Opinión

La lucha de clases se traslada a la redes sociales

José Manuel Velasco, presidente de Dircom, reflexiona en torno a un problema –la desigualdad–, que ha retornado a la agenda pública de los países desarrollados.

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10
abril
2014

La desigualdad ha retornado a la agenda pública y a las preocupaciones privadas de los países desarrollados.

Durante los dos siglos y medio que han transcurrido desde la segunda revolución industrial hasta la tercera que ahora experimentamos la brecha entre ricos y pobres ha estado protegida por océanos, desiertos y, sobre todo, por la creación de clase media. Sin embargo, esta tercera revolución tiene componentes nuevos.

  1. No es de naturaleza fabril, sino que se inspira en el conocimiento. El valor añadido no emana de las fábricas, ni de los procesos industriales, sino de las patentes, el diseño y las marcas, sin olvidar a un sistema financiero que cobra un generoso peaje por activar el valor de esta nueva economía de la información digitalizada. Hoy no hay nada más intangible y tecnológico que el dinero.
  2. No genera empleo industrial, el gran catalizador de clase media; al contrario, destruye puestos de trabajo en las economías desarrolladas para crearlos con peores condiciones en países con mano de obra barata… más barata aún. Como le he escuchado a un relevante directivo del IBEX, “la globalización condena a la clase obrera a la pobreza”.
  3.  Ha roto las fronteras, todas a excepción de la que sitúa la igualdad y la justicia en el país de nunca jamás, en el reino de la utopía. La distancia de protección que existía entre los propietarios de bienes y oportunidades y los desposeídos de ellos por nacimiento o por injusticia se ha acortado sensiblemente. El margen de seguridad de los primeros no solo es menor desde una perspectiva física, sino también psíquica. La amenaza vive a su lado, convivimos con ella.

La tecnología no tiene la culpa, pero sí puede ser culpada de no crear empleo tal y como los ciudadanos occidentales lo han entendido hasta ahora: un puesto de trabajo, un salario, un sistema de protección social y una merecida jubilación. Otrora concebida como un alivio para el trabajo físico en beneficio del intelectual, hoy la robotización de la industria ha hecho dudar al obrero de la bondad de las tres  leyes de Isaac Asimov: el robot no protege al hombre, solo a su dueño.

Al tiempo que agita el status quo de las convenciones económicas vigentes desde el abandono del patrón oro, la tecnología ha roto la concepción piramidal en el ejercicio del poder. No crea empleo entre quienes no han podido o no han querido prepararse para la nueva economía, pero les dota de una herramienta de comunicación muy poderosa para expresar su frustración. Son millones de micropoderes cuya fuerza cataliza a menudo en una causa. Y dada su naturaleza desordenada, son difíciles de gobernar con técnicas del siglo pasado.

También los intelectuales, marginados por la dictadura del factor entretenimiento, han encontrado en las tecnologías de comunicación un campo de expresión casi infinito. Las redes se han convertido en un aliado natural de quienes son capaces de generar contenidos interesantes. ¿Y qué se considera interesante? Aquello que desborda el relato ordenado  y convencional que se construye desde el poder establecido.

En unas economías que destruyen clase media, ésta unirá pronto su voz a un proletariado frustrado por los efectos de la robotización, la globalización y la desigualdad. Y ambas encontrarán en las redes un cauce de expresión jamás imaginado, porque les permitirá actuar en red sin siquiera planearlo.

Enfrente se encontrarán un ejército bien armado físicamente, aunque desorientado por la dificultad para identificar al enemigo. La armada del poder capitalista está liderada por las empresas,  atemorizadas ante el surgimiento de un nuevo campo de juego, a menudo de juegos de guerra previos a la auténtica guerra. Acostumbrados a establecer las reglas, éstas han cambiado sin que se les haya consultado previamente.

La monitorización es el arma defensiva más común, la primera que se ha estructurado como tal. Sin embargo, una parte de la cúpula de la pirámide ya ha superado la fase de mera escucha y comienza a pasar a la acción mediante sistemas de interacción con los públicos que en vez de estar atrapados en las redes, se mueven en ellas como pez en el agua. Los presupuestos comienzan a engordar para evolucionar desde un enfoque de control hacia otro, mucho más inteligente, de gestión. No en vano se trata de aplicar técnicas smart al territorio del big data, de poner en orden donde no hay o no se intuye.

Ricos y pobres, gobierno y ciudadanos, patronal y sindicatos, empresas y empleados, separados durante decenios por la verticalidad de la pirámide, se vuelven a encontrar en la base del espacio digital. Incluso los medios de comunicación, que actuaban como una membrana de relación entre clases, están sometidos a las incertidumbres de un nuevo tablero que comparten con agentes formales e informales, periodísticos y no periodísticos, en los que algunos individuos, armados con el poder de las redes, discuten la supremacía a los grupos de comunicación organizados.

No serán pocos los intelectuales que, apartados del reino de los elegidos por los gases que hincharon la burbuja, tomen partido por los más débiles y encuentren de nuevo un sentido vital a la fuerza de su pensamiento. Pero esta vez la batalla no se librará en el campo de la utopía, sino en las proximidades del espacio físico y digital de cada persona.

Quienes nos dedicamos a la comunicación tendremos que tomar partido por la justicia y la igualdad, lo cual significa contribuir a ordenar la mesa de debate de tal suerte que unos y otros lleguen a la conclusión de que sin diálogo y negociación no habrá paz ni progreso.

[Puedes leer más análisis de José Manuel Velasco en su blog: Fábulas de comunicación]

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