Opinión

Shinjuku Blues

«El humanismo habrá de ser el centro de gravedad de la modernidad a la que nos lleva esa nueva revolución industrial que es la economía digital. Esto va de las decisiones que tomamos las personas», escribe Pablo Blázquez, editor de Ethic.

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23
marzo
2018

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En el distrito de Shinjuku, en Tokio, Sumiko Iwamuro regenta la taberna que su padre, miembro de una banda de jazz de esa época, abrió en 1952. Su hermano prepara deliciosas gyozas, tempura y almejas en salsa, mientras ella, con esa hospitalidad que solo se encuentra en Japón, se encarga de que a los comensales no les falte el sake. A sus 82 años, la señora Iwamuro combina el negocio hostelero familiar con su otra pasión: la música electrónica. Ella es una de los deejays del Club Decadence de la capital nipona y se ha convertido en una rockstar de la noche tokiota. Todas las revistas de tendencias del país le dedican páginas a esta abuela octogenaria que hace temblar a los jóvenes en las pistas de baile. Su nombre de guerra es Sumirock y, además de la sensación del momento, es un bonito ejemplo de cómo en este país tan alucinantemente maravilloso conviven tradición y modernidad.

«Por mucho que nos mole la mística apocalíptica de Blade Runner, sabemos que esto no va, ni irá, de robots»

Después de haber estado investigando, de cara al reportaje La ética del big data, cómo las tecnologías pueden ayudarnos a afrontar los desafíos que tenemos como especie –el cambio climático, las bolsas de desigualdad económica, las ciudades del futuro, la democracia digital, la ciberseguridad…–, haberme escapado con mi mujer, Sandra, a Japón, me ha ofrecido alguna respuesta. Las respuestas, o al menos parte de ellas, se pueden encontrar en un libro, en un poema, en un disco, en un laboratorio, en la iglesia del barrio, en un templo zen, en los pliegues de las sábanas, en el informe de una universidad, en las arrugas de una camisa mal planchada, en la conversación de la barra de un bar. Y también en el andén de esa estación en la que esperas con tu mochila a que un tren bala te lleve desde el rugido de la megalópolis más poblada del planeta a un ryokan (o casa de huéspedes) en el que, sumergido en un remanso de inigualable paz, retomarás fuerzas para adentrarte en la naturaleza absoluta que envuelve, como si fueran regalos, o acaso porque lo son, esos templos milenarios que palpitan perdidos entre árboles e inabarcables montañas, trazando en el mapa las costuras, paradójicamente humildes, de una belleza decadente, eterna y brutal.

Con permiso (y reverencias) al gran Mishima, cuyo genio de escritor total describió con severidad cómo la tradición nipona sucumbió a la cultura occidental, diremos en un sentido más amplio y global que la tradición –esto es, el humanismo– habrá de ser el centro de gravedad de la modernidad a la que nos lleva esa nueva revolución industrial que es la economía digital. En Silicon Valley ya lo saben y se apresuran a incorporar a humanistas en sus salas de mando en una suerte de disrupción de las letras. Porque, por mucho que nos mole la mística apocalíptica de Blade Runner, o precisamente por eso, sabemos que esto no va, ni irá, de robots. Esto va de las decisiones que tomamos las personas. De tener claro que no podemos olvidarnos de un tercio de la población mundial ni obviar que la contrarreforma del business as usual que lidera el kamikaze Donald Trump significa, hoy, que el planeta puede reventar. Así lo advierte, desde hace demasiado tiempo, la comunidad científica internacional.

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