Cultura

Gaudí, el arquitecto de la naturaleza

Hace 95 años moría el catalán Antonio Gaudí, un arquitecto de imaginación infinita que dejó en herencia una corriente artística única. Precursor de la sostenibilidad y la biomímesis, Gaudí vivió hasta el último de sus días apasionado por la naturaleza y recurrió a sus procesos para integrar el respeto por el medio ambiente en la creación de sus obras arquitectónicas.

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Valeria Cafagna
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10
junio
2021

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Valeria Cafagna

Se cumplen 95 años de la muerte de Antonio Gaudí (1852-1926), considerado uno de los arquitectos más célebres del siglo XX gracias a su estilo único, impregnado de la pasión que sentía por la naturaleza. Aunque su ciudad de nacimiento está sujeta a debate, Barcelona quedará para siempre ligada a su persona y obra. Allí nació la creatividad arquitectónica de Gaudí, y allí murió: el 10 de junio de 1926, a sus 73 años de edad, el arquitecto era atropellado por un tranvía cuando se dirigía a la iglesia de San Felipe de Neri a confesarse. Indocumentado y con un aspecto descuidado, pasó cierto tiempo hasta que alguien acudió en su auxilio. Murió tres días después en aquella ciudad cuya herencia arquitectónica es responsable de gran parte de los aspectos por los que es reconocida en todo el mundo. La de Gaudí es una obra que, en su momento, encontró grandes detractores. Sin embargo, y desde mediados del siglo pasado, no ha dejado de ganar reconocimiento –el mismo Salvador Dalí fue uno de sus grandes defensores–. Entre sus mayores logros, una exposición del MoMA dedicada a su figura en 1957 y el reconocimiento de siete de sus obras como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO: Parque Güell, Palacio Güell, Casa Milá, Casa Vicens, la obra en la fachada de la Natividad y la cripta de la Sagrada Familia, la Casa Batlló y la cripta de la Colonia Güell.

Hijo, nieto y bisnieto de forjadores, Gaudí se mudó a Barcelona a los 17 años para estudiar arquitectura. Allí, dadas sus limitaciones económicas, se vio obligado a compaginar sus estudios con varios trabajos de delineante y proyectista, lo que le llevó a comenzar a tejer una red cercana en el mundo de la arquitectura indispensable para su posterior desarrollo profesional. Mientras el arquitecto allanaba su camino, a finales del siglo XIX emergía la corriente industrialista –el inicio de la arquitectura moderna del siglo XX– que apostaba por los espacios diáfanos, de líneas rectas y acromáticos. Fue la primera rebelión de Gaudí: frente a estas imposiciones, el catalán apostó por las formas dinámicas, los colores, la viveza policromática, las formas curvas e imposibles. Llenaba sus edificios de flores (en especial, girasoles) y aprovechaba la coloración de los fragmentos de cerámica para generar patrones de color. El testigo lo encontrarán en la impresión en forma de cascada ubicada en la fachada de la Casa Batlló.

Con la llegada de la nueva corriente del Modernismo, el Art Noveau, que no solo buscaba romper con las tendencias anteriores sino crear de un lenguaje nuevo y único necesario para un tiempo en el que el futuro ya había comenzado, Gaudí perfeccionó su estilo hasta conseguir el que conocemos en la actualidad. Acabó siendo muy orgánico, lo que supuso una gran influencia para los arquitectos posteriores que trataban de buscar en la naturaleza la inspiración de sus formas. Gaudí fue un artista integral, como corresponde a la Modernidad. Su diseño no quedó estancado en los edificios, sino que alcanzó los muebles, mosaicos u objetos decorativos que formaban parte del mismo. Gaudí fue un artista integral.

Su pasión por la naturaleza estaba enraizada en su ser. Le venía de casa. Su familia era propietaria de una masía en la localidad de Riudoms, Mas de la Calderera, donde el joven arquitecto pasó mucho tiempo observando los procesos de la naturaleza, las estaciones y los cambios de formas y colores de los ecosistemas en un paisaje que se mantenía en vivo equilibrio. También pertenecía al Centro Excursionista de Cataluña, por lo que sus salidas al campo eran más que habituales. Ambas experiencias alimentaron su creatividad, pudiendo desplegar todas las dimensiones posibles en su relación con la naturaleza sin reducirlo solo a una mera pasión o a la observación científica. Fue capaz de integrar su filosofía de apreciación y respeto por la naturaleza en la creación de sus obras arquitectónicas.

