Cultura

«En la política sí hay polarización, pero en el espíritu de la gente impera la fatiga»

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11
febrero
2022

La escritora y filósofa Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) se ha convertido para los medios en una de las voces que permiten comprender a la ‘generación Z’, aunque ella no está tan conforme con esa etiqueta. Su último libro es una novela, ‘Madrid será la tumba’, publicada en los Episodios Nacionales de la editorial Lengua de Trapo y captura la experiencia de dos edificios ocupados –uno por un grupo marxista-leninista y, otro, por uno fascista– en el Madrid de 2016, confrontando dos signos completamente opuestos. Un enfrentamiento que refleja el modo en que los discursos se infiltran en la sociedad hasta convertirse en algo hegemónico.


Madrid será la tumba forma parte de una colección que se inspira en la filosofía de los Episodios Nacionales de Galdós, quien intentaban registrar el siglo XIX a través de la ficción. ¿Sabemos ya cuál es nuestro momento histórico

Precisamente una de las cosas que motiva a escoger un episodio menor es no querer acercarme a un gran evento trascendental de los últimos años, como si ya fuera consciente de cuales son cada una de sus repercusiones. Quería acercarme a algo más pequeño, que tiene más que ver con explorar ciertas temáticas morales o políticas dentro de la ficción que con un retrato fiel de la realidad.

La gran tragedia final del libro lleva a uno de los personajes a descubrir que el tipo de mensajes con el que manipulaba a la opinión pública se han convertido en el manual de operaciones que emplea todo el mundo. ¿Dialoga así con nuestro tiempo, advirtiendo sobre el poder de las palabras?

Hay toda una reflexión importante que es justamente esta distinción entre cuál es la responsabilidad y cuál es la capacidad de acción que tienen respectivamente las imágenes y las palabras. El personaje se escuda en el hecho de que él construye palabras con ese discurso y no elabora imágenes, casi para quitarse la responsabilidad. Creo que sí hay que tener consciencia de cuál es el poder de las palabras en el marco discursivo dentro del cual estamos jugando. Incluso qué tipo de metáforas empleamos o qué violencia se cuela a través de las palabras con las que nombramos el mundo. Evidentemente, detrás de esas conclusiones, hay una reflexión sobre cuál es el estado de nuestra comunicación política en la actualidad, un estado de guerra muy abierto a nivel discursivo. Al final, lo que acaba sucediendo en la novela es que quien construye ese relato lo hace, precisamente, porque llega a parecerle que las palabras pueden ser inocentes y se quita la responsabilidad de haberlo hecho. Recuerdo el año pasado en las manifestaciones por la muerte de Samuel Luiz ese cántico de que lo que te gritan mientras te matan importa. El clima discursivo que ha permitido que eso se construya puede tener efectos reales sobre la realidad.

«La democratización de la esfera pública ha llevado a la figura del intelectual a tener menos relevancia que antes»

¿El hecho de que las redes sociales hayan democratizado el acceso al discurso ha convertido a la intelectualidad en menos relevante como influencia política y social? Esto en algunos niveles tiene su lado positivo, pero ¿se puede haber banalizado lo que resulta relevante en el discurso público?

Hay redes sociales que te llevan a unas cosas y otras que te llevan a otras. En Twitter, por ejemplo, funciona muy bien la cultura del zasca y del enfrentamiento, ataques muy masivos y reacciones muy cortas y virulentas; pero Instagram, aunque tiene muchas cosas malas relacionadas con su cultura visual, no es a priori tan virulenta. Lo que sí sucede con esa democratización de esa esfera pública es que la figura del intelectual público, del prescriptor, tiene menos relevancia de la que tenía antes. No me parece per se algo negativo o algo positivo. No obstante, de repente conversaciones –o el grado de violencia en las conversaciones– que antes solo se compartían en la intimidad se ven trasladadas a un lugar en el que todo queda listado, en el que todo es casi permanente y donde cualquier cosa que se diga es dicha de forma pública. Incluso las amenazas y los momentos en los que se ven las peores partes de los seres humanos. No es a priori malo, pero modifica nuestra manera de conversar y de discutir las cosas, incluso de verlas. Nos obliga a un comportamiento mucho más parecido a la sentencia.

Colarse en los temas de la agenda informativa implica ser el foco de atención: tienes que ser viral para que ese tema se tenga en cuenta. ¿Es esto una evolución de lo que ya ocurría antes cuando había que dar titulares, o es realmente mucho más problemático? 

Quizás había que dar titulares, pero esos fenómenos de viralización no existían de esta manera. La voluntad de epatar ha existido durante mucho tiempo, pero el feedback no ha sido tan inmediato o disponible, ni tampoco las dinámicas de reacción y producción de dopamina con los likes, como en el momento actual. En parte hay que considerarlo como otra cosa, sobre todo porque todo esto corre el peligro ya no de ser un instrumento para que quien piensa o quien crea se dé a conocer, sino una herramienta que se convierte en la vocación principal de quien crea.

«Las etiquetas generacionales sirven para tapar otros factores que explican mucho mejor nuestra realidad»

Una de mis intenciones al escribir el libro era, en parte, oponerme a una tendencia en la literatura contemporánea que consiste en como, cuando los escritores hacen una obra, lo que interesa no es el texto sino la busca de sentencias morales y políticas porque se identifica con un componente autobiográfico e ideológico. Y luego, se exige en las entrevistas que quien escribe afirme cosas que sean más o menos parecidas a lo que dice su novela. Como si pudiéramos sacar del texto unas declaraciones –hay escritores que se prestan a ello– y colocarlas como declaraciones ideológicas del autor.

En la novela opones a un personaje fascista y a uno marxista-leninista. Parece casi obligatorio preguntarte por la polarización social. 

En la esfera política sí que hay gente muy polarizada, pero creo que, sobre todo después de la pandemia, lo que impera en el espíritu de la gente, más que polarización, es cansancio y fatiga. De nuevo, Twitter contribuyen a dar una imagen muy polarizada, pero porque la gente discute con quien está en su mismo círculo generándose una retroalimentación constante. ¿Decir que estamos en un momento tan polarizado? Creo, de hecho, que por esa misma fatiga vamos hacia un momento de menor polarización que el ciclo que ha habido en los últimos años.

¿Te ves como una voz generacional?

Ser joven es un hecho que no puedo modificar, con lo cual no tengo mucho apego a los discursos generacionales. Para mí sirven para tapar otras variantes que explican más, como el género o la clase. Lo generacional no me interesa tanto. No siento particular apego a lo Z, tampoco sé muy bien qué significa. Según sean las voluntades del marketing es un significado que va variando.

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