Siglo XXI

Los bulos, el envenenamiento lento (y constante)

¿A qué velocidad viajan los bulos? Los datos indican que uno de cada cinco españoles se cruza con ‘fake news’ todos los días, una realidad que preocupa seriamente a la Unión Europea y que la ha llevado a trabajar en medidas legislativas para poner freno a los impactos de la desinformación.

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16
julio
2021
Foto: Lauren Walker

Las sociedades occidentales se sostienen en la actualidad sobre un viejo axioma: la democracia es tan fuerte como la participación de sus ciudadanos. Nótese que esta participación no implica tan solo acudir a las urnas cada fin de legislatura. Hablamos más de una constante que define el sistema y delimita, tanto su mayor fortaleza, como su mayor debilidad pues, ¿es posible hablar de democracia dejando de lado el papel de aquellos sujetos de los que, teóricamente, emana la soberanía?

En el ejercicio democrático de las sociedades, la desinformación es uno de los problemas más graves a los que se enfrentan los sistemas. El fenómeno, en sí, no es nuevo, pero sí el potencial que lo recubre: las plataformas tecnológicas, como las redes sociales y la vertiginosa velocidad de internet, han convertido este veneno –antes lento, espeso, complejo– en un fenómeno de acción sencilla y casi inmediata. Y su alcance no deja fuera a casi nadie: según Statista, uno de cada cinco ciudadanos españoles se encuentra con fake news todos los días. «Proteger nuestros procesos democráticos y nuestras instituciones contra la desinformación es un reto para las sociedades», resume el Servicio Europeo de Acción Exterior (EEAS).

«Creo que lo importante es distinguir la intencionalidad y la autoría», matiza José Ignacio Torreblanca, uno de los principales investigadores del European Council On Foreign Relations (ECFR). «No podemos mirar solo los bulos, ya que esto es solo el producto final, lo que surge por la tubería; lo que tenemos que hacer es observar la propia tubería: quién las transporta, cómo lo hace». Tal como señala, las campañas de bulos suelen tener su foco en un origen extranjero, en países como Rusia y China, lo cual no se debe a una casualidad o a una malignidad pura. «Las dictaduras necesitan mentir a sus ciudadanos sobre sus éxitos y sus fracasos, pero también sobre los éxitos y fracasos de las democracias para que ellos no quieran aspirar a un sistema similar». Un rol que en España, por ejemplo, lo encarnan medios fuertemente arraigados al ámbito digital –y al estado concreto– como Russia Today.

Torreblanca: «Lo importante del problema es la crisis de confianza en los medios y el cinismo en la opinión pública, que es lo que buscan los bulos»

Este ambiente hostil, ponzoñoso, se ha amplificado aún más desde que comenzara la expansión del coronavirus, al cual acompañan las mentiras como fieles jinetes. Una encuesta realizada durante 2020 evidenció que casi la mitad de los encuestados se habían cruzado en su viaje digital con noticias engañosas sobre la pandemia difundidas a través de aplicaciones de mensajería como WhatsApp o las redes sociales. Los datos de Buzzsumo, una herramienta de análisis online, demuestran que la versión emitida en español de Russia Today se mantiene entre las 20 fuentes digitales europeas con mayor atractivo a la hora de tratar temas relacionados con el coronavirus. Es más: tan solo en relación a la vacuna de rusa Sputnik V, estos medios elaboraron más de 440 artículos, consiguiendo con ello casi tres millones y medio de reacciones (siendo «me encanta» la más común en Facebook).

