Medio Ambiente

Ocho cosas que puedes hacer tú para luchar contra el cambio climático

Proteger el planeta es una causa tan inabarcable que es fácil pensar que no podemos hacer nada más que exigir acciones políticas. Sin embargo, los pequeños gestos también cuentan, y mucho: aunque el cambio climático sea un Goliat inmenso, todos llevamos dentro un David que puede ayudar a tumbarlo. ¿Cómo hacerlo sin caer en el desánimo?

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26
octubre
2020

¿Qué puedo hacer yo para reducir las nefastas consecuencias del cambio climático, si no tengo el poder de los gobiernos que legislan? ¿De qué sirve que yo reduzca mi huella ecológica o separe mis residuos, si no soy una de esas enormes y contaminantes industrias que emiten toneladas y toneladas de gases causantes del efecto invernadero? Diferenciar culpa de responsabilidad es el primer paso para no estancarnos y que el pesimismo derive en inacción. El divulgador Andreu Escrivà lo deja claro en su último libro Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción (Capitán Swing), en el que desarrolla en profundidad algunas acciones cotidianas para estar a la altura que exige la lucha climática: nadie es culpable del cambio climático, pero todos somos responsables y debemos hacer lo que esté en nuestra mano para intentar frenarlo y minimizar sus consecuencias. Estos son algunos de los pasos que permitirán avanzar en la misión.

Piensa en colectivo

La mayor amenaza para el ser humano es el propio ser humano. En este caso, por los efectos que el sistema hiperconsumista en el que llevamos décadas inmersos. Superar la barrera de la individualidad y fomentar nuevos movimientos sociales es esencial para transformar, poco a poco, el paradigma del comprar, usar y tirar. Hablar de la emergencia climática huyendo de catastrofismo con tus amigos, tu familia o tus vecinos ayudará a ponerlo sobre la mesa de debate y tratarlo como el problema próximo –y real– que ya es: la concienciación social es el primer paso para huir de los negacionismos.

Actúa: hacer algo es mejor que no hacer nada

En su libro, Escrivà explicita y rebate algunos de los pensamientos mayoritarios que pueden llevar a la gente a la inacción, ya sea por una u otra razón. De esta forma, el experto desmonta algunos falsos mitos como que el cambio climático no existe, que no te afectará a ti, que ya es tarde para remediarlo y que no sabemos lo suficiente para actuar. No es así: miles de científicos a lo largo del mundo han alertado de las consecuencias que, de seguir con el mismo ritmo de vida al que hoy nos movemos, tendrá en el planeta. Asimismo, también combate esa creencia de que nuestros actos no tendrán trascendencia contra algo tan inabarcable como el cambio climático, que la tecnología solucionará el problema en el futuro o que la inversión económica es demasiado alta y ahora mismo existen otras prioridades. Al final, las excusas quedan desarticuladas y todo apunta a que pasar a la acción es la única salida.

Da ejemplo

Si ya hemos decidido pasar a la acción y proteger el medio ambiente, un punto fundamental es que los demás lo sepan… Pero con matices. Aunque debemos mostrar, por ejemplo, los cambios que hemos decidido implementar en nuestro día a día, hay que evitar mostrar nuestra conciencia o determinación como una muestra de superioridad con los demás. De hacerlo, existe un enorme riesgo de que se produzca el efecto contrario a lo que queremos conseguir. «Debemos crear una narración colectiva en la cual valga la pena intentarlo, que sea capaz de motivar a un porcentaje suficiente de la sociedad», apunta Escrivà. O dicho de otra forma, es importante compartir que hemos decidido ir en bicicleta a trabajar –y también nuestros problemas y dudas al hacerlo– para que otros se animen a hacer lo mismo, pero sin juzgar a los que, por voluntad o necesidad, siguen yendo en coche.

