Sociedad

Estoicismo: ¿Salvación o privilegio?

Soportar, renunciar, resistir: el estoicismo propone abandonar el intento de controlar todo lo que escapa de nuestro alcance para evitar una ansiedad generalizada. Sin embargo, la explosión de consumo y el desenfreno social pueden desembocar en una búsqueda compulsiva –y dañina– de la tranquilidad.

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10
agosto
2021

Soportar, renunciar, resistir: tres palabras que resuenan con fuerza a través del estoicismo. El filósofo griego Epicteto consideraba, de hecho, que un estoico es «un hombre que en la enfermedad se crea dichoso, que, despreciado y calumniado, sea dichoso». Es decir, una persona capaz de controlarse tanto a sí misma como sus propios impulsos; un individuo cuyo barniz civilizatorio logre ocultar por completo las facetas más primigenias de su ser. Una filosofía que se resume en la voluntad de resistir las pulsiones que, como una corriente eléctrica, recorren –a veces– cada rincón de nuestras mentes. 

La meta de cualquier estoico, por tanto, debe ser la imperturbabilidad. Rechazar aquello que escape a nuestra posible acción: solo debemos enfocarnos en cambiar —o no— todo lo que depende de nosotros mismos puesto que, lo demás, al ser imposible de controlar, generaría una ansiedad inútil que tan solo perturbaría nuestro estado natural. ¿Qué sentido tiene intentar agarrar con las manos un puñado de aire?

Así, seguir con firmeza la senda de la naturaleza es uno de los axiomas básicos del estoicismo. Tal como explica John Sellars, profesor de filosofía en la Universidad de Londres y fundador de la plataforma Modernstoicism, «la filosofía estoica es como un huevo: la lógica es la cáscara, la ética es la clara y la interconexión de la naturaleza es la yema». Es por ese carácter de autocontrol por lo que muchos, precisamente, proponen sus doctrinas para hacer frente a la actualidad, marcada por continuas turbulencias que nunca parecen tener fin. Pero ¿puede triunfar el estoicismo?

El triunfo del espíritu

En las sociedades occidentales, la necesidad de espiritualidad sacude el tablero cada cierto tiempo. La expansión de la meditación en formas prometeicas —aún permanece el triunfo del mindfulness o el yoga— se presenta, cada vez más, como algo natural. «La tendencia a realizar este tipo de actividades es fruto del bienestar. Es lo que algunos llaman la nueva espiritualidad: busca la paz, la tranquilidad, las respuestas que uno no encuentra en un mundo material», explica Vicent Borrás Català, investigador del Centro de Estudios Sociológicos sobre la Vida Cotidiana y el Trabajo, asociado a la UAB. 

Sin embargo, esta necesidad espiritual constituye una paradoja: para lograr la espiritualidad, uno debe adentrarse en el nuevo ciclo de consumo que se le asocia. «Hay un mercado potencial de bienestar que tiene todas las necesidades cubiertas y se dedica a este aspecto espiritual. Evidentemente, cuando se tiene necesidades, no se medita, se trabaja. Lo demás queda, a la fuerza, en segundo plano», indica Borrás. La huida del consumo material, así, precede a la inmersión en un consumo espiritual que, en ocasiones, sufre de un carácter compulsivo. 

La salida de la pandemia prevé un deseo a corto plazo, una recuperación del tiempo perdido a marchas forzadas

Esta clase de impulsos espirituales se ven empujados, sobre todo, con las crisis económicas; pero también como un efecto de rechazo —al menos temporal— al gran consumo que mueve la economía hacia adelante: «En la actualidad, el estoicismo es una cuestión minoritaria de un grupo de privilegiados que tienen todo tipo de satisfacciones y se plantea esta nueva necesidad». Así, defiende el experto, el llamamiento del estoicismo al rechazo material –en cuanto a vía para alcanzar la felicidad junto al dominio personal– es una inconsistencia con los parámetros del presente sistema económico. Autores como Séneca, cuyo rechazo del lujo atraviesa siempre sus ideas, argumentan que la satisfacción se encuentra en el interior de uno mismo, en la tranquilidad que refleja la ausencia de temores; la ataraxia como eje.

El estoicismo podría presentarse como una solución a la angustia provocada por la crisis sanitaria del coronavirus: si no podemos hacer nada para controlar la pandemia, ¿por qué deberíamos atormentarnos por ello? Sin embargo, tal como explica Borrás, «no parece haber ningún tipo de indicador capaz de demostrar que la sociedad se posiciona hacia este predominio espiritual». De hecho, la dirección parece dirigirse en sentido contrario: investigaciones como la de la Universidad de Yale ponderan con una mayor probabilidad la explosión del consumo y el desenfreno generalizado.

Si la tendencia sistémica es la del crecimiento sin barreras, la expansión sin límites, «no hay lugar para el rechazo a lo material». La salida de la pandemia, por tanto, prevé en realidad la solución de un deseo a corto plazo, una recuperación del tiempo perdido a marchas forzadas. Es un desenfreno contrario a los preceptos estoicos. La búsqueda de la trascendencia espiritual, el rechazo de las pasiones y la resignación son, aún hoy, parte de un proceso tan lógico como complicado: para poder rechazar lo material, primero hay que poseerlo. Y hoy es posible ser dueños de todo, salvo de nosotros mismos.

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