Salud

«Nuestro sistema sanitario merece más atención»

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15
abril
2020

Eduardo Madina, director de Kreab Research y consejero editorial de Ethic, analiza el impacto y la respuesta política ante la pandemia que sacude la agenda global. 


¿El COVID-19 refuerza el mensaje nacionalista de las banderas y las fronteras o todo lo contrario? ¿Hay que volver a gritar, ante esta emergencia sanitaria, que «no hay más patria que la humanidad»?  

Desde mi punto de vista, esta crisis no es concluyente en las tensiones ya existentes. Más bien, creo que actúa como acelerador de las mismas, como fenómeno que las intensifica. El cierre de fronteras parece haber actuado como una medida compartida en la lucha contra la expansión del virus, pero en tiempos de pandemia. Fuera de ellos, el virus está situado precisamente ahí, en los discursos de fronteras clausuradas y sociedades cerradas. Las tensión sociedad abierta-sociedad cerrada continuará con más intensidad tras esta crisis, y ojalá termine bien.

«Las tensión sociedad abierta-sociedad cerrada continuará con más intensidad tras esta crisis»

¿Qué opinas sobre el papel de la Unión Europea?

La complejidad de la arquitectura y de los procesos de toma de decisión hace difícil la visibilidad del quién es quién en Bruselas. Solemos denominar «la UE» al Consejo, es decir, a los jefes de gobierno, a los representantes gubernamentales de los Estados Miembros. Ahí, Europa ha fallado clamorosamente: han sido incapaces, ni siquiera de suspender Schengen –asunto de enorme relevancia– de manera ordenada, cada país ha ido cerrando fronteras según lo ha ido considerando. Ha fallado, por tanto, la capacidad de los 27 gobiernos nacionales de articular una respuesta común y coordinada a esta pandemia, no tanto por parte de la UE, sino de los gobiernos nacionales de Europa. No es algo menor, porque Bruselas ya ha jugado demasiado el papel de la bruja mala del cuento. Debemos tener cuidado con las consecuencias de ese sobre señalamiento, porque que la clave quizá no esté ahí sino en el papel que juegan los 27 actores nacionales en Bruselas. En cuanto a las medidas económicas que se han puesto en circulación a través del MEDE, del BEI y del BCE, es indiscutible que son un paso relevante para hacer frente a la derivada económica de esta crisis productiva y de consumo. Habrá que ver sin son suficientes y si el Consejo sorprende y avanza más desde ahí.

¿Esta crisis ha puesto de manifiesto que hay una parte de la sociedad, con distintos colores políticos, que es incapaz de salir de la polarización y llegar a eso que Aristóteles llamaba la «amistad cívica»?

Es cierto, pero también lo es que, en esta crisis, el Gobierno está contando –al menos por ahora– con el apoyo de los partidos de la oposición. En anteriores crisis sanitarias no fue así y, en un país con tanta polarización política como la que España lleva soportando desde 2015, creo que es un dato relevante. Esperemos que no se rompa, porque es más que evidente que el Gobierno necesita toda la ayuda posible.

¿Crees que esta crisis va a provocar un nuevo mapa político en España?

Es demasiado pronto para interpretar qué tipo de impactos políticos traerá en el panorama nacional una crisis como esta. A corto plazo, habrá elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia, si nada se tuerce, en el mes de octubre. No habrá cambios electorales muy relevantes en ninguna de los dos territorios y, más allá de eso, creo que todavía no hay visibilidad.

«En Europa ha fallado la capacidad de los 27 gobiernos nacionales de articular una respuesta común»

El impacto social y económico del virus va a ser devastador. ¿Cómo podemos amortiguar el golpe entre los más desfavorecidos?