Baja el ritmo

«Los vuelos low cost nos han hecho creernos que es nuestro derecho poder ir de fin de semana a ciudades que están a dos mil kilómetros», escribe el experto en las páginas del libro. Y sí, aunque tengamos la posibilidad y el derecho de hacerlo, con ello también ha llegado la hora de reflexionar acerca de otros aspectos como la manera en la que distribuimos nuestro tiempo o la velocidad a la que transcurre nuestra vida. Reposar el disfrute o encontrar alternativas más cercanas a donde escapar –huyendo, muchas veces, de las fuerzas que nos empujan a viajar a miles de kilómetros con la única intención de hacer fotos para Instagram– también tiene una huella en el planeta. «La solución a la emergencia climática, por contraintuitivo que suene, es ir más despacio, no más deprisa», apunta Escrivà.

prisa

Toma conciencia de lo que haces cada día

Aunque todos vivamos dentro de un sistema y seamos sensibles a la publicidad o a grandes campañas que escapan de nuestra mano, eso no quiere decir que no podamos hacer lo que esté dentro de ella. Por ejemplo, que paremos a repostar en una gasolinera no quiere decir que tengamos que sentirnos mal por ello. Tampoco implica que no creamos que un nuevo modelo de movilidad y transporte más sostenible es necesario. Escrivà da otro ejemplo: en un país como España, donde el agua del grifo es segura y saludable, es el miedo fomentado por la publicidad el que explica el enorme consumo de agua embotellada. ¿Podemos eliminar los anuncios? No, pero podemos comprar botellas de cristal y abrir el grifo.

Si el cambio debe ser global, la lucha tendrá que ser social

Durante los últimos años han irrumpido multitud de movimientos ecologistas, sobre todo de los más jóvenes, que han renovado un activismo verde que ya contaba con veteranía a sus espaldas. Pasar a la acción y unirse a algún grupo vecinal, de protección del territorio o, simplemente, participar en manifestaciones que visibilicen la lucha contra el cambio climático es importante para aumentar su visibilidad. También lo es promover comportamientos ambientalmente responsables en el entorno familiar o laboral: desde intentar reducir los vuelos del equipo haciendo reuniones telemáticas a sustituir el plástico de un solo uso en la oficina, los cambios pueden ir calando en cada uno de los miembros del equipo.

Piensa lo que comes (y lo que tiras)

«La única manera de atenuar el devastador impacto del cambio climático es a través de promover y llevar una dieta para la salud planetaria», advertía el año pasado un informe firmado por el IPCC, que reclamaba que pongamos en el centro de nuestra alimentación las verduras, hortalizas, granos y cereales, legumbres y frutos secos, y que limitemos limite el consumo de carne roja a una vez a la semana. Además, también aconsejaban reducir el consumo de cualquier otra proteína animal a, como mucho, 28 gramos diarios. En España, aproximadamente, la cifra está hoy en 275 gramos. No hace falta hacerse vegetariano o vegano de forma repentina: hay muchas maneras de ir cambiando la dieta poco a poco, por ejemplo, no comer carne algunos días o llevar una dieta vegetal a diario y omnívora los fines de semana. También es importante apostar por los alimentos menos procesados para reducir nuestra huella de carbono, así como rechazar los envoltorios superfluos y favorecer la compra a granel. Por último, tan importante es pensar sobre lo que comemos como en lo que se va al cubo de basura: el desperdicio alimentario está detrás de entre el 8 y el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el ser humano.

Abrígate y desenchufa lo que no estés usando

Aunque parezca obvio e insignificante, algo tan simple como apagar las luces, desenchufar los aparatos electrónicos cuando no los estés usando –y no dejarlos en standby– o vestir según las condiciones de temperatura del ambiente en el que te muevas ayudará a reducir tu consumo energético. De la misma forma, también puedes informarte sobre la posibilidad de contratar energía de origen renovable o adoptar un modelo de autoconsumo. «Reduce tu consumo de todo aquello que no necesites, de lo que no vas a usar, de lo que acabarás tirando y lamentando haber gastado el dinero», concluye Escrivà.

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