Opinión

Una nueva época

Los profesores Emilio Ontiveros y Mauro F. Guillén reivindican la cultura de la sostenibilidad en un contexto en el que la prioridad más urgente es acelerar el crecimiento económico.

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21
enero
2013

Los profesores Emilio Ontiveros y Mauro F. Guillén, autores de Una nueva época. Los grandes retos del siglo XXI (Galaxia Gutenberg), reivindican la cultura de la sostenibilidad en un contexto en el que la prioridad más urgente es acelerar el crecimiento económico para que disminuya el desempleo.

En un momento en que la prioridad más urgente es acelerar el crecimiento económico para que disminuya el desempleo, corremos el riesgo de relegar el largo plazo a un segundo plano. Los medios que utilizamos para generar crecimiento económico y bienestar a corto plazo están, sin embargo, íntimamente ligados a nuestra capacidad para mantener el impulso a largo plazo. No siempre es fácil hacer compatibles y complementarias estas perspectivas temporales. De hecho, es muy difícil establecer prioridades y distinguir entre lo importante y lo urgente. Es, precisamente, en la intersección de estas peligrosas corrientes cruzadas donde se encuentra el concepto de «sostenibilidad».

A comienzos del siglo XXI había en todo el mundo una percepción generalizada de que los recursos naturales de la tierra eran finitos. Esto no es, en manera alguna, una preocupación nueva. Ya las polémicas premoniciones realizadas más de doscientos años atrás por el economista inglés Thomas R. Malthus generaron una primera oleada de concienciación. El interés por la sostenibilidad ha aumentado y disminuido durante los últimos decenios, y cabe señalar los siguientes hitos como instigadores de acalorados debates entre expertos, legisladores y el público en general: el Informe sobre Los Límites del Crecimiento preparado en 1972 por el famoso Club de Roma, la crisis del petróleo de 1973, el informe de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. de 1979 donde se vinculaban los gases de efecto invernadero con el calentamiento global, o el accidente nuclear de Chernóbil de 1986. El siglo XXI se inauguró con la firma del Protocolo de Kioto en 2001, que entró en vigor en 2005, e impuso una serie de límites a las emisiones de gases de efecto invernadero.Si bien su eficacia está en duda, muestra una creciente toma de conciencia de los problemas medioambientales.

Lo mismo ocurre con el famoso informe de 700 páginas del economista británico Nicholas Stern, La Economía del Cambio Climático: Informe Stern (2007), que estima que, sin la intervención coordinada de los gobiernos de todo el mundo, el cambio climático reduciría el PIB mundial en más de 1% anual, y posiblemente hasta un 3% en 2050, mientras que las medidas necesarias para mitigar sus riesgos no costarían más del 1%. Estas estimaciones son promedios y la dispersión en torno a ellos es bastante grande. Se vaticina que los países en desarrollo son los que más sufrirán las consecuencias del calentamiento global.

El caso del calentamiento global ayuda a comprender las causas de la degradación del medio ambiente y las perspectivas para lograr la sostenibilidad. Mientras que los desastres medioambientales tienden a ser de ámbito local, el calentamiento global ha aumentado de manera importante las probabilidades de potenciales desastres de carácter mundial debido, entre otros, a los cambios del nivel del mar, la inestabilidad atmosférica, la distribución geográfica de las especies y los rendimientos agrícolas. «La temperatura de la tierra se está acercando, aunque aún no ha llegado, a un punto de inflexión más allá del cual será imposible evitar un cambio climático con unas consecuencias no deseadas y de amplio alcance», afirma Jim Hansen de la NASA (2006), reconocido como líder mundial experto en cambio climático. Al igual que en los casos de la demografía y la desigualdad, la Revolución Industrial representa un hito para el medio ambiente. Las emisiones de dióxido de carbono han aumentado un 40% desde el comienzo de la industrialización, y pueden duplicarse o triplicarse antes de que el siglo XXI llegue a su fin. Durante el siglo XX el consumo de combustibles fósiles se multiplicó por 14. A medida que la vida urbana se convierte en la norma para la mayoría de la población mundial, también aumentará la demanda de transporte y de alimentos. Las ciudades son responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, y cada semana tres millones de personas se trasladan a alguna ciudad. Según avanza el siglo XXI resulta más difícil satisfacer las necesidades mundiales de agua potable, de energía y de alimentos. A medida que más y más personas en distintas partes del mundo demandan un mejor nivel de vida, la carrera por los recursos naturales se intensifica.

Muchas personas piensan que la tecnología representa la esperanza para encontrar una solución a los problemas aparentemente insolubles ligados a la sostenibilidad, en general, y al calentamiento global, en particular. Es cierto que durantelas últimas tres décadas los motores de automóviles, la generación de electricidad proveniente de combustibles fósiles, los electrodomésticos y los sistemas de calefacción y de refrigeración se han hecho hasta tres o cuatro veces más eficientes.

En el campo de las energías renovables, especialmente la solar y eólica, su ritmo actual de mejora puede hacer que compitan con el carbón, que aun constituye la forma más barata de generar grandes cantidades de electricidad.

Un aspecto de la sostenibilidad que a menudo se olvida es el comportamiento humano en relación con ella. Una mayor concienciación acerca de la contaminación y la sostenibilidad ha tenido gran impacto en el ahorro de energía, especialmente en las áreas de refrigeración y calefacción del hogar, del transporte y la alimentación y la dieta. La gente olvida que el metano originado por los gases del ganado, así como por otras fuentes relacionadas con la ganadería, generan hasta un 18% de las emisiones totales de carbono (FAO 2006).

El consumo de vacuno ha aumentado notablemente en aquellas economías emergentes con mayores ingresos. Por tanto, los cambios dietéticos contribuyen al calentamiento global, pero también pueden considerarse como una fuente de reducción de emisiones. Otro ejemplo es el turismo, que es responsable de alrededor del 5% del total de los gases de efecto invernadero.

Otro ámbito que está presente, prácticamente, en todos los debates sobre la sostenibilidad es el papel que la regulación y los impuestos deben desempeñar en el fomento de producciones y consumos más eficientes y ecológicos, y, en concreto, en el papel que deben de jugar sobre la energía. En el caso del calentamiento global, los gobiernos han desplegado una batería de incentivos para reducir las emisiones, incluyendo el establecimiento de impuestos sobre la gasolina y las emisiones de carbono, créditos fiscales, sistemas de primas para las energías renovables, así como otras formas de fiscalidad positiva o negativa. Gran parte del debate en este terreno se refiere a la disyuntiva, real o aparente, entre el crecimiento económico presente y la sostenibilidad futura.

También es importante la discusión sobre si la intervención del gobierno debería promover la innovación en lugar de la producción. Ello bajo el supuesto de que la producción sostenible tiene que ser sostenible en sí misma, es decir, competitiva en costes. Los desequilibrios financieros globales podrían reducirse si los países importadores de energía desarrollasen fuentes de energía autóctonas. Por último, hay una serie de cuestiones de seguridad nacional relacionadas con la independencia energética que, sin duda, configurarán la geopolítica del siglo XXI.

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