Sociedad

La psicología del bulo: así actúa nuestra mente ante las noticias falsas

Una tras otra, las fake news sobre el COVID-19 han ido extendiéndose por todo el mundo convirtiéndose en una segunda epidemia: los bulos han encontrado el campo de cultivo ideal para nacer, crecer y multiplicarse. Son informaciones falsas desde su origen, invenciones deliberadas pero envueltas de algún elemento de verosimilitud que les aporta algo de credibilidad y divulgados de manera premeditada con algún objetivo.

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19
mayo
2020

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«El clorito de sodio elimina el virus de nuestro cuerpo en 48h». «El 5G es el culpable de la pandemia». «Si bebe mucha agua y hace gárgaras con agua tibia y sal o vinagre, elimina el virus». «La causa de la enfermedad es una bacteria». Una tras otra, las fake news sobre el COVID-19 han ido extendiéndose por todo el mundo convirtiéndose en una segunda epidemia. Los bulos han encontrado en esta pandemia el campo de cultivo ideal para nacer, crecer y multiplicarse. Son informaciones falsas desde su origen, invenciones deliberadas pero envueltas de algún elemento de verosimilitud que les aporta algo de credibilidad y divulgados de manera premeditada con algún objetivo. Para saber cómo actúa un bulo en la mente de las personas, desde que se crea, pasando por su difusión, y hasta que llegue a nuestros oídos, el equipo de psicólogos de ifeel ha elaborado diez puntos explicativos sobre la propia psicología del bulo.

¿Quién diseña un bulo? El componente antisocial

El bulo no sería tal sin un propósito: es creado por una persona con una finalidad concreta, y en ningún momento es completamente espontáneo o incondicional. Quien inicia la cadena de un bulo considera cómo es su público objetivo, su audiencia, a la hora de diseñar el contenido de esa noticia falsa y planificar su difusión, de manera que aumenten la probabilidad, por decirlo de alguna manera, de hacer diana. No importa si esto lo hace de manera burda o inconsciente. Lo que importa es que se hace.

Mucha gente considera que la confusión o el miedo le puede reportar una ganancia

Si nos remontamos al origen de la noticia falsa –concretamente a la persona que lo idea– podemos encontrar distintos intereses, que pueden ir desde lo más elaborado o sofisticado a lo más bobo o simple. Entre estos últimos puede tratarse de mera irresponsabilidad, un mero «hacer la gracia» a modo de gamberrada, que sería un mecanismo muy infantil. En otros casos puede haber intenciones mucho más conscientes y elaboradas. Su objetivo final siempre tiene un componente de hacer daño a alguien –un bulo difamatorio contra una persona en concreto–, a algo o a alguna causa.

Podríamos considerar que actuar así tiene un fuerte componente antisocial. Hay una intención destructiva de algo o alguien en concreto, pero también desestabilizadora del ambiente en general, porque de alguna manera se cuenta con el hecho de que, a río revuelto, ganancia de pescadores. Hay mucha gente que considera que la confusión, el miedo, el zarpazo desleal a aquello que no le gusta le puede reportar una ganancia, a sí mismo o a su propia causa.

El ingrediente secreto del bulo: la verosimilitud

Los bulos pueden tener una gran capacidad desestabilizadora, sobre todo si el elemento de verosimilitud que tienen es lo suficientemente bueno. Ese ingrediente de certeza será lo que determine el número de personas que le dan credibilidad al bulo, independientemente de si lo difunden o no.  Hay que tener en cuenta que una noticia falsa excesivamente absurda tiene un recorrido muy corto. Si alguien que quiere hacer daño al ecologismo difunde la noticia de que Greta Thunberg se ha hecho Testigo de Jehová, quizá su impacto sea difícil de entender; pero si se publica una foto trucada de ella llevando su compra en presuntas bolsas de plástico, o se hace ver que está conduciendo un coche a gasolina en medio del bosque, la probabilidad de que esa información despierte interés, sea creída y, sobre todo, difundida, aumenta exponencialmente. Es decir, además de ser relativamente creíble –aunque al principio a muchos les pueda parecer mentira lo que leen–, al bulo le beneficia incluir elementos que hagan verdadero daño en algo muy concreto, «donde más duele» a la víctima o con lo que puede generar mayor confusión a un mayor número de personas, para ser más efectivos. No simplemente incluir un dato falso al azar.

Al bulo le beneficia incluir elementos que hagan daño

Otro ejemplo: a alguien le puede dar por difundir que se han encontrado plantas de marihuana creciendo en dos parques de Madrid, lo cual sería un bulo, pero de una potencia muy pequeña en comparación con un titular bien diseñado y maquetado que rece El Gobierno se plantea seriamente suspender la desescalada por fases y regresar al confinamiento total e indefinido. En el segundo caso, aunque la información pueda resultar muy impactante y contradictoria con la expectativa de avance que hemos interiorizado, en realidad resulta verosímil –no es tan difícil de creer, en realidad, dado como están las cosas–, sus consecuencias afectan a millones de personas y el efecto que podría tener hasta ser desmentido es de gran amplitud.

