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«La clase media no ha salido de la crisis»

El economista Emilio Ontiveros hace un repaso a la economía española en estos últimos 30 años. Los que se cumplen desde que fundó Analistas Financieros Internacionales.

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18
mayo
2017
Emilio-Ontiveros

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Cuando empezaron, no eran más que un pequeño grupo de profesores de Universidad. «La cosa funcionó gracias a la época convulsa en la que nacimos, a finales de los años ochenta. Los bancos, las compañías de seguros y las administraciones necesitaban urgentemente a gente que supiera un poco más de economía que el resto», recuerda Emilio Ontiveros (Ciudad Real, 1948). El catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma y consejero editorial de Ethic fundó Afi (Analistas Financieros Internacionales) en 1987, cuando España atravesaba tres episodios que marcarían un nuevo rumbo para su economía: la integración en la Unión Europea, la ruptura del statu quo de la banca y su apertura a una competencia real y, sobre todo, un crac bursátil que puso patas arriba los mercados financieros de todo el mundo.

Hoy, Afi cumple 30 años, y su papel nunca ha dejado de ser relevante en una economía, la española, que ha vivido unas cuantas sacudidas en este tiempo. «Analizamos al detalle el comportamiento de los mercados españoles y a partir de ahí damos asesoramiento», cuenta Ontiveros, «pero no hemos descuidado nuestra seña de identidad más fuerte: la formación». Hoy por hoy, Afi es posiblemente la asesoría financiera con más doctores universitarios entre sus filas. De los 125 miembros que la componen, solo la mitad son economistas; el resto, ingenieros informáticos y matemáticos. «Ha sido inevitable sumarnos a las nuevas tecnologías; en este tiempo hemos creado modelos propios cuantitativos para prever el comportamiento de los mercados, con los que también asesoramos a inversores extranjeros», explica Ontiveros durante la entrevista.

¿Podría hacerme un diagnóstico de la economía española en estos 30 años?

Hemos sabido sacar partido a nuestra integración en Europa. La adhesión al euro ha beneficiado objetivamente a la economía española. Con sombras, pero el balance neto es positivo. El segundo elemento es que el percance más aciago, la crisis de la eurozona en 2007, ha sido la mayor convulsión en el sistema bancario español, con la mayor pérdida de empleo y renta por habitante de las últimas décadas.

Los datos macroeconómicos dicen que España vuelve a crecer.

No nos hemos recuperado a pesar de que la economía vuelva a dinamizarse. No hemos recuperado los niveles de PIB por habitante de 2007. La gran lección de estos 30 años la hemos tenido con esta última gran crisis. Debemos manejar mejor los riesgos y el nivel de endeudamiento de bancos como de empresas, tener más prudencia. Y es necesario diversificar sectorialmente la inversión, no poner todos los huevos en una misma cesta.

No parece que hayamos aprendido mucho: seguimos apostando por el ladrillo y el turismo, y dejando de lado la innovación en otras industrias.

Efectivamente. La crisis desautoriza el exceso de concentración sectorial en la construcción residencial, y eso es algo que tenemos que cambiar. El gran drama de la crisis es que interrumpió la modernización de la economía española. Hemos sacrificado inversión en conocimiento, principal activo que hace que las economías sean competitivas. La inversión en I+D ha caído, a día de hoy, a niveles de países mucho menos avanzados que el nuestro. La inversión en educación también se ha sacrificado. Tenemos que recuperar el pulso, tener ventajas en activos intangibles, que es lo que nos hace diferenciarnos de economías menos avanzadas. Y, sobre todo, lo que reduce la vulnerabilidad frente a otras crisis, y nos hace ganar competitividad frente a otras economías cuya principal ventaja es tener salarios bajos.

En nuestro país, ahora mismo, los precios suben a un ritmo mayor que los salarios.

El ciudadano tiene razón cuando denuncia esa asimetría entre lo que dicen los indicadores macroeconómicos, que expresan el crecimiento de la economía española, y las rentas, que no crecen. Y eso mina la confianza.

Lo que recibe el ciudadano medio es un menor poder adquisitivo y una alta tasa de paro.

El empleo estable es el elemento susceptible de aumentar la confianza, y hoy no es más seguro, al contrario. Sigue estando dominado por la precariedad y con salarios medios bajos. Hace falta que el crecimiento macroeconómico vaya a las personas que más han sufrido los costes de la crisis económica, que son precisamente los que no la ocasionaron. La clase media y clase baja. Siguen en crisis.

