Opinión

En busca de la tecla contra la crisis climática

Mientras el clima y la diversidad biológica del planeta sufren un acelerado proceso de alteración y degradación, el desarrollo digital se dispara gracias a las tecnologías emergentes: conectar estos dos vectores de transformación con responsabilidad será clave para construir un futuro eficiente, sostenible y justo.

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04
mayo
2021

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El cambio climático y los avances tecnológicos son dos macrofenómenos que marcan las reivindicaciones y prioridades de nuestra sociedad y redefinen nuestro porvenir. Por su parte, las tecnologías emergentes tienen el potencial de cambiar radicalmente las economías, las sociedades y la biosfera. Es innegable que la adopción de estas tecnologías tiene un coste medioambiental, pero también pueden generar considerables oportunidades en una industria puntera, innovadora y disruptiva –como lo es la tecnológica– y, de este modo, contribuir a combatir la crisis climática.

En los últimos años, solo en la economía europea, el sector tecnológico ha crecido hasta cinco veces más que el resto de industrias. Se ha expandido a diferentes velocidades, sin alcanzar a todos los territorios y comunidades por igual, pero tiene una responsabilidad colectiva de peso en la era digital actual. Aunque la tecnología, por sí misma, no pueda resolver la emergencia ambiental, tiene un potencial extraordinario para empezar a cambiar el futuro.

Según un informe de Global Enabling Sustainability Initiative y Deloitte (2019), con las condiciones adecuadas, las tecnologías emergentes pueden tener un impacto positivo en 103 de las 169 metas de los ODS de las Naciones Unidas. También contribuyen significativamente al proceso de transición global hacia un modelo de economía circular, y a reducir las emisiones de carbono hasta diez veces más que las que producen en un año esas mismas tecnologías.

«Las tecnologías emergentes pueden tener un impacto positivo en 103 de las 169 metas de los ODS»

Las tecnologías emergentes pueden mejorar la eficiencia energética, optimizar la movilidad y los flujos de transporte, reducir la demanda de materias primas y ayudar a las comunidades a mejorar su resiliencia y capacidad de adaptación. También pueden ayudar en el acondicionamiento de los sistemas agroalimentarios o a mejorar los sistemas de monitorización y protección para la prevención de desastres naturales.

Pero no debemos olvidar un aspecto anteriormente mencionado que se tiene que corregir sin dilación: su impacto ambiental. De acuerdo con los datos recogidos en el informe Tecnologías emergentes: riesgos y oportunidades en la década del clima de Digital Future Society, se estima que el consumo actual de energía del sector de las TIC en todo el mundo se sitúa entre el 5% y el 9% del consumo eléctrico total de nuestro planeta, con una huella de carbono equivalente aproximadamente al 2% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Esta cifra equivale aproximadamente a las emisiones derivadas del consumo de combustible del transporte aéreo civil. Una inmensa parte de esta huella de carbono se debe a los centros de datos, los servicios en la nube y la conectividad, las tres categorías que más energía consumen.

Abordar los desafíos climáticos y medioambientales a los que se enfrenta el sector tecnológico supone un esfuerzo ineludible. Son desafíos complejos que, en primer lugar, requieren medir y minimizar el impacto climático de las tecnologías emergentes: tanto su consumo energético como las emisiones de GEI y el volumen de residuos electrónicos que generan. Por otra parte, tienen el reto de lograr un consumo de datos más sostenible e implantar métodos responsables y éticos para extraer materiales y fabricar tecnología.

«El consumo mundial de energía del sector de las TIC se sitúa entre el 5% y el 9% del total»

La colaboración transversal para problemas globales es fundamental. Ninguna industria, entidad o colectivo único puede resolver la crisis climática por sí sola, es un esfuerzo complejo que requiere la acción a todos los niveles. Para limitar el calentamiento global, es necesario un cambio de mentalidad. La revolución digital puede ayudar a reorientar sectores enteros y abrir paso a nuevas economías neutras en carbono, circulares y regenerativas. Tanto en el sector privado como en el público, hay que avanzar en la transparencia y la rendición de cuentas, con mejores métricas e informes de huellas ambientales y de carbono, solo por dar un ejemplo.

La propia industria debe responsabilizarse y abordar los desafíos ambientales sin necesidad de esperar a que los organismos intervengan, promoviendo de forma prioritaria iniciativas y políticas basadas en la demanda y el consumo sostenible. En este sentido, con intención de evitar el desperdicio digital, la UE ha regulado para proteger el «derecho a reparar», con una normativa que obliga a los fabricantes a ofrecer productos electrónicos que se puedan reparar de forma accesible por los usuarios.

A nivel público, para paliar los efectos negativos de la propia tecnología, es necesario políticas y estrategias de eficiencia transparentes, con datos de calidad disponibles y actualizados. Además, será necesario adoptar formas innovadoras de regular utilizando todas las herramientas disponibles como la legislación, la sensibilización social o la financiación. Por otra parte, debemos dejar de considerar las tecnologías digitales como algo aislado, las políticas digitales se deben integrar aún más con otras políticas sectoriales, como medioambiente, energía, transporte o agricultura.

Actuando de la manera adecuada, las tecnologías emergentes, como parte importante del conglomerado industrial, también pueden contribuir proporcionando herramientas clave para combatir la crisis climática y la emergencia medioambiental. Pero para poder satisfacer las necesidades de todos sin llegar a sobrepasar los límites de nuestro planeta, debemos replantearnos el vínculo entre el mundo físico y el digital.


Cristina Colom es directora de Digital Future Society.

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