Así recibimos los bulos: ¿estamos predispuestos a creérnoslo?

Si el contenido de esa noticia falsa que se divulga para conseguir un objetivo tiene que ver con nuestros intereses, estamos más abiertos a darlo por bueno que si es algo que va en nuestra contra. En este último caso es probable que activemos más mecanismos de negación, aunque sea durante unos segundos o minutos, como forma de amortiguar el impacto de la noticia y –no lo olvidemos– para darnos un tiempo para calibrar si debemos creerla o no.

El desconocimiento jurídico, político, informativo o social incide a la hora de darle credibilidad al bulo

También estaremos más predispuestos a darles credibilidad si somos personas confiadas, que no solemos someter a juicio la información que nos llega o si normalmente mostramos un comportamiento ingenuo en nuestro día a día. El hecho de no conocer en profundidad cómo funcionan determinadas estructuras o el desconocimiento jurídico, político, informativo o social también incide a la hora de darle credibilidad al bulo.

La ideología como medio de contagio

La propia ideología condiciona mucho nuestro comportamiento ante un bulo: puede determinar si nos lo creemos o no, pero no es 100% determinante. En cualquier caso, está plenamente aceptado que estamos predispuestos a aceptar como buenos los contenidos que nos benefician, es decir, aquellos con los que previamente ya concordábamos. Nos resulta cómodo, agradable. En términos psicológicos, nos refuerza, nos reafirma en nuestras convicciones, actúa como una pequeña descarga interna de satisfacción. Este es el componente emocional y motivacional del bulo, que sucede en paralelo al componente cognitivo (el análisis mental de la información) y en el que influye mucho. A veces somos más conscientes de lo potente que resulta «en nuestro estómago» oír cierta información antes de tener una opinión clara en nuestra mente de qué nos parece.

¿Por qué algunos se lo creen y otros no les dan pábulo?

Para algunas personas un bulo puede resultar una burda invención y darse cuenta enseguida de que se trata de una mentira intencionada. Sin embargo, para otras puede ser perfectamente verosímil. Los motivos pueden ser muy dispares, desde su propio estado emocional actual, su nivel cultural, su hiperreactividad a ciertas noticias, su capacidad para sugestionarse e incluso su propia ideología. Hay personas que son hipercríticas o extremadamente desconfiadas y tienden a ponerlo todo en tela de juicio, no se fían de nadie, aunque se sientan identificadas con ciertas ideas o corrientes. O simplemente son muy exigentes, inteligentes, intuitivas y, sobre todo, cautelosas y actúan como actuaría un buen periodista: contrastan la veracidad de la noticia antes de darla por buena, sobre todo en el caso de temas muy graves.

El momento adecuado para lanzar un bulo

Cuando la situación está calmada, hay ciertas informaciones que son poco creíbles. Sin embargo, en situaciones donde los sobresaltos se suceden, o donde hemos presenciado sucesos llamativos por primera vez en nuestras vidas, sin referentes con los que comparar, donde a veces una barbaridad sucede a la anterior y algunas son ciertas, entonces ciertos bulos parecen más verosímiles. Concretamente, en situaciones de emergencia o excepcionalidad, como la que estamos viviendo actualmente, hay dos factores que pueden influir en que seamos más permeables a la influencia de los bulos: estamos más tensos –más alerta y, a la vez, de peor humor– y, por tanto, más susceptibles. Esto quiere decir que nuestro umbral de miedo es más bajo, o lo que es lo mismo, hay más cosas que nos resultan amenazantes y las que ya nos resultaban amenazantes antes nos los resultan aún más. Por tanto, reaccionamos con más intensidad a estímulos más ligeros. En el lenguaje de la calle: es más probable que saltemos a la mínima, también a la hora de reaccionar a la información que nos llega.

¿Por qué difundimos bulos si no sabemos si son ciertos?

Es muy frecuente que en WhatsApp y redes sociales compartamos noticias de una manera muy automática e irreflexiva. No olvidemos que los likes y los compartir suceden muy rápido, como fruto de una lectura bastante diagonal. A menudo compartimos contenidos que nos parecen interesantes, independientemente de que nos parezcan bien o no. Muchas veces no nos paramos a pensar si lo que compartimos es veraz o no. De hecho, la mayor parte de las veces simplemente compartimos, damos por hecho que la información es veraz o sabemos que no lo es, pero confiamos en que nuestros contactos captarán igual que nosotros que se trata de un chiste o de una tontería. Otras veces sospechamos que quizá no es una información del todo fiable, pero nos gusta sentirnos parte del flujo incesante de información, ser portadores de titulares, formar parte del llamado «ruido mediático». Los creadores y difusores de bulos juegan con estos factores entre los que no hay que olvidar la enorme cantidad de gente acrítica, desinformada y de bajo nivel cultural que asume con enorme facilidad que incluso las cosas más disparatadas son ciertas solo porque aparecen las redes sociales.

