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Cuando la palabra ‘residuo’ pierde el sentido

Para cada vez más compañías, continuar alimentando los vertederos con desechos ha dejado de tener sentido. Acercar el número de residuos generados a cero no solo supone un gran salto sostenible, sino que también puede reportar grandes beneficios económicos.

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Valeria Cafagna
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Se trata de una expresión que puede llevar a equívoco; producir, a primera vista, confusiones que nos hagan malinterpretar su significado: residuo cero. Dos palabras que, ya sean como mero concepto o como certificación obtenida por una empresa, provienen del inglés zero waste to landfill, o cero residuos al vertedero. Los anglosajones simplifican a veces la idea y hablan directamente de zero to landfill. Por algún motivo, en la traducción al castellano se perdió la idea de vertedero. «Quizá sería más correcto decir vertido cero», apunta José Sevilla, director ejecutivo de EcoCuadrado, la principal consultora española especializada en conseguir el certificado, que en nuestro país otorga AENOR. No se trata, por tanto, de aspirar al absurdo de no crear residuos –siendo estos consustanciales a la actividad económica–, sino de que no se viertan por siempre jamás en montañas de deshechos que, a modo de cementerio, cierren la puerta a una segunda vida.

Tampoco resulta fácil establecer una clara distinción semántica entre residuo cero y economía circular. Ambas nociones encarnan el objetivo prioritario de un aprovechamiento de recursos llevado hasta sus últimas consecuencias. Las dos logran que converjan rentabilidad económica y conciencia ambiental. Aunque residuo cero se refiere sobre todo al compromiso individual de cada organización privada o pública. Por su parte, la economía circular actúa como marco general, como un nuevo paradigma que permite que la suma de esfuerzos cobre sentido.

Martínez Valbuena: «reducir los vertidos pasa por prevenir la generación de residuos y por valorizar al máximo los que se generan»

Hace pocos meses, la planta de Subaru de Indiana (EEUU) –pionera global en residuo cero– celebró el décimo aniversario sin apenas vertidos. Siendo el «apenas» un matiz importante, ya que hoy por hoy, con la tecnología disponible, resulta prácticamente inviable para la gran mayoría de empresas recuperar el 100% de sus residuos –Algunas fuentes hablan del 99% y otras de cifras nunca inferiores al 90%–. Este esfuerzo le cuesta a la planta unos 6,4 millones de euros al año, pero le reporta unos beneficios de casi 10 millones de euros anuales. Para Sevilla, «resulta clave que las compañías sepan a qué se enfrentan en cuanto a costes de gestión de residuos: calcular cuánto cuestan los contenedores, el transporte, las tasas y cánones en vertederos, las emisiones de CO2. Cuando así ocurre, empiezan a tomar decisiones económicamente óptimas».

Con unos claros beneficios medioambientales y grandes oportunidades potenciales para la propia solvencia de las compañías, cada vez son más las que apuestan por la sostenibilidad entendida desde el prisma de la eficiencia. Una tendencia que se refleja en espacios como el portal Zerowaste a través de sus rankings sobre las mejores prácticas entre empresas estadounidenses: En su última lista, aparecen incluso gigantes de la economía global como Google o Unilever.

El director ejecutivo de EcoCuadrado observa, desde hace unos años, un «cambio radicalmente positivo» en la actitud de las empresas españolas. En los últimos tiempos han coincidido, explica, un «incremento exponencial en los gastos de vertedero» y la consolidación de «mercados de materias secundarias perfectamente establecidos y transparentes». Si antes existía una enorme «asimetría de información», continúa Sevilla, ahora cualquiera puede averiguar con una sencilla búsqueda de Google a cuánto «cotiza el cobre en el London Metal Exchange o la grasa en la Lonja de Barcelona».

Sin desmerecer el auge de la conciencia ambiental en la ciudadanía –y, por ende, entre el empresariado–, otro factor ha contribuido a que más compañías apuesten por modelos de residuo cero. Con las decisiones medioambientales cada vez más centralizadas en Bruselas, esta homogeneidad normativa permite un tránsito ágil hacia la gestión eficiente y sostenible de residuos. Impulso regulatorio, preocupación por el planeta, la fría objetividad de las cifras… un cóctel que vaticina una drástica reducción de vertidos en un futuro no muy lejano. Algunas empresas están pisando el acelerador y no se conforman con lo que marca la legislación. «Con la nueva Ley de Residuos [aún en fase de tramitación], verter está muy penalizado, y lo va a estar más en los próximos años. Vamos a adelantarnos a su cumplimiento legal», asegura Yolanda Martínez Valbuena, experta en gestión de residuos en MAPFRE.

España es puntera en recuperación química de plásticos o fundición de placas electrónicas

Durante este año, la aseguradora quiere conseguir la acreditación residuo cero para su sede en Majadahonda (Madrid), un objetivo que se enmarca en su plan estratégico de sostenibilidad trazado hasta este año para España y los países en los que la compañía está presente y que se alinea con la apuesta española por la economía circular, a cuyo pacto la compañía se ha adherido recientemente y donde quiere ser referente.

Reducir a su mínima expresión los vertidos que producen las oficinas de MAPFRE implica cambios logísticos de largo alcance. «Pasa por prevenir la generación de residuos y por valorizar al máximo los que se generan», asegura Martínez Valbuena. La empresa entiende por valorizar distintos caminos que descarten el del vertedero: «Implica reutilizar, reciclar o aprovechar energéticamente los residuos, de forma que se puedan vender, extraer de ellos materias primas secundarias o generar energía limpia», puntualiza.

Cuando toque aterrizar estos fines abstractos en el día a día de la sede de MAPFRE, las acciones concretas se extenderán a todas las esferas de su actividad. Habrá que contratar gestores y transportistas de residuos «que estén en línea» con los principios del nuevo modelo, continúa Martínez Valbuena. Se modificarán los puntos limpios y se retirarán las papeleras de debajo de la mesa (clásico batiburrillo residual), reforzando los contenedores internos. Sevilla, por su parte, reconoce que la «segregación en origen» es uno de los campos que admite un mayor margen de mejora a la hora de implantar modelos de residuo cero.

En una fase más avanzada, llegará el turno de poner orden y concierto a las cafeterías, con especial atención a la eliminación de productos de un solo uso y a la minimización del desperdicio de alimentos. Todo ello, explica Martínez Valbuena, «acompañado de un plan de comunicación muy ambicioso, con formación de empleados y cambio de cartelería». Cuando la aseguradora obtenga el certificado, seguirá la senda de otras compañías que operan en nuestro país sin prácticamente generar vertidos. La pionera fue, hace ya siete años, la cadena de supermercados Lidl. Desde entonces se han subido al carro, entre otros núcleos de actividad, una fábrica de Campofrío en Burgos y varios centros de El Corte Inglés.

En contra de la opinión generalizada, Sevilla no considera que España se esté quedando atrás, en comparación con los países de nuestro entorno, en cuanto al avance del residuo cero. Estima, de hecho, que la velocidad del cambio en nuestro país supone un «ejemplo en Europa». Y desglosa campos específicos en los que España «es puntera, con tecnología tremendamente avanzada y patentes a nivel mundial». Por ejemplo, la recuperación química de plásticos o la fundición de placas de aparatos eléctricos.

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