Sociedad

Esenciales e invisibles: trabajadores en primera línea contra la pandemia

No solo los profesionales sanitarios se han enfrentado cuerpo a cuerpo con el coronavirus: personal de supermercados, farmacéuticos o empleados de gestión de residuos han continuado haciendo su labor para que la sociedad no se paralizase por completo durante los peores días de la pandemia. Hablamos con algunos de ellos.

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11
mayo
2020

«Los primeros días del estado de alarma fueron los peores: salías de trabajar llorando por la tensión y el miedo de pensar que te podías contagiar o, peor aún, meter el virus en casa». Aunque estas son palabras de Aida González, trabajadora de unos famosos supermercados asturianos, podrían haber sido pronunciadas por todas esas personas que conforman el grueso de los servicios esenciales que han seguido funcionando en los días más crudos de la pandemia. Mientras la mayoría se encerraban en casa, otros se han visto obligados a seguir saliendo a diario a la calle para acudir a sus puestos de trabajo. Personal sanitario y de limpieza, farmacéuticos, reponedores, dependientes, fruteros, carniceros, panaderos, transportistas… una larga lista de  profesionales que han seguido enfrentándose, directa o indirectamente, al COVID-19  fuera de sus hogares. Mientras, la situación sanitaria excepcional forzaba –y sigue haciéndolo– al teletrabajo al 88% de las empresas, según asegura el informe La productividad del trabajo y la conciliación laboral, 2020, realizado por la EAE Business School.

González explica la histeria colectiva vivida en los supermercados de toda España los días previos a la declaración del estado de alarma: «En el momento en el que Pedro Sánchez anunció que se aprobaría, la gente empezó a comprar como si estuviésemos en guerra. Las colas en las cajas recorrían toda la tienda. Por suerte, la paranoia acabó pronto y todo el mundo se fue acostumbrando a respetar las distancias y a usar mascarilla y guantes al entrar». Aún así, reconoce que las medidas de seguridad, sobre todo durante las primeras semanas, enrarecieron el ambiente tanto entre personal del supermercado como entre los clientes. «Es una situación de tensión muy difícil de explicar si no la vives», asegura esta trabajadora de una comunidad autónoma que, a fecha de hoy, cuenta con 2.336 casos confirmados de COVID-19 y 292 fallecidos.

Aida González: «La gente empezó a comprar como si estuviésemos en guerra»

Como en el supermercado, las farmacias también vivieron unos primeros días complicados. Alberto Corral, farmacéutico en un establecimiento situado en un centro comercial del madrileño barrio de Vallecas, explica que aquel  viernes 13 de marzo, tras la comparecencia del presidente, cundió el pánico entre los pacientes de la zona: «Esa primera tarde el jaleo fue horrible. La gente te pedía de todo: cajas de paracetamol, mascarillas, guantes… cogían todo lo que tenían pendiente en sus recetas electrónicas. Al día siguiente, lo mismo. Pero, pasada la confusión inicial, marcamos distancias de seguridad y restringimos el aforo». Sin embargo, confiesa que pasaron varios días hasta que sus clientes asumieron la gravedad del COVID-19. Para algunos, las farmacias se convirtieron en una excusa para salir de casa durante los días de confinamiento más estricto. Corral asegura que se encontró con dos tipos de paciente diferentes: los que acudían en busca de medicamentos que necesitaban o medidas de protección contra el virus –guantes, mascarillas o geles hidroalcohólicos–, y «los que, aprovechando que sí se podía salir para ir a la farmacia, se daban una vuelta y venían a por un tinte, una crema, una mascarilla, una colonia, maquillaje…».

Con 5.274 casos confirmados y 815 fallecidos en total –frente a los 64.333 y 8.552, respectivamente, de la Comunidad de Madrid–, la situación en Aragón para los farmacéuticos es diferente, pero no tanto. Alberto Compairé trabaja en una farmacia en Huesca y cuenta que, a pesar de todo, los primeros días fueron complicados, tanto para pacientes como para empleados. «La tensión en el ambiente aumentó. Con el paso de los días, venías a trabajar con estrés y preocupación por si habías tocado algo o si se te había olvidado limpiarte las manos después de atender a un paciente», cuenta y asegura que, al final del día, la mayor preocupación es la familia. «Vivo con mis padres, que son población de riesgo y, al fin y al cabo, lo único que piensas es en ser muy precavido para que a ellos no les pase nada», confiesa.

