Medio Ambiente

La salud de los océanos

El cambio climático, la contaminación, la minería o la sobrepesca son solo algunas de las principales amenazas que acechan actualmente a los mares y océanos. Detener su deterioro significa proteger sus ecosistemas, pero también garantizar la supervivencia del planeta… y la nuestra.

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22
octubre
2021

La Tierra y el cuerpo humano comparten un vínculo excepcional: ambos están constituidos mayoritariamente por agua. De ahí que no sea una exageración afirmar que, de los mares y océanos, de esas masas de agua que cubren el 70% de la superficie terrestre, depende la vida tal y como la conocemos. Son, en definitiva, vitales para la salud humana, pero también para la del propio planeta. El problema radica en que, durante siglos, pensamos que este recurso natural era tan inmenso e inagotable que era completamente imposible ponerlo en riesgo.

«Cuando yo era niña, la sabiduría común era que el océano es demasiado grande para fallar, que debíamos usarlo, sacar cosas, meter basura. Incluso ahora existe esa idea de que si proteges un poco de océano, puedes usar el resto con impunidad», explicaba la reconocida bióloga marina Sylvia Earle durante una conferencia de Naciones Unidas en 2017. Entonces, como ahora, estábamos equivocados, y hoy la salud de los océanos es extremadamente delicada.

El 90% del comercio mundial se transporta por los océanos y supone el 3% de las emisiones globales

Son muchas las amenazas que actualmente se ciernen sobre los océanos. Sin embargo, el grueso de los expertos internacionales coincide en que la crisis climática es la de mayor envergadura (y emergencia). También, la que más años lleva consolidándose. Con el paso del tiempo, las concentraciones de gases de efecto invernadero de fuentes antropogénicas –es decir, de origen humano– se han incrementado, provocando, a su vez, que las temperaturas oceánicas y atmosféricas aumenten. Ese calentamiento global ha favorecido, entre otros factores, que el hielo de los polos se derrita, el nivel del mar suba y el agua sea cada vez más ácida. Estas alteraciones, lejos de estar aisladas, afectan directamente a las redes tróficas y a la distribución y abundancia de los organismos marinos, según explica una investigación multidisciplinar publicada en la revista científica Frontiers in Marine Science que cuenta con la participación de expertos de Suecia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia. Y, en algunos casos, tienen que ver con la muerte de especies como, por ejemplo, los corales.

Así lo ratifica Almudena Martín, bióloga especializada en fauna marina, que añade que el aumento de las temperaturas pone en peligro el apareamiento de ciertos organismos. De hecho, un estudio elaborado por expertos del Instituto Alfred Wegener, del Centro Helmholtz de Investigación Polar y Marina (AWI) en Alemania, apunta que podría llegar a afectar al proceso de reproducción de hasta el 60% de todas las especies de peces. Por otro lado, explica Martín, la acidificación derivada de la disolución en el agua de los gases que emitimos produce un cambio en el pH que modifica los ecosistemas. «Como el fitoplancton, que es clave en la regulación del CO₂ en la atmósfera y, de hecho, es el verdadero pulmón de la Tierra y no los bosques, ya que produce entre el 50% y el 85% del oxígeno que necesitamos para respirar», sostiene. Y añade: «La única manera de frenar esta degradación es parar de emitir CO₂».

La contaminación de los océanos y las islas de plástico

A lo largo de los siglos, los fondos marinos se han ido convirtiendo poco a poco en el gran vertedero del mundo. Cada año llegan a ellos aproximadamente 12 millones de toneladas de desperdicios. O, lo que es lo mismo, el equivalente en basura a 1.200 veces el peso de la Torre Eiffel, según datos de Greenpeace. De estos desechos, la gran mayoría son plásticos que tardan décadas en desintegrarse y que han llegado a crear cinco descomunales islas de plástico que hoy flotan sobre nuestros océanos. Sin ir más lejos, la más grande, en el Pacífico, está formada por 1,8 billones de trozos de este material y triplica ya, en total, toda la superficie de Francia. «Estos son los macroplásticos, que capturan y matan a muchísimos animales –como peces, tortugas o focas–, pero no son el único problema. Los microplásticos, que cuentan con menos de 5 milímetros de diámetro, envenenan a todas las especies marinas», explica Martín, que defiende que dejar de utilizar plásticos de un solo uso es el mejor de los remedios. Una solución que también proponen legislaciones como la Directiva europea de 5 de junio de 2019 sobre la reducción del impacto de ciertos productos de plástico en el medio ambiente, que entró en vigor el pasado julio y que prohíbe la venta de pajitas, bolsas, bastoncillos y otros productos similares.