Los bulos, por tanto, esconden intereses: económicos, políticos, sociales. Pueden ser utilizados para conferir miedo a asuntos tan dispares como el proceso de vacunación (y, así, sembrar desconfianza en los científicos e incluso en la tecnología, si se atiende a las conspiraciones relacionadas con el 5G) y la inmigración (para poder desestabilizar el país receptor y crear, en el país de origen, la imagen de un desgobierno y una sociedad sin control). «Se distribuyen muy rápido porque no hay un control de contenidos por parte de las plataformas, no hay un filtro editorial. Al final, lo importante en todo esto es la crisis de confianza en los medios de comunicación y el cinismo en la opinión pública, que es lo que buscan los bulos», indica Torreblanca. «Son una amenaza a la democracia porque erosionan la confianza de la ciudadanía en sus instituciones, en los políticos, en la capacidad de conocer la verdad. Y sin verdad no puede haber democracia, ni debate, ni medios de comunicación».

No es ninguna casualidad que la Organización Mundial de la Salud decidiese, al principio de la pandemia, declarar igualmente el impacto de una «infodemia» que incrementó en el ámbito ciudadano la dificultad de discernir la información real de aquella manifiestamente engañosa. Tal como explica Peter Stano, portavoz principal del Servicio Europeo de Acción Exterior de la UE, «en un tiempo como el surgido a raíz de la pandemia siempre hay más preguntas que respuestas, lo que lo vuelve un terreno fértil para la desinformación». Y lo es, en realidad, no tanto por el ansia de respuestas, sino por el descubrimiento de un razonamiento sencillo, mágicamente simple, que desanude por completo el enredo.

La Unión Europea se encuentra en proceso de aprobar un paquete legislativo para poder responsabilizar a las plataformas digitales de sus contenidos

«La desinformación forma parte de la guerra híbrida dirigida contra la Unión Europea», prosigue Stano. El peligro que conlleva esta estrategia se reveló de forma clara a la unión, explica, «tras los dramáticos acontecimientos sucedidos en Ucrania entre los años 2014 y 2015». Y es una lucha especialmente dañina porque se adapta al entorno, ya que los actores que propagan los bulos transmiten su mensaje en la lengua local y en consonancia con el contexto cultural adecuado. Consiguen así expandir su mensaje dentro de las reglas establecidas por los «mercados locales». Según defiende el portavoz, el modo más eficaz de combatir esto sin correr peligro de socavar las libertades y el Estado de derecho ya se está llevando a cabo: monitorización, aumento de la conciencia y la alfabetización mediática de la población, además de la exposición pública del actor en concreto.

También las plataformas de redes sociales, como Twitter, parecen encaminarse en esta dirección, acordando junto con la Unión Europea el cumplimiento de un código de conducta contra la desinformación y otros tipos de discursos como los mensajes de odio. No obstante, las redes sociales aún tienen un largo camino por recorrer a la hora de aplacar con efectividad los múltiples bulos que, como bubones, las infectan día tras día. «Como las redes sociales no son responsables de sus contenidos, no existe el derecho de réplica, no existe el derecho editorial o el derecho de ir contra ese medio porque haya difundido una información falsa. Al final, se interpreta las redes como un blog en el que cada usuario es responsable de su información», detalla Torreblanca. «Es por ello que la Unión Europea está aprobando un gran paquete legislativo para poder trabajar sobre que las plataformas sean responsables de sus contenidos. El actual funcionamiento es una ficción: sabemos que editan, promueven, priorizan y se lucran con ello. Son editores de noticias y no pueden decir que no son responsables de los contenidos».

Pero estas acometidas, no obstante, parecen comenzar a retirarse (poco a poco). Según FactCheckEU hubo menos desinformación de lo esperado en las últimas elecciones europeas: las fake news se contabilizaron en este sentido como un 4% del total compartido en las redes sociales —frente al 34% que representaron las noticias de los medios tradicionales—, tal y como muestra el Oxford Internet Institute. La desinformación, al fin y al cabo, se desarrolla sobre todo en este tipo de contextos puntuales. Además, parte de su complejidad radica en una polarización estrictamente «emocional» y en el hecho de que su transmisión funciona como una cadena casi infinita que surte, durante el proceso, a todas las partes de la sociedad. Funciona de la misma forma que un truco de magia: nublando el juicio temporalmente.

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