Yo, en el Coliseo’; ‘yo, en un restaurante de moda’. La aplicación tenía entonces pocos recursos de mejora. Después, apareció Snapchat, con cuyos filtros podían transformar nuestras facciones en las de gatos, panteras o pingüinos. Ahora, solo importa el sujeto convertido en objeto. Da igual cortar la figura del Auriga del Delfos. Los protagonistas somos nosotros.

Arroyo: «El uso de filtros embellecedores refuerza los estereotipos femeninos, favoreciendo la cosificación»

«Si estas herramientas te llegan cuando estás intentando entender quién eres –como en la adolescencia o en momentos de fragilidad–, la predisposición a sustituir lo percibido por lo proyectado es enorme. Por no decir cómo refuerzan los estereotipos femeninos, favoreciendo la hipersexualización y la cosificación», escribe Liliana Arroyo, doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social de ESADE. Conviene recordar que, según el último informe de la agencia creativa We are social, la media de uso de redes sociales es de dos horas y 25 minutos diarios. Y, además, las mujeres (la mitad de ellas tienen menos de 34 años) son más activas que los hombres en Instagram.

El asunto, más allá del síntoma que nos refleja como sociedad enferma, es mucho más serio de lo que a priori pudiera parecer. Como indica la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética, uno de cada diez pacientes acude a consulta, filtro en ristre, para mostrar cómo desean verse (y que se les vea). Ya no se trata de querer tener la nariz de alguien,  sino de parecernos a nosotros mismos… con el filtro que creemos que nos favorece. La American Academy of Cosmetic Surgery confirma la tendencia y añade que, en la última década, se ha producido un aumento significativo del uso de cirugía cosmética motivada por baja autoestima.

El organismo de autocontrol británico ha solicitado a los ‘influencers’ que adviertan si sus fotografías están modificadas

Hay quien se exige el ideal de belleza impuesto en las redes. Quien retoca absolutamente todo. A cualquier usuario le habrá ocurrido: contemplar con asombro que algún conocido, de pronto, tiene los ojos claros. O que ha bajado mágicamente de peso. «Uno de los enormes problemas que puede causar esta actitud de obsesionarse con el físico y edulcorarlo en las redes es que se produzca en el sujeto un rechazo al contacto real para que no quede en falta su realidad, es decir, para que nadie descubra que no es como dice ser», explica la psicóloga Lola Salas.

De momento, el organismo de autocontrol británico, Advertising Standards Authority, ha solicitado a los influencers que etiqueten si las fotografías que suben han sido modificadas. Para evitar trastornos alimenticios y baja autoestima, pero también el engaño. Es usual ver cómo estos líderes de opinión anuncian distintos productos cuyos efectos son intensificados –cuando no alterados– por estos filtros. Llámese publicidad engañosa, si procede. Esto le ocurrió a Cinzia Baylis Zullo, que elogiaba un bronceador usando un filtro de color de piel. Y fue amonestada por ello. En este contexto, Noruega aprobado una ley que obliga a estos influencers a informar del uso de filtros.

En medio de esta esclavitud de lo que algunos consideran bello, sorprende el éxito de FaceApp, esa aplicación rusa que predice cómo será nuestro físico cuando llegue la vejez. «Tal vez, en el medio de la Gran Hipnosis a la que estamos conectados, queremos un atisbo pasajero de realidad, una entrevisión fugaz de lo que sería el despertar al futuro tal como lo sospechamos, y al mismo tiempo una pequeña dosis de garantía imaginaria de que para entonces seguiremos vivos», asegura el psicoanalista Gustavo Dessall.

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