Cultura

Imaginar mundos mejores para poder vivir en uno

¿Pueden la ciencia-ficción y la política ayudarnos a ser más optimistas frente a un futuro que hoy nos aterra? La escritora, politóloga y analista cultural Layla Martínez nos invita a mirar al mañana sin pesimismo en el ensayo ‘Utopía no es una isla’ (Episkaia Editorial), que se publica este mes de noviembre.

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Interstellar (Christopher Nolan, 2014)

«Necesitamos volver a creer que el futuro depende de nosotros, de lo que hagamos, que no necesariamente tiene que ser peor, ni siquiera en un contexto de crisis ecológica como el que estamos viviendo. El futuro depende de las decisiones que tomemos colectivamente: es una cuestión política». Layla Martínez, escritora, politóloga y analista cultural, publica este noviembre el ensayo Utopía no es una isla: Catálogo de mundos mejores (Episkaia) sobre el género de la utopía en la política y en la literatura. Una obra en la que invita a una ciencia-ficción y a un análisis político optimistas dentro del realismo para poder proyectarnos hacia un futuro que hoy nos asusta.

«Creo que, como sociedad, tenemos bastante miedo del futuro, y creo que las distopías son el reflejo de esa ansiedad colectiva», apunta la autora, que en las páginas del ensayo repasa la forma en la que se han imaginado mundos mejores en otras épocas. «Pero también creo que esa ansiedad es el producto de una serie de políticas concretas que buscaron generar la sensación de que no había alternativa al sistema actual».

Como ejemplo, Martínez recuerda el apodo de Margaret Tatcher cuando comenzó el actual desmantelamiento de los servicios públicos en las democracias occidentales: TINA (There Is No Alternative). Es lo que el filósofo italiano Franco Berardi bautizó como «la lenta cancelación del futuro». O, en palabras de esta joven escritora madrileña, «si hay despidos masivos, te dirán que al menos no vives en el tercer mundo; si te parece que la democracia se ha deteriorado, te dirán que al menos nos es una dictadura».

El mundo se acaba por capítulos

Esa teoría se refleja en las ficciones de nuestro tiempo. En los últimos diez o quince años, años el número de libros, películas, cómics o series de temática postapocalíptica, las llamadas distopías, se ha multiplicado. Como ejemplo reciente tenemos la aterradora serie de televisión británica Years and Years (2019), de Russell T. Davies, que imagina una década de los futuros 20 con algún escenario peor que la actual pandemia. Pero si repasamos la cartelera, las estanterías o el catálogo de Netflix, nos encontraremos con Wall.E (2008), Hijos de los Hombres (2006), La carretera (2006), Los últimos días (2012), Fase 7 (2010), Interstellar (2014), Apocalipsis suave (2011), Max Mad: Fury Road (2015), Logan (2017) o este mismo año nuestra española La valla (2020).

Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006)

«Esto no quiere decir que todas las distopías que vemos en cómics, videojuegos, novelas o series hayan sido creadas con la intención de generar ese efecto de desgaste del futuro. Muchas de hecho son creadas con el propósito de alertar sobre los peligros de la vuelta del fascismo o del deterioro de la democracia, por ejemplo. El problema es que el sistema contribuye a crear esa ansiedad, los productos culturales lo reflejan y esto, a su vez, aumenta la sensación de miedo respecto al futuro», aclara Martínez. Y nos deja la idea que la llevó a escribir el libro: «Los productos culturales se relacionan con la realidad de forma compleja, reflejándola y creándola a la vez».

Pero, ¿para qué sirven las utopías?

«Sirven sobre todo para dos cosas. Por un lado, para fijar el horizonte hacia el que dirigirse. Esto lo dijo mucho mejor Eduardo Galeano: la utopía está en el horizonte y cuando voy hacia ella se aleja, pero sirve para eso, para caminar. Cuando hayamos conseguido lo que teníamos en mente, tendremos que seguir caminando hacia otra cosa mejor. Y también sirven para generar las emociones que hacen que la gente se implique en un cambio social importante. La política tiene su parte racional, pero un cambio radical exige sobre todo emoción, corazón, y las utopías dan eso», explica la autora. No en vano, su ensayo es una colección de utopías ficticias o pertenecientes al ámbito de la discusión política, como en su momento fue la que bautiza a las demás: la Utopía de Tomás Moro, publicado en 1516. «En algunos aspectos seguiría siendo progresista hoy, por ejemplo en la jornada de seis horas, pero en muchos otros nos parecería terrible, como la esclavitud o la organización fuertemente patriarcal de la sociedad», explica Martínez.

Layla Martínez: «Un cambio radical exige sobre todo emoción, corazón, y las utopías dan eso»

En el mundo moderno, las utopías de la ciencia-ficción han reflejado siempre las aspiraciones de la época, y por eso a veces su destino ha sido quedar inevitablemente desfasadas. Eso es lo que sucedió, por ejemplo, con las utopías feministas de la primera ola, a finales del siglo XIX. «El sufragismo y la lucha por los derechos de la mujer se reflejó en la producción de un montón de novelas de ciencia ficción escritas por mujeres del mundo anglosajón», considera la autora. En estos textos, las autoras imaginaban un mundo de igualdad entre hombres y mujeres que entonces sonaba imposible y que las empujaba a ser entendidas como novelas progresistas. «Hoy no se podrían considerar como tales muchos de ellos. En Matriarcadia por ejemplo, los niños no blancos y los que nacen con algún tipo de diversidad funcional son asesinados en el momento del nacimiento. Las escritoras de esos textos al final pertenecían a una determinada raza y clase, a una determinada posición social a la que no querían renunciar», afirma la autora.

Aelita

‘Aelita’ (Yákov Protazánov, 1924) 

En esta línea también se encontrarían algunas novelas del cosmismo soviético, escritas en los años veinte del siglo pasado, antes de que la URSS se convirtiese en la idea que tenemos hoy en día de ella. «Ahora tendemos a ver la carrera espacial como parte de la Guerra Fría con Estados Unidos, y efectivamente también lo fue, pero en sus inicios había un componente mucho más utópico que buscaba construir una civilización socialista en el cosmos», explica Martínez. En la ficción, estas utopías cósmicas tuvieron su reflejo en obras como Estrella roja, de Alexandr Bogdanov, o en la película Aelita, de Yákov Protazánov.

Las utopías que han de venir

Al fin y al cabo, el futuro no está escrito. Nunca lo ha estado. Al contrario: tenemos en la mano la pluma y el folio en blanco con el que empezar a trazarlo, como hicieron otros antes que nosotros. «Recordar las ideas sobre un mundo mejor que se tuvieron en diferentes momentos, tanto las que fueron parte de un proyecto político como las que pertenecieron al mundo de la ficción, puede ayudar a ampliar la imaginación colectiva», apunta Layla Martínez. Eso sí, tiene claro que las nuevas utopías serán necesariamente diferentes. «Podemos tomar lo mejor del pasado y empezar a imaginar a partir de ahí», sugiere.

¿Y cuál es para ella la utopía que ha de venir? Igual que los acontecimientos terribles de las distópicas Years and Years o Hijos de los hombres, nada que cualquier lector bien informado no pueda imaginarse por sí mismo. «La que imagine un mundo que ha superado la crisis climática, o que al menos ha conseguido frenar sus efectos más devastadores», responde. Eso sí, tenemos un gran reto por delante: «También está pendiente imaginar una forma diferente de relacionarnos con el resto de seres vivos que habitan el planeta con nosotros. Creo que son dos cuestiones que hasta ahora han quedado fuera de las grandes utopías pero que serán claves en el futuro», concluye.

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