Medio Ambiente

La salida de la crisis será verde o no será

La forma en la que tratamos a nuestros ríos, bosques o fauna, nos puede hacer mucho más vulnerables a catástrofes como la del coronavirus: una naturaleza sana y respetada eliminaría muchos problemas para no vernos igual o peor en pocos años.

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22
abril
2020

La naturaleza nos puede poner contra las cuerdas. No es nada nuevo. A lo largo de los siglos, las distintas civilizaciones que han pisado nuestro planeta han tenido que resistir huracanes, terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, oscilaciones climáticas o pandemias. Tristemente, algunos de estos fenómenos los vemos de forma cotidiana en los medios de comunicación y, tras un pensamiento de pocos segundos en los que sentimos la pena por la población afectada, seguimos con nuestros quehaceres. Pero ahora estamos metidos de lleno en una pandemia que será recordada con dolor y tristeza, tanto dentro de nuestras fronteras como en la práctica totalidad de los países del mundo. Y más cuando llegue a todos aquellos que no disponen ni de los sistemas sanitarios necesarios, ni de medicamentos que les ayuden a controlar la situación.

No es la primera pandemia que sufrimos. Basta con coger cualquier libro de Historia para darse cuenta de que, en Europa –y también en España–, hemos tenido algunas que han dejado millones de muertos, como la peste negra o la mal llamada gripe española en 1918, el ejemplo comparable más reciente que tenemos. Aún así, ha habido otras hace menos tiempo, como la gripe-A en 2010 que llegó a dejar más de 150.000 víctimas mortales o la epidemia del ébola, que estuvo muy cerca de avanzar por nuestro país en 2014.

Este famoso virus con el que ya estamos familiarizados, el COVID-19, tiene una rápida expansión gracias al mundo globalizado en el que vivimos: todos estamos conectados entre los distintos puntos del planeta en cuestión de horas. El Instituto Español de Estudio Estratégicos, dependiente del Ministerio de Defensa, ya lo advertía hace semanas en su publicación Emergencias pandémicas en un mundo globalizado: amenazas a la seguridad. La peste negra avanzaba lentamente, a la misma velocidad que se movía un mercader o un soldado. Ahora, los virus pueden volar en primera clase.

A diferencia de la peste negra, ahora los virus vuelan en primera clase

En algunos países ninguna persona viva había presenciado nunca una situación como la actual –solo hace falta ver las cifras de fallecidos–, pero no es la única crisis que tenemos encima. Más allá de esa económica que ya estamos empezando a vislumbrar, llevamos mucho tiempo inmersos en una crisis ambiental y climática sin precedentes. Cada día, cuando todo funciona correctamente según las reglas de la sociedad en que vivimos, emitimos miles de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Partículas contaminantes, gases tóxicos… una polución que según multitud de estudios causa en nuestro país cientos de miles de muertes prematuras al año, y millones en todo el mundo. Una atmósfera irrespirable que nos mata poco a poco y a la que en alguna ocasión que otra se ha decidido ignorar. Además, el COVID-19 podría haber aprovechado muchas de las afecciones que provoca para hacer aún más daño.

La forma en la que tratamos a nuestros ríos, bosques o fauna, nos puede hacer mucho más vulnerables a este tipo de catástrofes. Una naturaleza sana y respetada eliminaría muchos problemas mañana. Igual que un bosque nos protege de una inundación, una biodiversidad amplia nos protege de otras pandemias. En los últimos años, un altísimo porcentaje de nuevas enfermedades infecciosas se han dado por zoonosis, es decir, han sido transmitidas de animales a personas. Recordemos que los primeros indicios alertan de que el nuevo coronavirus podría haber llegado a través de un murciélago o un pangolín; una muestra de cómo puede responder la naturaleza a los ataques a su mundo natural.