No obstante, los plásticos son solo la cara más visible del problema: la mayor parte de los vertidos no se quedan en la superficie, sino que descienden a las profundidades, poniendo en peligro a la fauna y flora marina.

La sobrepesca y las prácticas ilegales

La pesca es una fuente esencial de proteína animal para millones de personas alrededor del mundo. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) estima que cada año se consumen más de 100 millones de toneladas de pescado. Y la cifra va en aumento. Esto ha provocado que en torno a un 30% de las poblaciones de peces estén explotadas o sobreexplotadas. Además, según el estudio Catch reconstructions reveal that global marine fisheries catches are higher than reported and declining, publicado en 2016 en Nature Communications, anualmente se extraen unos 30 millones de toneladas más de manera ilegal. «Además de mermar las poblaciones de especies a un ritmo del que no se pueden recuperar, las diferentes formas de pesca industrial, sobre todo la de arrastre, arrasan con todo. Dañan el fondo marino y acaban con las praderas que son vitales para la fauna, y también para transformar el CO₂ en oxígeno», explica Martín.

Sería fácil pensar que la acuicultura es la solución al problema de la sobrepesca. Sin embargo, esta práctica también presenta múltiples riesgos ambientales relacionados con la calidad del agua. La introducción en los océanos de patógenos no nativos por el uso generalizado de antibióticos, la aparición de nuevas especies en el medio, la destrucción o pérdida del hábitat para proporcionar espacio para la acuicultura y el aumento de cargas de nutrientes en el medio natural son algunos de los retos que plantea este tipo de instalaciones cada vez más numerosas. A esto se le añaden problemas que ya se pueden percibir en algunas especies de peces, como la propagación de enfermedades. También sus efectos se dejan sentir en el territorio. Según Ecologistas en Acción, en torno al 85% del fósforo, el 80% del carbono y el 52% del nitrógeno introducidos en las jaulas pasan al medio marino a través de la comida, las excreciones de los peces y la respiración. Una contaminación que, lógicamente, comienza por el ecosistema más cercano, pero que no tiene por qué terminar en ese mismo lugar, sino en nuestros mercados. Así, uno de los principales desafíos que se presentan para la acuicultura es el de desarrollar operaciones que, además de ser económicamente viables, sean sostenibles.

La actividad humana en zonas costeras

A lo largo de la historia, las áreas costeras han atraído el asentamiento de seres humanos. Un fenómeno que, con el paulatino y exponencial aumento de la sociedad, ha provocado que los entornos marinos estén cada vez en mayor riesgo. Hoy, casi la mitad de la población española vive en zonas cerca del mar, donde se encuentran unos ecosistemas altamente productivos, pero también esenciales a la hora de garantizar la supervivencia de las poblaciones: generan lluvias que pueden frenar el avance de las sequías, amortiguan las inundaciones y controlan la erosión del suelo. «El desarrollo y la intensificación de las actividades humanas en las zonas costeras, como la recuperación de tierras y la conversión de hábitats para sustentar las actividades económicas, han resultado en la pérdida de hábitats de amortiguación que reducen la acción de las olas durante las tormentas. Se estima que la pérdida de hábitats como dunas de arena, manglares, lechos de pastos marinos y arrecifes de coral deja entre 100 y 300 millones de personas en mayor riesgo de inundaciones y huracanes», apunta la investigación citada en Frontiers in Marine Science.

En la misma línea que la ocupación de las zonas de costa, el turismo marino también tiene fuertes impactos ambientales. Sobre todo, según apunta la investigación mencionada, produce cambios en el comportamiento de la vida silvestre provocados por la extracción de organismos o la conversión de su hábitat para la construcción de complejos turísticos. Este último caso es especialmente notable en España, donde, según el estudio A toda costa, elaborado por Greenpeace y el Observatorio de la Sostenibilidad, el 80% de los recursos naturales que abastecen las zonas costeras está degradado por la urbanización masiva. Construcciones como El Algarrobico, un inmenso hotel a medio hacer a tan solo catorce metros de la lengua del mar en la playa de Carboneras, en Almería, se han convertido ya en iconos de los excesos del ladrillo que salpican el litoral español.

