Biodiversidad

Treinta años de deforestación

La FAO estima que, desde 1990, se han perdido hasta 420 millones de hectáreas de bosque fruto de plagas, incendios, sequías y fenómenos meteorológicos adversos. Con el 2030 cada vez más cerca, ¿qué será de los pulmones verdes?

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20
abril
2021
Imagen de la campaña de Reforesta para el Día Mundial de la Biodiversidad

Dicen que no hay mal que cien años dure, pero lo que nadie ha acertado a precisar es en qué punto concreto se detiene el contador las calamidades persistentes. En el caso de la desforestación, ya son tres decenios ininterrumpidos de disminución de bosques, la masa pulmonar verde en el planeta. Un purgatorio para el que, además, no acaba de verse el final. Según el informe El Estado de los Bosques en el Mundo 2020, elaborado por la FAO, desde 1990 se han perdido alrededor de 420 millones de hectáreas de bosque. Un goteo constante que, de continuar por esa senda, nos aboca al desastre ecológico.

Incendios, plagas, enfermedades, especies invasoras, sequías, fenómenos meteorológicos adversos y la acción directa o –indirecta– del ser humano han marcado el paso de los ecosistemas forestales en estas tres décadas. Aunque el citado informe señala que el ritmo de deforestación ha decrecido en relación a la primera década de este siglo, la realidad es que sigue lejos de detenerse. En la actualidad, casi 100 millones de hectáreas de bosques están sufriendo, en alguna medida, los estragos de esta plaga planetaria.

En cuanto a las causas, existe un amplio consenso a la hora de señalar las conexiones entre cambio climático y desforestación. Como si de una Máquina de Goldberg se tratara, el progresivo calentamiento de la atmósfera hace que suba la temperatura media de los ecosistemas, lo que seca excesivamente la vegetación e incrementa, de forma significativa, las probabilidades de que se produzcan incendios. Una reacción en cadena que siempre tiene un final trágico para el planeta. 

Los incendios forestales son ese temido forajido que en cada estación seca se presenta en los bosques de la Tierra para reclamar su tributo. Su efecto es, además, doblemente dañino porque, tras esquilmar los bosques, produce más vertido de gases de efecto invernadero a la atmósfera, alimentando el eterno círculo vicioso: según datos de Greenpeace, anualmente se liberan alrededor de ocho mil millones de toneladas de CO2 por efecto de las llamas. La acción del ser humano, a la que algunas estadísticas atribuyen la responsabilidad del 96% de los incendios forestales –ya sea forma intencionada o involuntaria– junto a las sequías extremas, crean la tormenta perfecta para la calcinación de nuestros reductos verdes. Una mecha que prende incluso en regiones donde nunca antes habían tenido este problema, como el Ártico. 

La agricultura, el otro gran enemigo de los bosques

No obstante, los incendios no son el único problema al que se enfrenta nuestra población arbórea: la expansión agrícola es ya el principal factor determinante de la deforestación. También la ganadería industrializada, que se ha convertido en un voraz depredador para la biodiversidad forestal, como dejan entrever los datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil cuando muestran que la deforestación en la Amazonía creció 50% en 2019 y la ganadería ocupó el 80% del área.

La tala de árboles para la obtención de papel o madera supone otro problema crónico. Con 7.500 millones de personas consumiendo papel para todo tipo de actividades diarias –desde la higiene personal hasta el trabajo o el ocio– la excesiva dependencia de este material es una amenaza permanente para nuestros bosques. Por si fuera poco, el ser humano no es la única especie que se ha propuesto, de un modo, más o menos consciente, acabar con las reservas de árboles del planeta. La acción de plagas y enfermedades también están degradando de manera muy acusada a la vegetación. Un simple escarabajo, el descortezador, dendroctonus, por ejemplo, es el responsable de una destrucción de dimensiones inimaginables en algunos bosques de Estados Unidos y Canadá.

Todos estos problemas evidencian que, a pesar de los pasos dados en la buena dirección por unos Gobiernos cada vez más conscientes de la importancia de conservar y recuperar los bosques, la dificultad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) relacionados con la biodiversidad forestal es inmensa. Lo que nos aboca a que, en ese 2030 que se ha marcado como meta la ONU para el cumplimiento de su Agenda, sean ya 40 años de deforestación ininterrumpida.

Esto supondría un drama para el planeta porque los bosques son un elemento esencial para la vida en la Tierra. Además de por su capacidad para absorber parte de las emisiones de CO2 que lanzamos a la atmósfera, son el hogar en el que habita la mayor parte de la diversidad terrestre. De ahí la importancia de encontrar soluciones efectivas para detener de la progresiva destrucción y degradación de estos hábitats.

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