El COVID-19 se ha aliado con la contaminación para hacer aún más daño

El cambio climático ha ido haciéndose notar cada vez más. Las últimas décadas han sido las más cálidas jamás registradas y estamos viendo cómo se produce un gran número de fenómenos extremos que cuestan la vida a miles de personas en todo el mundo cada año. Las sequías y las hambrunas obligan a desplazarse a poblaciones enteras en busca de un futuro mejor, y muchos de estos fenómenos están causados por la mano directa del ser humano. La gran concentración de dióxido de carbono, junto a otros gases de efecto invernadero, está provocando esta transformación de una atmósfera que, a lo mejor, de seguir su curso natural, no hubiéramos llegado a conocer en este siglo.



Un planeta en emergencia

Por estos motivos se acuñó el concepto de crisis climática y un gran número de declaraciones políticas bajo este lema para hacer ver la urgencia que tenía actuar contra este problema global. En noviembre de 2019, la Unión Europea declaró la emergencia climática con la intención de ponerse a trabajar en la reducción de emisiones y cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Entre ellos, el de limitar el aumento de la temperatura media del planeta por debajo de los 2°C, y con ello evitar que vayamos a un escenario de futuro mucho peor del que ya conocemos.

La crisis sanitaria mundial de estas semanas está provocando una ralentización de la economía y también de las emisiones, aunque el último dato que hemos conocido nos sigue diciendo que estamos en máximos históricos de concentración de CO2. Un parón mundial de unas pocas semanas no tendrá ningún efecto en el aumento de temperaturas que llevamos arrastrando décadas, pero es imprescindible seguir reduciendo las emisiones: ya hay informes que apuntan a una reducción del 5%, una cifra poco significativa que se dará por un breve periodo de tiempo. La caída de los precios del petróleo, esperemos, no se traduzca en consumos exagerados de combustibles fósiles.

Una biodiversidad amplia (y sana) nos protege de otras pandemias

Si seguimos por el mismo camino que veníamos recorriendo, es muy probable que sigamos teniendo pérdidas de vidas humanas por contaminación y por desastres que pudieran tener un origen favorecido por el calentamiento global. Dejaremos atrás la crisis sanitaria, pero seguiremos viviendo dentro de una crisis climática que parece guardar oscuros capítulos para el futuro. Este cambio en el clima nos podrá llevar a nuevas pandemias, incluso antes de lo que pensamos. Los expertos alertan de que mucho del permafrost –o suelo helado– de zonas árticas y de los glaciares que hoy se están fundiendo podrían almacenar virus y bacterias del pasado de los que ya no estamos inmunizados. Un ejemplo cercano lo tuvimos en 2016, cuando el cadáver congelado e infectado por ántrax de un reno quedó al descubierto en Siberia. Murieron más de 20 personas. Pero, en este mundo globalizado, pensemos por un momento qué pasaría si el que enfermase fuese un turista que expande la enfermedad a su vuelta a casa.

Una recuperación «en verde»

Otras crisis económicas del pasado solo han tenido un efecto temporal en las emisiones y, una vez terminadas, los motores han vuelto a quemar petróleo y sus derivados. Hace pocos días, varios países pedían una salida verde de la crisis del coronavirus que mantenga los compromisos ambientales. Por desgracia esta no está siendo la norma general: Estados Unidos y China están rebajando sus controles ambientales, dándole prioridad a una economía insostenible. Quizá ahora pueda ser el momento perfecto para aprender de nuestros errores del pasado y salir de la crisis sanitaria, pero también de la climática. Ambas se cobran miles de muertos y son capaces de poner en tela de juicio a nuestra sociedad, recordándonos esa frase tan usada pero tan poco aplicada de que «el planeta no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos».

Podemos pensar en una economía sostenible, en energías limpias y en una protección del medio natural y del clima que nos permitirá seguir viviendo con seguridad y tranquilidad. Conocemos el problema y también la solución. No tenemos que olvidar que solo somos una especie más que también depende del ecosistema que la rodea. Incluso el elemento más microscópico nos puede jugar una mala pasada.


(*) Jonathan Gómez Cantero es geógrafo-climatólogo especializado en riesgos naturales y cambio climático. 

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