Los dos factores que influyen en nuestra permeabilidad hacia los bulos son la tensión y la susceptibilidad

A nadie le gusta tener la sensación de que le toman el pelo y todo nos hemos creído alguna vez un bulo o hemos contribuido a su crecimiento. La sensación de haberlo difundido y comprobar a posteriori su falsedad está relacionada con la vergüenza, el sentirse pillado en falta y el sentirse ingenuo, lo cual nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad, nos demuestra que también nosotros estamos expuestos a que se nos pueda engañar con cierta facilidad.

El problema no es sobreinformarse, sino intoxicarse

Sobre la propia información a la que accedemos estos días existe el riesgo de intoxicarnos con los contenidos, bien porque son inadecuados en su fondo y forma o bien porque lo son por su cantidad. Últimamente se habla mucho del término «sobreinformación» para hacer referencia a esa saturación de contenidos presuntamente informativos que engullimos. Sin embargo, hay que incidir en que a menudo el problema no es que nos sobreinformemos –es decir, que nos informemos mucho o más de lo que necesitamos–, sino que nos intoxicamos porque la información es falsa o de falsa utilidad. Es decir, nos informamos a través de un torrente de comentarios destructivos, bulos, análisis falaces o claramente sesgados… Como ciudadanos adultos deberíamos tener un poco más de control saludable y consciente sobre la exposición a chats, coloquios, programas, redes sociales, etc. a la que nos sometemos. Todos esos estímulos, sean rigurosos o no, entran muy rápido y en gran cantidad en nuestro sistema, saturándolo. Luego, nuestro sistema los tiene que procesar y, a continuación, naturalmente, el producto resultante (la conclusión) y también el sobrante (el puro excremento) tienen que ser expulsados al exterior. Los estímulos informativos no se crean ni se destruyen, sino que, simplemente, se transforman.

Los estímulos informativos no se crean ni se destruyen, sino que se transforman

Esa expulsión no sucede hacia el vacío, no es impune ni gratuita, sino que impacta en otros: quienes nos escuchan y rebaten, aquellos que leen lo que escribimos y reproducen ad infinitum aquello que nosotros producimos o compartimos. Se convierte así en un nuevo input tóxico, reactivando indefinidamente esta dinámica.

Medidas preventivas ante los bulos

Las fake news no son algo nuevo ni propio de esta época. Forman parte de la comunicación humana y, por tanto, están fuertemente mediados por factores sociológicos y psicosociales. Esto no quiere decir que no haya que temerlos y combatirlos: deben ser tenidos en cuenta y neutralizados. Su influencia es muy nociva y nunca podemos estar seguros de la magnitud que pueden llegar a tener. Nadie es completamente inmune a los, pero sí hay ciertas características que deben cultivarse para prevenir sus efectos:

Tener sentido crítico: ser analíticos, tomarnos la molestia de poner en tela de juicio y comprender en profundidad el sentido de ciertas informaciones. Esto no quiere decir volvernos personas totalmente desconfiadas o, incluso, paranoides –pensando que hay perversas intenciones detrás de toda noticia y que no podemos fiarnos de nadie–. Se trata simplemente de que no nos traguemos porque sí toda la información que nos llega.

Tener diferentes fuentes de información y, a ser posible, buenas (fiables): valorar no solo una información, sino el rigor con que está expresada y también de quién nos viene. ¿Es alguien a quien damos crédito, que suele estar bien informado, que es cuidadoso, que no tiende a difundir noticias porque sí? ¿O es cualquiera?

Tener un alto nivel cultural: cuanta más información se maneja de manera ordenada y se comprende, más capacidad de contraste y cotejo se tiene, es decir, más pericia, más sabiduría, en parte más inteligencia –aunque no sea lo mismo que el nivel cultural, pero este último es uno de los múltiples factores que contribuyen a mejorar la inteligencia de una persona–. Es importante tener referentes, abundancia de información sólida y de calidad acumulada –no toneladas de datos inconexos y amontonados–, sino cantidad suficiente de información adecuadamente procesada y ordenada, información rigurosa y de calidad que nos sirva de referente para contrastar los nuevos datos que nos lleguen.

Prudencia: no caer en el retuit automático de cualquier cosa, en el compartirlo todo porque sí, solo porque nos llama la atención o porque nos parece relevante. Controlar nuestros automatismos, pensar qué efecto puede tener la difusión incontrolada de ciertos datos, sobre todo aquellos que tienen una pinta extraña. Ser reflexivos, no impulsivos.


Ifeel es una aplicación de psicólogos que ofrece terapia online. Nació en 2017 en Madrid al amparo del Venture Day organizado por el IE Business School. Hoy en día colabora con el Colegio de Psicólogos de Madrid.

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