Cultura

«En el trabajo en equipo, los nacionalismos no juegan ningún papel»

Los trabajos del arquitecto Norman Foster se extienden a lo largo y ancho del planeta y comprenden desde edificios hasta ciudades. Defiende la sostenibilidad y la conciencia social en todo lo que hace.

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10
enero
2018
Foster

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Los gigantescos trabajos del arquitecto Norman Foster se extienden a lo largo y ancho del planeta y comprenden edificios, puentes, bases lunares y hasta ciudades enteras. Su obra es tan masiva que hay quienes la tachan de distante, alejada de la sociedad. El británico defiende, eso sí, la sostenibilidad y la conciencia social en todo lo que hace, desde que montara, hace más de 50 años, un pequeño estudio que hoy cuenta con más de mil empleados a su cargo.

Acude a la cita resuelto, sereno, con un poso de elegancia británica en cada gesto y movimiento. Atiende complaciente a los fotógrafos, mira aquí y allá, solícito, según le indican los flases. Norman Foster (Mánchester, 1935) está de estreno. El tercero en Madrid desde que el arquitecto se asentara en nuestro país hace años, cuando se casó con Elena Ochoa, antes catódica psicóloga con su programa Hablemos de sexo y hoy comisaria de arte contemporáneo.

El encuentro con los medios tiene lugar en la sede de la Fundación Telefónica, sita en el centro capitalino, donde Foster inaugura la exposición Futuros comunes, «un diálogo entre el pasado y el futuro de su legado social», como describen sus responsables. El arquitecto también aloja en Madrid su Norman Foster Foundation, y ha acometido la ambiciosa ampliación del Museo del Prado. Con su firme osamenta, su moderno vestir y su lúcida conversación, cuesta creer que ya apunte 83 años. Es un arquitecto que arrastra tantas loas a su obra como polémicas hacia su persona. Aunque, para muchos, es el arquitecto vivo más influyente del mundo, algunos colegas de profesión lo han tildado de marca, de apellido megalómano tras el que trabajan más de 1.200 personas repartidas por oficinas en Londres, Madrid, Hong Kong, Abu Dabi y Nueva York.

Por eso, su muestra en la Fundación Telefónica es una reivindicación, antes que un ejercicio de vanidad. Y su exposición a los medios de comunicación un día como hoy, dispuesto a defender el carácter social de su obra, también: «Me hace gracia cuando me preguntan en qué momento decidí aplicar criterios de sostenibilidad. Lo he hecho desde que empecé en esto. No es un punto de inflexión. Es un camino continuista, en el que la dimensión social y sostenible siempre la he tenido presente».

Esa conciencia que Foster defiende en su obra es el diálogo que establece en la exposición: entre su proyecto de ciudad libre de emisiones Masdar, en Abu Dabi, y su plan territorial ecológico de la isla canaria de La Gomera. En la exposición, convive también su base lunar para la Agencia Espacial Europea, construida con robots y tecnología 3D, con la primera realización del arquitecto, un minúsculo refugio en forma de cabina de avión, llamado Cockpit. Pero uno de los proyectos más llamativos es su estación para drones en África: «Son el mejor sistema para llevar ayuda humanitaria rápidamente y sin riesgos allí donde más se necesita», explica. «No veo, como arquitecto, ninguna diferencia en la base de todos estos proyectos. Sencillamente, se trata de cómo se usan los recursos disponibles, tanto materiales como temporales, de costes y energía creativa», expone Foster, y añade: «Cuando hablamos de tecnología, es como si fuese un invento de hace 10 años. Pero viene de mucho más atrás. El comienzo de todo esto fue cuando dos o tres personas decidieron salir de la cueva y crear un edificio bajo las estrellas».

Los estudios del arquitecto acumulan una obra descomunal: tiene un premio Pritzker y un Príncipe de Asturias y ha sido el artífice de más de un centenar de construcciones, muchas icónicas, como la renovación del Parlamento alemán, el rascacielos 30 St Mary Axe de Londres, o la Hearst Tower de Nueva York, sede de la mayor editora de revistas del mundo. También de la nueva sede de Apple, inaugurada el pasado septiembre. Era un sueño que el fallecido Steve Jobs nunca vio realizado, para el que llamó a Foster personalmente. El arquitecto utiliza esta gigantesca virguería de planta circular para reivindicar su compromiso social: «Creamos edificios sostenibles, que consumen menos energía y, por tanto, producen menos polución. Son edificios concebidos desde el primer boceto para respetar el medio ambiente. Y que, por tanto, al mismo tiempo, crean entornos saludables».

