Cultura

El dilema de las redes: la nueva normalidad eran los algoritmos

El documental de Netflix dramatiza la dependencia de nuestra cultura y nuestra política de las redes sociales, pero hay problemas reales que atender bajo la hipérbole.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
08
octubre
2020

Es bastante posible que usted haya llegado a este artículo a través de una red social, probablemente Twitter o Facebook. El medio que lo publica y el periodista que lo ha escrito lo difundirán con toda la fuerza que les permitan sus followers, las plataformas se lo ofrecerán si coincide con sus intereses previos e incluso usted contribuirá su visibilidad compartiéndolo o con un like en cualquiera de sus formas. Una razón para que la red le haya hecho llegar hasta aquí es que ya haya visto, o al menos buscado para informarse, El dilema de las redes (The social dilemma), el documental de Netflix que advierte contra la adicción a las redes sociales y el enfoque ideológico de los algoritmos que las gobiernan. De nuevo es posible que si tiene usted una suscripción a dicha plataforma de streaming, la misma le haya ofrecido el documental porque lo dice su algoritmo. Porque a Netflix también la gobierna un algoritmo.

La película coincide con el lanzamiento este octubre de La era del capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboff, precisamente una de las expertas que aparecen en El dilema de las redes. La mayoría de expertos que señalan los peligros de la adicción a intertnet, no obstante, no son sociólogos ni vienen de la academia como Zuboff. Se trata de tipos como Tristan Harris o Jaron Lanier: ingenieros informáticos que durante años o décadas han trabajado para Facebook, Google o Instagram diseñando las técnicas de engagement de estas redes… y ahora se arrepienten.

El ensayista español Sergio del Molino los ha bautizado como «pelmas conversos de Silicon Valley» y los acusa, con breves pero buenos argumentos, de excesivamente moralista. Es una de las principales críticas recibidas por el documental: su amarillismo, sobre todo en la parte ficcionada en la que vemos a un único adolescente hundiéndose en todas las consecuencias posibles de la adicción a redes. Depresión, aislamiento social y, por supuesto, radicalización política, aunque con un populismo ficticio diseñado para no enfadar a nadie: el extremo centro.

«Los algoritmos son opiniones metidas en códigos. Tienen una definición de éxito», explica, apocalíptica, Cathy O’Neil, la matemática y experta en big data autora del ensayo Armas de destrucción matemática. Una tormenta perfecta de ciencia del comportamiento –«refuerzo intermitente positivo: es como un tragaperra», afirma un informático que asegura no estar contándonos un episodio de Black Mirror: «quiero implantarte un hábito inconsciente. Cada vez que lo ves en la mesa [el móvil], lo miras. Es una técnica de diseño»– al servicio de ganar dinero. «Conectar personas a través de un tercero que paga por manipularlos a los dos», afirma Lanier. «Comerciar con futuros del comportamiento humano a gran escala», sentencia Zuboff.

Una de las principales críticas al documental es su amarillismo, sobre todo en la parte ficcionada

El dilema de las redes debe mucho a The Facebook dilemma, otro documental, de 2018, al que casi calca en la parte de las consecuencias políticas del abuso de las redes, al tratar las elecciones presidenciales de EEUU o el genocidio ronhinyá de manera bastante parecida. Incluso en ambos, aunque de manera tan puntual que no merece la pena ni indignarse, se cita España como uno de los países «radicalizados» por el uso de redes, apareciendo brevemente el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El documental, igual que el libro de Zuboff o Capitalismo de plataformas, de Nick Srnicek, también de 2018, acaba siendo un alegato contra las prácticas monopolísticas en un debate que lleva años instalado en EEUU y un poco menos en la Unión Europea. Los «pelmas arrepentidos» señalan la maquinaria de las grandes multinacionales tecnológicas como imparables a pesar de que ninguno de los humanos a bordo está ya cómodo en ellas. Así que la solución más sencilla es reducirlas.

Algo que, de nuevo irónicamente, parece dar la razón al escritor y periodista Paris Marx –un pseudónimo– que desde las páginas de la revista Jacobin ha atacado duramente El dilema de las redes con un texto titulado Don’t Blame Social Media. Blame Capitalism. Aunque el pseudónimo deja pocas dudas acerca de sus tendencias ideológicas, también mantiene un podcast de nombre Tech Won’t Save Us.

O’Neil, Harris, Zuboff o Lanier han dedicado sus vidas a las nuevas tecnologías y no quieren destruirlas en un arrebato ludita, sino que abogan por reducir su gestión a una escala humana. El final del documental, con el tono moralista que tanto puede chirriar al público que busque una producción más cerebral –y no emocional, como los algoritmos– presenta a un algoritmo que se redime dándose a conocer a Ben, el adolescente adicto al móvil. Es decir, asumir que las herramientas pueden usarse bien o pueden usarse mal, pero no depende de nadie más que de nosotros. O si no, ¿cómo ha llegado usted aquí?

ARTÍCULOS RELACIONADOS

La muerte de la verdad

Michiko Kakutani

El populismo y fundamentalismo se extienden por todo el mundo sustituyendo el conocimiento por la sabiduría de la turba.

Opinar en tiempos odiosos

Ignacio Villaverde

Hoy el mercado de las ideas es planetario, pero... ¿es más libre, abierto y plural?

La posverdad somos nosotros

Joaquín Müller-Thyssen

«La definición académica deja fuera un aspecto clave de la posverdad: la disposición de la sociedad a dejarse influir».

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME