Transparencia
Los robots toman el mando de Wall Street
El 75% de las operaciones bursátiles depende de máquinas robotizadas capaces de mover cientos de miles de millones en menos de lo que dura un parpadeo.
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COLABORA2016
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Al pensar en la Bolsa de Wall Street uno se traslada casi por instinto a una multitud de hombres que se agolpan, teléfono en mano, transmitiendo órdenes frenéticas. Sin embargo, esa es la foto típica de hace una década. Hoy, las tres cuartas partes del volumen que se mueve en los mercados no depende de aquellos infatigables brokers, sino de máquinas robotizadas considerablemente más veloces: si hace diez años una orden en la Bolsa de Nueva York requería 20 segundos, en la actualidad solo necesita 0,001. La capacidad intelectual, la mente fría y la intuición han sido suplidas por sistemas electrónicos que, a través de algoritmos predefinidos y ultra rápidos, mueven decenas de miles de acciones bursátiles en menos de lo que dura un parpadeo.
Es conocido con el tecnicismo de trading de alta frecuencia (HFT, por sus siglas en inglés), que ha conquistado sin esfuerzo los mercados de valores: en 2005, el HFT suponía menos de un quinto de la negociación del mercado estadounidense; a partir de 2010, la técnica se comenzó a emplear en la mitad de las negociaciones, según datos de la consultora Tabb Group. Europa lleva el mismo ritmo exponencial de crecimiento (entre un 30 y un 40%), mientras en las bolsas de Asia está presente en poco más del 10% de las negociaciones, con excepción de Japón y Australia (alrededor del 30%).
Su éxito no es de extrañar: gracias a su velocidad para detectar transacciones, los algoritmos de HFT se adelantan para llegar antes al resto de mercados de valores, alterando los precios al alza o a la baja y obteniendo una sustanciosa ganancia antes de que otros inversionistas tengan siquiera tiempo de reacción. Por lo que eleva el riesgo y favorece la volatilidad. Prueba de ello fue el Flash Crash del 6 de mayo de 2010, cuando un operador dio una orden de venta que no pudo cumplirse y, ante el desplome repentino de los precios del Dow Jones (del 2% al 10% en cuestión de segundos), los algoritmos comenzaron a vender a una velocidad supersónica; transcurrieron tan solo 20 minutos para que el mercado recuperara la mayor parte de la caída. Otro ejemplo es el falso tuit de la agencia de noticias AP sobre un atentado contra la Casa Blanca que desplomó el Dow Jones en 2013.
«Ninguno de esos eventos fue causado por los HFT. El Flash Crash lo provocó un humano, un vendedor de futuros, que hizo que sus señales fueran mal interpretadas. Gracias a las máquinas las cosas van más rápido de lo que podemos manejar, pero no podemos echarles la culpa», defiende Artur Fischer, consejero ejecutivo de la bolsa de valores de Berlín, quien fue el encargado de poner en marcha Equiduct, la plataforma de HFT del mercado de la capital alemana. «Los HFT y la alteración del mercado es un buen ejemplo de que la tecnología no es el problema, sino lo que se hace con ella», explica en declaraciones a la CNN.
En la misma línea, el presidente de Analistas Financieros Internacionales, Emilio Ontiveros, asegura que «todo lo que suponga innovación tecnológica en el funcionamiento del mercado es positivo, también en términos de liquidez. Lo que sí es necesario es controlar el alcance de esos sistemas tecnológicos, saber quién los maneja». Ontiveros explica que estos sistemas algorítmicos «son exageradores de las convulsiones en determinados momentos cercanos al pánico tanto de compra como de venta». «Por eso es importante que los supervisores se familiaricen con ese efecto exagerador».
Con todo, gobiernos y supervisores ya han intentado poner coto a estos brokers robotizados. El fiscal general de Nueva York, Eric Schneiderman, ha pedido a las bolsas de valores que limiten servicios que ofrecen ventajas «indebidas» a operadores de alta frecuencia y socavan la confianza en los mercados. «Las bolsas de valores permiten a los operadores colocar sus servidores de computadoras al interior de las plataformas de negociaciones, provistos con ancho de banda adicional y sistemas de alta velocidad que les otorgan acceso a los precios, volúmenes y otra información antes que otros inversores», señaló Schneiderman durante un congreso organizado por la New York Law School en marzo de 2014. «En lugar de restringir las peores amenazas que representan los operadores de alta frecuencia, nuestros mercados financieros, de la manera en que están estructurados hoy, están cada vez más enfocados en alentarlas», advirtió el fiscal.
También la polémica está presente en Bruselas. Prueba de ello es la aprobación de la Directiva Mifid, creada para proteger al pequeño inversor, que entrará en vigor de forma paulatina para estar totalmente operativa en 2017. La directiva señala que «sería conveniente que todas las empresas de negociación algorítmica de alta frecuencia necesitaran autorización». Y añade: «Los Estados miembros deben también tener la facultad de autorizar a las Bolsas a imponer comisiones más elevadas para colocar órdenes que seguidamente son canceladas y a los que aplican técnicas de negociación algorítmica de alta frecuencia».
Matemáticos, físicos e ingenieros -y no economistas- son hoy la verdadera atracción de los fondos de inversión y de los hege funds (o fondos de alto riesgo). Intentan dar con la fórmula capaz de sacudir al mercado y, aunque con cada movimiento no ganen más 0,001 euros, la magia de la acumulación de miles de operaciones por minuto es una golosina para los grandes inversores y especuladores. Cada sistema algorítmico es alto secreto y, su funcionamiento, autónomo. «Estos sistemas de automatización dan una respuesta procíclica. No desencadenan la situación pero, si hay una crisis a la baja, la acentúan. El problema es cuando interviene una operación especulativa», apunta Rodolfo Rieznik, de Economistas Sin Fronteras.
El escritor John Lancaster reflexiona en su ensayo Whoops! Why Everyone Owes Everyone and No One Can Pay sobre lo que bautiza como La teoría del más loco: un ser humano «normal» evitará el riesgo, al contrario que los jugadores para quienes los mercados de valores son el campo de batalla de una insostenible economía de casino. Bajo la premisa de que siempre habrá otra persona dispuesta a asumir más riesgo, retan a la posibilidad de que todo se derrumbe, hasta que ocurre.
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