«Cuando ocurrió el brexit, me quedé muy tocado. Europa es una gran familia»

Más allá de sus edificaciones ciclópeas, Foster quiere hablar de lo que se mueve entre ellas: de urbanismo. ¿Cuál es la manera de hacer mejores ciudades para la gente? «Tendemos a pensar en los edificios como algo aislado, como objetos individuales. Pero los edificios en realidad interactúan con lo demás: el sistema de transporte, los parques, las plazas, los puentes… Los mejores lugares de una ciudad son aquellos en los que todo esto se integra en mayor medida. Aquellos edificios entre los que las personas se mueven libremente. La movilidad, precisamente, es uno de los focos del gran mal de las ciudades actuales: la polución».

Foster da una cifra alarmante y, a continuación, una solución: «Alrededor del 70% de la contaminación suele estar producida por la energía que consumimos para trasladarnos. Por eso, la clave es hacer zonas cada vez más amigables para los peatones. Espacios públicos para que la gente camine libremente. Y extender estas zonas, para poder reducir el uso de los coches (además de fomentar los vehículos eléctricos). Por suerte, es una tendencia expansiva: cada vez más, las ciudades apuestan por la peatonalización. Las mejores ciudades del mundo, urbanísticamente hablando, pero también desde el punto de vista de la calidad de vida, son las más amigables con los peatones. Coincide con que suelen tener una gran red de transporte público. Madrid es un gran ejemplo de esto último. Y los planes para peatonalizar el centro van adelante. Eso es una buena señal».

El arquitecto discrepa, no obstante, con el modus operandi del Gobierno municipal actual de la capital: «La peatonalización de Gran Vía se suma a la tendencia de las ciudades avanzadas. Por eso, me parece absolutamente excelente. Pero, si lo haces, tienes que hacerlo bien. Y algunas de las soluciones para separar coches de peatones, como se ha hecho hasta ahora, de forma puntual, usando una suerte de barricadas de plástico, francamente, pienso que es aparatoso y no logra lo pretendido, que es la fluidez de la circulación de personas. Como digo, es una idea excelente que requiere una ejecución excelente, para evitar colapsos».

El poder (relativo) de un arquitecto

Foster se sincera: «Tenemos mucho menos del que la gente cree. Yo no puedo decidir por mí mismo hacer las cosas de una manera, la que a mí me gustaría. Soy diseñador, no desarrollador, ni constructor, ni político. El poder reside en quien te encarga un trabajo, por lo general, un ayuntamiento. Por eso, mi única capacidad para defender mis ideas sostenibles es envolverme al máximo en el debate con los que toman las decisiones. El Puente del Milenio, en Londres, fue el primer puente peatonal que cruzó el río Támesis. Tradicionalmente, la parte sur siempre ha sido la pobre, desde la Edad Media. Y la zona norte, donde ahora está el área financiera, siempre ha sido la zona del bienestar. Aposté muy fuerte por un proyecto así, por lo que implicaba históricamente y por lo que suponía en dar espacio a los peatones para moverse».

Su fundación tiene por lema «derribar barreas». Hoy en día son tantas, que es inevitable pedirle concreción: «No tenemos las respuestas, pero sí las inquietudes. Si tienes una visión del amplio sector de la población del planeta sin acceso a energía, a electricidad, que no puede hacer algo tan sencillo como pulsar un botón y encender una bombilla, que no tiene acceso a la sanidad o a agua potable… Y sabes que eso tiene una relación directa con la desigualdad que padecemos. No hay más que echar un vistazo a la esperanza de vida o a las tasas de mortalidad de unos países y otros para ver las diferencias que entrañan. Y que esas desigualdades no solo residen en los recursos, sino en las libertades: libertad política, igualdad de género, libertad sexual… Creo que los profesionales debemos mirar a esos segmentos de la población. Y aportar lo que podamos, desde el sector al que nos dedicamos, o desde nuestras capacidades. Ese es el objetivo de la fundación», explica Foster.

«Todo comenzó cuando un par de personas salieron de una cueva y crearon un edificio bajo las estrellas»

Es un arquitecto obsesionado con derribar barreras, «sociales, de talento, tecnológicas, todas, en definitiva». Cuando se le pide una valoración sobre la barrera que se está erigiendo entre Cataluña y el resto de España, y la que levantan tantos nacionalismos rebrotados, responde a partir de su propia experiencia: «No es una pregunta arquitectónica. Pero supongo que mi sentir tiene mucho que ver con mi obra. Puedo hablarte como británico. Del brexit, por tanto. Y me quedé muy tocado cuando vi el resultado. No me lo esperaba, ni siquiera lo concebía. Para mí, Europa, con sus más y sus menos, con sus defectos, es como una gran familia. Y creo por eso que los Gobiernos y sus decisiones puntuales no nos representan tanto. Creo más en la amplitud de miras». Y zanja: «Yo creo en el trabajo en equipo. Y ahí, los nacionalismos y sus barreras no juegan ningún papel».

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