Opinión

Volver a empezar

Si queremos seguir viviendo con dignidad, nunca podremos olvidar a los que murieron por la pandemia, singularmente a los mayores: a ellos les debemos respeto y devoción, sobre todo los más jóvenes, que deben saber que los pocos años no les garantizan la inmunidad ni les convierten en semidioses.

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08
junio
2020

Amparándose en la inviolabilidad que recoge el artículo 71 de nuestra Constitución, los parlamentarios han decidido convertir las Cámaras en un lodazal. No sé si es táctica o estrategia pero, en cualquier caso, es un comportamiento intolerable y vergonzoso que prensa, radio y televisión se encargan de difundir profusamente. Estamos presenciando un remedo político de Sálvame que descalifica a sus protagonistas y los deslegitima como nuestros representantes. Ya decía Steiner que vivimos en la era de la irreverencia y que, reducida la admiración a su mínima expresión, hoy triunfa lo vulgar, lo abyecto y lo zafio: sus señorías han decidido tomárselo al pie de la letra y ponerse a la tarea para alcanzar esa meta. Los ciudadanos, mientras, seguimos aguantando, seguros de que algún día cobraremos un plus con cargo a las arcas públicas por nuestra paciencia infinita.

Tengo la impresión de que el camino pospandemia lo recorreremos los ciudadanos en solitario, visto que la Comisión para la Reconstrucción creada en el Congreso comenzó mal y acabará en fiasco, y que todavía tendremos que aguantar las explicaciones de cada grupo político, que tratará de justificar el fracaso con la misma letanía: echando la culpa de todo a los demás para salvar su propia ineficacia. Cuánto me gustaría tener el anillo de Giges para, amparándome en la invisibilidad que proporciona, conocer las intenciones de nuestros políticos: sus verdaderos propósitos, sus auténticos deseos de lograr acuerdos, qué tantos quieren apuntarse y qué están dispuestos a ceder. Además, me gustaría saber si, de verdad –y como deberían–, están pensando en la necesaria reconstrucción económica y social de esta gran nación con más de 47 millones de habitantes que, por una vez, una sola vez, esperan que sus gobernantes sepan estar a la altura de lo que demandan unas circunstancias excepcionales: buenas formas, sentido común, gestos, decisiones, acuerdos, decretos y leyes que, adobados con voluntad política, nos ayuden a salir –contando con el trabajo de ciudadanos, empresas e instituciones– de la crisis, nos devuelvan la esperanza y, si todo sale bien, nos permitan recuperar la confianza.

Begin the beguine, volver a empezar, la hermosa canción de Cole Porter, debería servirnos de inspiración, porque empezar es siempre un ejercicio de esperanza. Para completar este nuevo escenario, habría que recordar a Mark Twain, que se ocupó en mil tareas y oficios: de impresor a piloto en los barcos que navegaban el Misisipi, buscador de oro y periodista, autor de libros de viajes, empresario fracasado y siempre escritor, su autentica vocación y una tarea con la que ganó dinero y fama.

«Los ciudadanos seguimos aguantando, seguros de que algún día cobraremos un plus por nuestra paciencia infinita»

El mismo Twain decía que en la vida hay dos momentos importantes: cuando naces, y cuando descubres para qué. En su larga o corta existencia como tales, ninguno de nuestros gobernantes o representantes políticos –si de verdad tienen la vocación de servicio público que juran atesorar– tendrá la oportunidad de servir mejor a su país que en estos instantes. Tampoco ninguno de nosotros, ni las empresas, las universidades y las instituciones o cuantos contribuyen al desarrollo de una nación conformando su estructura económica, empresarial y social. Eso sí, aparecen algunas señales que invitan al optimismo: teóricamente, el 21 de junio se volverá a la normalidad, las comunidades autónomas retomarán sus competencias y se acabará el estado de alarma sanitaria. La situación médica parece controlada. Europa nos quiere, y parece que nos quiere lo suficiente –si finalmente se aprueba el plan presentado por la Comisión– y eso ayuda: el turismo se irá incorporando poco a poco a nuestras playas y las gentes a los lugares de ocio, aunque no batamos récord; se anuncian inversiones en Sanidad y en Educación, y volveremos poco a poco al trabajo; se apoyará el empleo y se ayudará, también con dinero de la UE, a empresas y autónomos… Quiero ser optimista porque, como tantas veces he escrito, no podemos perder la oportunidad de ponernos de acuerdo en, precisamente, ponernos de acuerdo. Los políticos no tendrán jamás una oportunidad como la que se les ofrece para sacar el país adelante trabajando de consuno. Si no lo hacen, pagarán las consecuencias en las urnas con el aderezo del desprecio ciudadano.

Aviso final para navegantes: llegará el momento de pedir responsabilidades y, si queremos seguir viviendo con dignidad, nunca podremos olvidar a los que murieron por la pandemia, singularmente a los mayores que se nos fueron. A ellos les debemos respeto y devoción, sobre todo los más jóvenes, que deben saber que los pocos años no les garantizan la inmunidad ni les convierten en semidioses. También ellos deben pensar en los ancianos y venerarlos, porque muchos de los que ahora son jóvenes fueron antes niños y crecieron oyendo cuentos e historias sobre las rodillas de sus abuelos y abuelas. Para escapar de nuestra orgullosa y humana ignorancia, podríamos encontrar apoyo, consuelo y homenaje en la enseñanza que encierran las sabias palabras de un hermoso poema japonés, copiado de las paredes del International Fórum de Tokyo: «La flores siempre florecen en las nuevas ramas; las nuevas ramas inevitablemente crecen a partir de troncos viejos».

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