El transporte por mar

El 90% del comercio mundial se transporta por los océanos, según el Informe de Transporte Marino de 2019 de la ONU. Estos desplazamientos generan en torno a un 3% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Se trata, además, de un sector en crecimiento desde el desarrollo del comercio online, que ha disparado las demandas de productos no disponibles localmente. Además, de manera más o menos intencionada, el transporte marítimo se sirve de las consecuencias de la crisis climática para aprovechar las nuevas rutas que se abren en los océanos; unas vías que, como quedó claro cuando el barco Ever Given encalló y bloqueó el canal de Suez a inicios de 2020, son cada vez más esenciales para el comercio. Y, sin embargo, el aumento del tráfico por estas rutas y la creación de puertos no dejan de incrementar el riesgo de propagación de especies invasoras y patógenos a través del agua de lastre. Una contradicción que, sin duda, vuelve a enfrentar desarrollo económico y salud planetaria.

La minería en alta mar

Los fondos marinos albergan grandes depósitos de minerales, metales y combustibles fósiles, lo que lleva a la industria minera a remover y excavar en aguas profundas. Esta actividad de extracción supone un grave riesgo para la biodiversidad marina, ya que no solo se alteran los ecosistemas, sino también los procesos naturales de almacenamiento de carbono. Todo ello sin mencionar que nuestra ignorancia acerca del fondo marino –ni siquiera conocemos más allá del 1%– hace imposible cuantificar realmente los daños. Durante su charla en Naciones Unidas, Earle se expresó duramente sobre el tema: «La minería en aguas profundas está justificada para extraer minerales para nuestros teléfonos móviles y nuestros ordenadores. Y si bien hay muchas fuentes en la tierra, hay muchas personas que se oponen a tener actividades mineras en su patio trasero. Pero ¿quién se va a quejar en las profundidades marinas? En el proceso, se asesina a ecosistemas enteros. La gente no sabe que la arena es un hábitat y que está viva», denunció.

Por su parte, Martín explica que la extracción de combustibles fósiles en sí misma no tiene por qué producir problemas, salvo en caso de accidentes fortuitos. «Pero esta es la menor de las amenazas», matiza la experta, que recuerda que el uso de los combustibles fósiles fuera del mar supone la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero.

Cada año llega a los océanos el equivalente en basura a 1.200 veces el peso de la Torre Eiffel

Cada una de estas amenazas afecta, de por sí, a los ecosistemas marinos. Sin embargo, a grandes rasgos no sabemos ni el impacto real que tienen ni el que pueden llegar a tener a largo plazo. «Existe una profunda incertidumbre sobre las repercusiones de estos factores de estrés acumulativos, y también sobre la velocidad sin precedentes con la que aparecen y se combinan», reza la investigación de Frontiers in Marine Science. Earle también comparte esta opinión: «Todavía existe una amplia ignorancia sobre el problema al que se enfrenta el océano. No ves titulares sobre lo que está sucediendo en el océano, sobre la pérdida de arrecifes de coral, sobre la acidificación del océano impulsada por el exceso de dióxido de carbono. El océano necesita una buena voz, una voz firme y constante que resalte lo que está sucediendo y lo haga relevante para la gente».

Instituciones y organismos como Naciones Unidas pretenden, precisamente, convertirse en esa voz y trabajar para preservar nuestros océanos. De hecho, conservar y utilizar sosteniblemente la masa marina de la Tierra es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Sin embargo, hay quien cree que esos esfuerzos son insuficientes. Es el caso de Martín, quien considera fundamental duplicar la ambición y actuar con todas las herramientas posibles. «A estas alturas hay consecuencias que son irreversibles, pero tenemos que intentar evitar que vayan a más», defiende. Ante la pregunta de si estamos a tiempo de hacer algo, surge un silencio solemne. Después, responde tajante: «Hay que parar lo que estamos haciendo. Es la única forma».

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