¿Qué papel ha jugado la reforma laboral?

Se ha aprovechado el elevado contingente de desempleados que generó la crisis para dar mayor margen de discrecionalidad y libertad a los empresarios, y en muchos casos, mantener salarios bajos y condiciones precarias. A medio plazo no es bueno porque no fortalece la confianza de los consumidores, y no aumenta el consumo de bienes duraderos. Y rompe la confianza en el propio sistema económico. Hay mucha desafección hacia el propio sistema, no solo los mercados. También hacia las instituciones.

Esto sucede en toda Europa.

Sí, es un escenario europeo. En muchos países hay un grado de desánimo, de desidentificación como no habíamos visto desde la creación de la UE.

La corrupción rampante no ayuda. Los últimos datos del FMI hablan de dos billones de dinero público defraudado. ¿No hablamos ya de cifras macroeconómicas?

No es fácil meter la corrupción en modelos macroeconómicos, pero sí hay investigaciones empíricas que demuestran que es un freno al crecimiento. Sobre todo por el deterioro de un activo muy importante: el capital social. El activo basado en la confianza. Allí donde no hay corrupción, la estabilidad del crecimiento económico es mayor. La corrupción cotiza de forma adversa, y erosiona la identificación de la mayoría de la gente con las instituciones.

Hoy, lo que más quema en la sociedad es la socialización de las pérdidas, esto es: el rescate del sector privado con dinero público.

Por supuesto, estoy totalmente de acuerdo. La mala distribución de los errores crea malestar y desafección. Es el peor acompañamiento para una economía estable a largo plazo.

Usted hablaba del impulso del sector financiero en estos 30 años, ¿qué opina de la gestión de las cajas? Su rescate con dinero público es esa mala distribución de los errores que menciona.

Es un ejemplo claro. Pero con la reestructuración del sector, apenas quedan cajas de ahorros. Habían cumplido en sus orígenes una función de mayor inclusión social y vertebración territorial. Pero algunas concentraron excesivos riesgos, y cuando llega el contagio de la crisis americana provoca un deterioro en los activos que tenían. Y su conversión en bancos ha contribuido a que se deteriore el grado de inclusión y vertebración. Parcialmente, cubren ahora estas funciones las cooperativas de crédito y las cajas rurales, pero su importancia relativa es muy reducida. Pero el problema que yo veo es que en toda la eurozona, la reestructuración ha dejado una inercia de concentración del sistema bancario, y cada día hay menor número de entidades bancarias. Esto reduce la competencia, que es algo negativo en cualquier sector, pero especialmente el financiero, que es clave: aumentan los riesgos de exclusión social.

Hoy en día, factores como la huella de carbono son criterios de rentabilidad en la valoración de activos financieros. ¿Lo ve como algo pasajero, o es una nueva forma de hacer las cosas?

Sí, ese es uno de los aspectos positivos de la nueva economía, y desde luego ha venido para quedarse. La consideración de los objetivos medioambientales de los acuerdos de París en las propias políticas de inversión han dejado de ser algo anecdótico y excéntrico, y está interiorizándose en las decisiones de los grandes bancos e inversores. La transición energética, las limitaciones de emisiones, pueden condicionar de forma significativa el valor de muchos bancos y compañías de seguros. Es imparable la toma de consideración de esas variables.

¿Cree que las medidas que está anunciando Donald Trump, que van justo en sentido contrario, pueden poner en peligro el Acuerdo de París ?

Las decisiones de Trump son una enmienda a la totalidad de lo que ha hecho Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nunca habíamos visto que el principal impulsor del libre cambio y el multilateralismos defienda el aislacionismo o la imposición de aranceles de forma unilateral, llegando a ser incluso una amenaza para la propia Organización Mundial del Comercio. Es preocupante esa retórica en relación al libre comercio y la libre circulación de personas.

Le preguntaba, en concreto, sobre su postura respecto a las políticas medioambientales.

El gran problema es que Trump incluso cuestiona los fundamentos científicos del cambio climático. Su retórica y decisiones respecto a los oleoductos, las prospecciones en el océano o el apoyo a los combustibles fósiles son inquietantes y sí, opino que puede amenazar el Acuerdo de París. Pero las consecuencias pueden ir más allá, por ejemplo, a alteraciones geopolíticas. Si Estados Unidos pierde el liderazgo en la hoja de ruta de este acuerdo, podría recaer en otras potencias económicas, como China. Ese sería un nuevo escenario, mucho menos predecible.

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