Alberto Corral: «Había quien acudían en busca de medicamentos que necesitaba y quien aprovechaba para dar un paseo»

Los primeros momentos de desconcierto pasaron con gente haciendo colas en supermercados y farmacias por el día y con ciudades desiertas por las noches. «Al principio incluso me paraba a grabar las calles. Madrid era una ciudad fantasma: no había ni un alma cuando un viernes de madrugada te encuentras calles como Huertas o Gran Vía abarrotadas». Pablo Meneu es responsable de recogidas de residuos sólidos urbanos del distrito centro de la capital española y así resume su primer contacto con el trabajo presencial durante los inicios de la pandemia. Su labor consiste en que todos los operarios de recogidas cumplan con las medidas de seguridad, incluidas las implementadas en los últimos dos meses, y verificar que el servicio se lleve a cabo correctamente. «Ahora, eso significa que todos lleven sus trajes de protección, que no toquen los cubos sin guantes, que no haya contacto directo con las bolsas de basura y que se desinfecte absolutamente todo: guantes, coches y camiones de recogida», explica. Reconoce que lo único que eran capaces de pensar al principio era que estaba sucediendo algo muy grave: todos tenían miedo y les daba por pensar si era seguro bajar del coche a comprobar que todo fuera bien por temor a infectarse. «Ahora todo está más normalizado y ya sabemos mejor cómo actuar ante el COVID-19», admite.

En primera línea para frenar el COVID-19

Esos días iniciales fueron duros para todos, especialmente para estos trabajadores que mantuvieron en marcha unos servicios esenciales que, muchas veces, pasan desapercibidos. Sin embargo, han sido –y siguen siendo– los sanitarios y el personal hospitalario los que más sufren las consecuencias de la pandemia: cuando el Instituto de Salud Carlos III publicaba el Informe sobre la situación de COVID-19 en personal sanitario el 4 de mayo, la cifra de positivos entre estos profesionales ascendía a 30.660 casos. A fecha de hoy, el Centro Nacional de Epidemiología asegura que 1 de cada 3 mujeres infectadas y 1 de cada 8 hombres son sanitarios.

«Cuando la gente empezó a estar alarmada por el coronavirus y se dio cuenta de que no era un problema solo de Madrid, Barcelona o Vitoria, en urgencias ya llevábamos semana y media viendo casos. En el hospital ya había cierto clima de alarma y de precaución, aunque empezamos a trabajar con lo puesto: en ese momento no habías EPIs y encontrar uno era pretender lo imposible, así que atendíamos a los pacientes con las batas de aislamiento verdes normales, guantes y, quien la conseguía, una mascarilla quirúrgica, porque cuando se extendió la alarma no había ningún tipo de control de mascarillas por parte de la gerencia y muchos se las llevaban a casa», relata Loreto Yanes, residente de cirugía del Hospital 12 de Octubre de Madrid.

Mientras, poco a poco, el conjunto de la sociedad se acostumbraba al confinamiento y el trabajo de la mayoría de los servicios básicos se normalizaba, los hospitales vivían una situación muy diferente. En centros como el 12 de Octubre se pusieron en marcha protocolos de urgencia y se cancelaron las cirugías. Los cirujanos de guardia en urgencias pasaron a diagnosticar a todos los pacientes que no llegasen con problemas respiratorios. Yanes explica que la labor médica de los residentes de cirugía cambió durante los primeros días del COVID-19 previendo un flujo masivo de pacientes respiratorios. «La semana siguiente a la declaración del estado de alarma fue criminal. Los internistas en urgencias estaban desbordados. Pero la semana de después se vio la sobresaturación del sistema: a las 4 de la mañana teníamos 200 pacientes en urgencias, y el perfil pasó de casos muy leves, alarmados más que nada, a gente que estaba muy mal. Ahí, personalmente, cambié el chip y me acojoné al ver a personas de 30 años con fiebre que no bajaba de 40 en casa ni con paracetamol, diciendo que no podían respirar», reconoce.

