Sociedad

Cuando la salud mental acaba con la infancia

Los problemas de salud mental se extienden como una nueva epidemia entre aquellos más jóvenes: según los datos de la Asociación Española de Pediatría, los ingresos en psiquiatría infantil se han multiplicado por cuatro desde 2020. Las alteraciones, fuertemente relacionadas con el contexto social, van desde la ansiedad hasta, en los casos más graves, el suicidio.

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13
octubre
2021

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La salud mental ha sido, hasta hace poco, primero un estigma vergonzante que había que ocultar a toda costa y, después, una especialidad médica a la que apenas se destinan recursos. Sin embargo, hoy se está convirtiendo en uno de los motivos que más –y con mayor frecuencia– nos enferman. Dentro de treinta años los problemas mentales serán la primera causa de enfermedad a lo largo del mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud; a este respecto, ya ni siquiera podemos descartar a los niños.

Durante la pandemia, según datos de la Asociación Española de Pediatría, los ingresos en psiquiatría infantil se han multiplicado por cuatro. Los cuadros más comunes en esta avalancha de ingresos infantiles han sido aquellos relativos a la ansiedad, el estrés, los trastornos alimentarios y obsesivos y la depresión. «No nos engañemos, antes del covid-19 ya teníamos un problema serio. Es cierto que las restricciones alteraron las rutinas e interrumpieron la educación y el ocio, lo que provocó muchos trastornos en los menores y adolescentes, pero la cosa viene de antes. La falta de estímulos, el hecho de pasar mucho tiempo solos y no jugar físicamente con los amigos –sino hacerlo de manera virtual– o el puro aburrimiento lleva a comportamientos que pueden ir desde las autolesiones, con cortes de diversa gravedad, hasta conductas agresivas o suicidas en los casos más graves», explica Lola Baños, terapeuta especializada en niños.

Durante la pandemia los ingresos en psiquiatría infantil se han multiplicado por cuatro

UNICEF también recuerda que la preocupación de las familias por su futuro, la falta de ingresos, el temor a perder el trabajo o incluso al propio hecho de enfermar repercute en el bienestar mental de los más pequeños. Las cifras, que en ocasiones pueden resultar distantes y abstractas, son especialmente preocupantes en el caso que nos ocupa: uno de cada siete niños y adolescentes de entre 10 y 19 años tiene algún problema mental diagnosticado; 46.000 de ellos, además, se suicidan anualmente: casi uno cada once minutos, lo que la convierte en el quinto tipo de muerte más común entre los más jóvenes.

Tal y como muestra el último análisis realizado por la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, las pérdidas económicas derivadas de estas aflicciones se estiman en alrededor de 387.000 millones de dólares. A pesar de ello, la media del gasto en salud mental de los países alrededor de todo el mundo continúa siendo escasa.

Los cuadros clínicos más frecuentes entre los menores son los trastornos de ansiedad, los cuales, a su vez, pueden traducirse en distintos miedos: a la oscuridad, a ir al colegio o incluso simplemente a salir de casa. En este sentido, incluso se hallan temores que se antojan ajenos a los niños, como ocurre con el miedo a lo que el futuro depare a sus padres. Algunos de los casos más frecuentes incluyen los trastornos por déficit de atención e hiperactividad, manifestados en una fuerte impulsividad y dificultad para mantener la atención; trastornos alimentarios, que pueden derivar en anorexia o bulimia nerviosa, así como en disfunciones emocionales y sociales; y perturbaciones del ánimo, donde se incluyen una profunda tristeza, la pérdida de interés, el trastorno bipolar e incluso la depresión.

Las pérdidas económicas derivadas de estas aflicciones se estiman en alrededor de 387.000 millones de dólares

En determinados casos, las alteraciones de la salud mental pueden concluir en diagnósticos aún más serios, como el trastorno de estrés postraumático, que conlleva un sufrimiento sostenido en el tiempo y que causa pesadillas, ansiedad, respuestas violentas o autolesiones; trastornos del espectro autista que pueden causar profundas incapacidades para relacionarse con sus pares o compartir sus sentimientos; y esquizofrenia, con la consecuente pérdida del contacto con la realidad que ésta conlleva.

El desenlace, sin embargo, no es espontáneo, sino que se gesta lentamente en el tiempo. Pero, ¿cómo detectar el problema? «Por lo general, suele ser fácil descubrir síntomas en nuestros hijos que nos permitan anticiparnos y atajar, así, una situación antes de que se convierta en dramática: se vuelven tristes, meditabundos, están desmotivados incluso frente a aquellas situaciones que antes les interesaban, tienen cambios drásticos de humor, pierden peso, les cuesta concentrarse o dejan de salir con los amigos», perfila Baños.

La prevención, al igual que ocurre en el resto de patologías, es fundamental. Y en apariencia, además, esta es sencilla: se trata de fomentar la comunicación con ellos, interesarse por su vida diaria, acompañarlos en los momentos delicados –un examen, una relación conflictiva–, planificar actividades conjuntas, facilitarles una alimentación sana, animarles a que hagan ejercicio, que duerman bien y las horas necesarias, controlar que hacen un uso responsable de internet y de los videojuegos… la lista se alarga según las necesidades de las propias personas. «Y normas. Tendemos a pensar que cuanto más libre sea un niño mejor crecerá, pero la libertad se configura con límites y normas que el niño tiene que incorporar y respetar», concluye Baños.

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