Todas las medidas económicas y sociales que está implementando el Gobierno merecen confianza. Se ha movilizado un volumen económico sin precedentes, tanto en España como en los países más avanzados del mundo. Con todo, el golpe merece que nos replanteemos muchas cosas. La primera nuestro sistema sanitario, que merece más atención, financiación –invertimos en él casi un punto menos sobre el PIB que la media de la UE– y optimización de las condiciones laborales de nuestros médicos. En segundo lugar, la cohesión social, verdadera clave de desarrollo de las sociedades europeas tras la II Guerra Mundial y de la española a lo largo del recorrido democrático. Nuestros servicios públicos merecen más atención y otro trato deliberativo, legislativo y presupuestario. Y, en tercer lugar, el empleo, ya que en, plena transición tecnológica, no podemos demorar más tiempo ese debate. O se afronta y se generan las condiciones necesarias ante el mundo hacia el que nos dirigimos, o tendremos serios problemas de sostenibilidad de nuestro modelo social, económico y político.

El sociólogo alemán Ulrich Beck sostenía que nuestro sistema de producción y creación de riqueza está asociado a una creciente producción social del riesgo. ¿Qué debemos cambiar? 

Más allá de esta pandemia de enorme gravedad, debemos decidir qué tipo de sociedad queremos ser a partir del día en que esto termine. ¿Vivimos en sociedades que producen riesgo? Sin duda. También producen cansancio y, de fondo, injusticias sociales. Además, lo hacen a mayor velocidad que nunca, por eso es necesario lo que lleva tiempo reclamándose: un debate a fondo en nuestro país sobre cómo adaptarnos a la nueva realidad tecnológica que está cambiando por completo el paisaje en el mundo y que nos exige transformaciones profundas en términos de competitividad económica, de generación de valor añadido, de mercado laboral, de sostenibilidad medioambiental, de ciencia e innovación, de educación y formación de nuestro capital humano, etc. Es un cambio casi completo, que remite a toda una transformación cultural y, sin él, aparecerá el verdadero riesgo: que las sociedades europeas inviertan por completo el flujo del miedo y este pase del pasado al futuro. Europa, construida sobre el miedo a un siglo XX cuyo peso se ha antojado insoportable, será otra si orienta ese miedo de manera definitiva hacia el futuro. Si eso sucede, es ahí donde se sitúa el verdadero riesgo, donde nos está esperando. Conviene evitarlo y tomarse en serio –de una vez por todas– el enorme desafío que tenemos por delante.

«Es demasiado pronto para interpretar qué impacto político tendrá en España traerá una crisis como esta»

Hay un discurso que enfrenta lo privado a lo público como si fueran dimensiones antagónicas. ¿No crees que esta crisis evidencia que hay que proteger, por un lado, el Estado del bienestar y, al mismo tiempo, seguir reforzando, como defienden los Objetivos del Desarrollo Sostenible, la colaboración público-privada?

No sé cuántas cosas seremos capaces de aprender de esta crisis. Hay quien considera que no muchas y quien considera lo contrario pero, por mi parte, me conformaría con que, al menos, le dedicáramos algo de tiempo al debate sobre lo que enseña. Hay algo que no deberíamos pasar por alto: la íntima relación de nuestro estado de bienestar con nuestro modelo de sociedad, entre los servicios públicos y la cohesión social. A priori, es un discurso enmarcado en el ámbito de los modelos sociales que, sin embargo, también muestra la extraordinaria relación existente entre estado de bienestar y modelo de desarrollo económico, y a esto último no le hemos prestado demasiada atención en los últimos años. Ahora que esta crisis actúa como un espejo aumentado que nos enseña la relación entre sanidad y capacidad productiva, ojalá nuestro país sepa sacar conclusiones. Esto es algo que la derecha española nunca ha sentido como propio y que la izquierda no ha evidenciado y defendido en estos últimos años, pero la defensa de nuestro estado de bienestar no solo es la defensa de nuestro modelo social, sino que es clave en el planteamiento de nuestro modelo productivo y, en consecuencia, de nuestro modelo económico. Ojalá las fuerzas políticas sepan salir de aquí con un gran pacto nacional por la sanidad. Creo que el país lo necesita.

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