Cambio Climático

Abordar el metano para salvar el planeta (y nuestro futuro)

Las emisiones de metano se caracterizan por ser más efímeras, pero también por su potencia (y, por tanto, gravedad) respecto al dióxido de carbono. Sin una mitigación efectiva no podremos frenar a corto plazo el calentamiento global.

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20
diciembre
2021

Hemos puesto tanto énfasis en el principal gas de efecto invernadero emitido por el ser humano, el CO2, que se nos ha ido olvidando la creciente importancia del metano. Las emisiones de este gas, que cuenta con una gran capacidad de retener la energía solar, están concentrándose con un gran volumen en la atmósfera. Tanto es así que, según algunas estimaciones, el metano es responsable de al menos la tercera parte del calentamiento global actual. Su importancia es tan grande que este particular gas protagoniza uno de los pocos planes que se concretaron en la última cumbre del clima en Glasgow (COP26): allí se planteó atajarlo con una reducción del 30% de las emisiones globales para 2030. No obstante, como tantas cosas en la COP26, también este objetivo se quedó corto. Naciones Unidas, en un informe de mayo de 2021, planteaba ya entonces la necesidad de reducir las emisiones de metano en un 45% en los próximos 10 años. Como evidencia de la urgencia suscitada por las emisiones de metano, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) –junto con el apoyo de la Unión Europea– ha creado este año el Observatorio Internacional de Emisiones de Metano (IMEO) con el objetivo de impulsar la reducción de sus emisiones.

Aunque el tiempo de residencia del metano en la atmósfera es inferior al del CO2 (12 años frente a más de 120), este es mucho más efectivo atrapando la radiación solar, lo que lo convierte en un gas de efecto invernadero 80 veces más potente que el CO2. Además, a diferencia del dióxido de carbono, las concentraciones atmosféricas de metano están aumentando más rápidamente que en cualquier otro momento de las dos últimas décadas. Desde 2014, estas concentraciones se acercan a los escenarios de mayor intensidad entre los diferentes gases de efecto invernadero. Las razones de este crecimiento no están del todo claras, principalmente debido a las incertidumbres en el balance global de metano. Las fuentes emisoras de metano, al fin y al cabo, son varias. Así, pueden ser biogénicas (humedales, lagos, agricultura, residuos, fusión del permafrost); termogénicas (uso de combustibles fósiles y filtraciones naturales); pirogénicas (quema de biomasa y biocombustibles); o mixtas (hidratos de metano, geológicas).

Naciones Unidas planteaba ya en mayo de 2021 la necesidad de reducir las emisiones de metano en un 45% en los próximos 10 años

Los nuevos estudios sugieren que el reciente y rápido aumento de las concentraciones de metano a nivel mundial es sobre todo de fuente biogénica, proviniendo principalmente de la agricultura, con contribuciones menores a partir del uso de combustibles fósiles y de las emisiones de los humedales. De este modo, si nos centramos en las emisiones relacionadas directamente con las actividades humanas, hay tres fuentes principales. En primer lugar se sitúa la agricultura, que representa el 40% de las emisiones de metano antropogénico. La mayoría de estas emisiones surgen, por tanto, del estiércol del ganado, de la fermentación, y también del cultivo del arroz. Por otra parte, la extracción, el procesamiento y la distribución del petróleo, el gas y la minería del carbón representan a su vez más de un tercio de las emisiones antropogénicas de metano. A ello se suma, por último, la gestión de los residuos, los vertederos y las aguas residuales, que suponen entorno a la quinta parte de las emisiones de origen humano. Además, no puede excluirse la liberación repentina de metano en el Ártico y en otros lugares de la Tierra, En términos geográficos, sin embargo, los trópicos son los que más preocupan: allí se acumulan dos tercios del total de las emisiones globales de metano.

Pero si pensamos en reducir la cantidad de metano en la atmósfera debemos pensar en los sumideros de este gas: los suelos y sus microorganismos y las plantas y los organismos fotosintéticos. Los procesos dominantes por los que se elimina el metano de la atmósfera incluyen su oxidación por el radical hidroxilo (OH) y otros radicales libres presentes en la atmósfera, así como la metanotrofia; es decir, se basan en el uso del metano como fuente de carbono por ciertos microorganismos de los suelos. Además, evitar las emisiones de metano mediante la mitigación local y puntual será siempre menos costoso y más eficiente que eliminar el metano del aire una vez que ha sido emitido. Los esfuerzos de mitigación local, sin embargo, parecen ser insuficientes para cumplir con el objetivo del Acuerdo de París tanto en términos de escala como de velocidad. Es por ello que cada vez parece más importante desarrollar mecanismos y tecnologías que permitan eliminar el metano de la atmósfera, algo que de momento reviste una enorme complejidad. No obstante, la eliminación del metano de la atmósfera debe verse como un complemento, pero no como un sustituto de la reducción de las emisiones de metano y dióxido de carbono.

La eliminación de metano de la atmósfera –por ejemplo, mediante una oxidación que lo convierta en dióxido de carbono– puede compensar la liberación continua de metano y limitar la contribución al calentamiento global de este potente gas de efecto invernadero. La eliminación del dióxido de carbono cuenta con un programa de investigación y una base tecnológica cada vez más consolidados, pero no existe un marco similar –aunque sea cada vez más necesario– para la eliminación del metano. Los cálculos más recientes refuerzan la importancia de desarrollar estas tecnologías, ya que tanto la temperatura como la concentración del ozono en la troposfera disminuyen significativamente con la eliminación del metano.

Evitar las emisiones mediante la mitigación local es más eficiente que eliminar el metano del aire una vez que ha sido emitido

El hecho de que las emisiones de metano procedentes de las crecientes actividades agrícolas sean la causa dominante del aumento de este gas en la atmósfera apunta a la necesidad de equilibrar la seguridad alimentaria con la protección del medio ambiente, así como la reducción drástica de gases de efecto invernadero. Debido al alto potencial de calentamiento global que posee el metano y a su corta vida en la atmósfera en comparación con el CO2, su mitigación ofrece la posibilidad de frenar el cambio climático de forma eficiente a corto plazo. Su mitigación, además, no solo ofrece beneficios climáticos: podría ayudar a mejorar la salud humana y la producción de cultivos mediante la reducción simultánea de la producción de ozono. Cabe recordar que, en presencia de la radiación solar, el metano favorece la formación del ozono a nivel del suelo; a su vez, el ozono, en estas capas bajas de la atmósfera, es un importante contaminante, además de un potente gas de efecto invernadero.

Los rápidos beneficios climáticos, junto con los posibles beneficios económicos, sanitarios y agrícolas relativos a la mitigación del metano, justifican un esfuerzo urgente para cuantificar y reducir las emisiones globales de este gas. Entre los ámbitos donde la acción puede ser más rápida y eficaz se encuentra, por ejemplo, la prevención de fugas de metano en las instalaciones de gas y petróleo. Una reducción del 45% de las emisiones de metano en 20 años –un objetivo tan necesario como viable– evitaría 180.000 muertes prematuras y medio millón de complicaciones de salud vinculadas al asma y a otras dolencias respiratorias. También mejoraría el rendimiento de los cultivos en unos 26 millones de toneladas al año. Mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C es de por sí un objetivo difícil con el foco situado sobre las emisiones de CO2, pero ese objetivo será directamente inalcanzable si no se aborda también, con firmeza y rapidez, la reducción de las peligrosas emisiones de metano.


Fernando Valladares es ecólogo e investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

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