Una visión de la sostenibilidad

Gaudí era a la vez persona y filosofía. Y ambas quedaban demostradas ante el mundo. Su obra está marcada por esta visión tan única sobre de la vida donde la relación entre naturaleza, religión y arte daba sentido a su hacer –a veces, incluso se atrevía a dejar ver sus inclinaciones políticas, como demuestran sus característicos dragones, que la pasión que el catalán sentía por su tierra–. Para el arquitecto, la realidad era geométrica: concebía la naturaleza como formas racionales, un equilibrio de constantes; belleza alcanzada en su máxima expresión.

Esta pasión se convirtió en una de sus señas de identidad. Incluyó las conocidas como superficies regladas, curvas tridimensionales que se forman mediante la superposición de líneas rectas. ¿Dónde se repetiría hasta el infinito este fenómeno si no es en la naturaleza? Así, encontramos el helicoide tanto en eucaliptos y vides como en las columnas del Parque Güell y en las del Colegio de las Teresianas; el hiperboloide de los huesos del esqueleto humano (nuestra optimizada estructura de soporte) en las ventanas de la Casa Batlló; y los montes y colinas formando un paraboloide hiperbólico (una superficie con la forma de silla de montar a caballo) fue empleada por primera vez en la historia de la arquitectura en las bóvedas de la cripta de la colonia Güell.

Interior de la Sagrada Familia.

Llegamos así a la obra más conocida, más épica; la máxima expresión de las ideas de Gaudí: la Basílica de la Sagrada Familia, la obra incompleta más famosa del mundo. Tras estudiar con exhaustiva profundidad y sin descanso las formas orgánicas de la naturaleza, buscando su traducción al lenguaje de la arquitectura, esta nueva técnica constructiva permite a Gaudí perfeccionar y superar el estilo gótico de sus inicios (que, de hecho, terminaría detestando). Así, frente a las bóvedas góticas, las hiperboloides le permitían crear aperturas para la entrada de luz natural tanto en el techo como en los laterales, lo que da pie a las bóvedas como constelaciones, imagen del cielo natural. Cabe destacar que Gaudí concibió la Sagrada Familia como la estructura de un bosque. No obstante, la catedral no fue la única obra sin terminar: el Parque Güell también está a medio hacer. Esta vez, sin embargo, la explicación no está en el complejísimo sistema estructural y decorativo, sino en esos tiempos convulsos tanto para Gaudí como para Barcelona. En 1909, acontecía la conocida como ‘Semana Trágica’, y gran parte de la burguesía a la que estaban destinadas las viviendas de este parque decidía retirarse del proyecto.

En la actualidad, Gaudí es considerado por muchos como un arquitecto con una conciencia ecológica muy adelantada a su época, en la que el movimiento por la sostenibilidad aún no existía. Una de sus más famosas y reconocibles técnicas, el trencadís –ahora un símbolo del modernismo catalán– empleaba fragmentos de cerámica rota y azulejos desechados para dotar de gradientes de color a sus obras. Así, el arquitecto era sostenible en su empleo de materiales cercanos, sencillos y económicos; y además empleaba soluciones que hoy en día recibirían el adjetivo de ‘bioclimáticas’, ya que optimizaba el diseño estructural, fomentaba la iluminación natural estudiando la incidencia del sol. Sus intentos por introducir la belleza en todas y cada una de las partes de la obra entraban en concordancia con las ideas de William Morris y su democratización del arte. Porque la sostenibilidad en la arquitectura también pasa por la optimización de las formas y procesos, y el catalán era experto en hallar ese equilibrio.

La genialidad de Gaudí era reflejo de su filosofía de vida. Su pasión por la naturaleza le hizo tratar de comprender sus procesos, y sobre todo, sus ritmos, contrarios al aceleramiento que se vivió en el siglo XX y del que somos consecuencia. Quizás debamos entender la Sagrada Familia más allá del edificio que se contemplará dentro de unos años, llegando a comprender también el proceso que conlleva su construcción, una reflexión lenta y atenta al detalle, en consonancia con los ritmos de la naturaleza, y a la que Gaudí dedicó 43 años de su vida.

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