Loreto Yanes: «A las 4 de la mañana teníamos 200 pacientes de COVID-19 en urgencias»

En ese momento, muchos sanitarios empezaron a ser conscientes de que, por culpa de la falta de infraestructuras, la situación se estaba yendo de las manos y el sistema sanitario podía colapsar en cualquier momento. En esos días, el Gobierno anunció un confinamiento total que prácticamente paralizó la economía, pero que ayudó a reducir la curva de contagios. Los quirófanos del 12 de Octubre de Madrid se convirtieron en UCIs improvisadas y, los anestesistas, en intensivistas. Pero con los servicios de urgencias saturados y sin camas suficientes de hospitalización para los nuevos ingresos –«que no podían subir a planta hasta que una persona recibiese el alta o, como ocurría con más frecuencia, falleciese»–, la situación llegó a ser tan crítica que el personal sanitario del hospital en el que trabaja Yanes tuvo que organizarse para, gracias a donaciones de restaurantes de la zona, repartir agua y comida entre las personas que esperaban, en urgencias, una cama en planta. «Algunos llevaban tres días sin comer ni beber, y una persona joven todavía tiene más aguante aunque esté enferma, pero había gente mayor que llevaba días sin tan siquiera una botella de agua porque las máquinas expendedoras de urgencias se había quedado vacías», recuerda.

Mientras el coronavirus avanzaba, el resto de las patologías no desaparecían. Los pacientes de cáncer, por ejemplo, continuaban sus tratamientos de quimioterapia, pero veían cómo sus cirugías se posponían indefinidamente. «Cuando dejamos de operar no podía evitar pensar que, con la cantidad de urgencias quirúrgicas que tenemos en un día normal, ¿dónde estaba toda esa gente? Nuestras guardias suelen ser muy malas, porque de la misma manera que vienen pacientes leves, los graves suelen estar en situaciones complicadas: perforados, obstruidos, con apendicitis bastante avanzadas…», cuenta la cirujana que se pregunta si, cuando todo acabe, esas personas que están ahora en su casa y no acuden a urgencias volverán en un estado aún más grave o si, incluso, se están muriendo en casa por otras patologías que no son COVID-19.

El pistoletazo de salida al desconfinamiento

Después de cada tormenta, dicen, llega la calma. Ahora, tras haber pasado la peor parte de la pandemia, España comienza a desescalar, por fases y por territorios, y los trabajadores de los servicios esenciales muestran su preocupación. Aida González reconoce que, durante la fase cero, en Asturias ya han empezado a ver más gente en el supermercado, «incluso personas de riesgo que bajan todos los días, a cualquier hora, a comprar un solo producto y dar después un paseo». Solo queda ver cómo reacciona esa comunidad autónoma ante la fase 1 en la que acaban de entrar. Como ha repetido una y otra vez el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, la desescalada no es ninguna carrera y el COVID-19 solo será vencido si cada ciudadano se hace responsable de su propia conducta. «Esto no se ha terminado todavía y hay un altísimo riesgo de que demos un paso atrás», recordaba Simón.

Por eso, es crucial recordar a todas aquellas personas que han hecho que la rueda de nuestra sociedad siguiese funcionando incluso en los peores momentos de la pandemia. En condiciones a menudo precarias, siguieron acudiendo a sus puestos de trabajo, a pesar del peaje físico y psicológico que suponía. Y, aún así, todos ellos son conscientes de la importancia de lo que hacen. Como cuenta Meneu, «la gente se ha dado cuenta de que nuestra labor es imprescindible porque si no seguimos recogiendo la basura, todo se puede convertir en un desastre». Una conclusión que todos comparten: «Tenemos que seguir ahí. No podemos parar ahora».

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