Cultura

Al límite: la honestidad en los tiempos del coronavirus

Muchas veces nos enfrentamos en nuestro quehacer profesional ante el dilema ético de obrar conforme a nuestros propios intereses o a lo que interesa a los demás, lo que exige todo código deontológico. Toda elección comporta una componente de renuncia: cumplir con el deber profesional exige, en algunas ocasiones, el valor épico de vencer nuestra propia inclinación al egoísmo.

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25
marzo
2020

«No se trata de heroísmo. Se trata de honestidad».
Albert Camus en La Peste.

Según nos anuncia el Gobierno y podemos vislumbrar observando la evolución que la infección del COVID-19 ha seguido en otros países que nos han precedido en esta dura lucha, resulta que no hemos llegado al pico de infectados, ni al de muertes. A pesar de ello ya hace días que el sistema sanitario y los profesionales que lo conforman están siendo sometidos a una dura prueba de estrés. Médicos, enfermeros y personal auxiliar del sistema sanitario trabajan sin descanso, doblando los turnos, con medios escasos y frustración contenida, porque, a pesar de su denodado esfuerzo, no consiguen minimizar las muertes.

Su exhausto trabajo se confronta, en estos momentos, con el paro forzoso a que estamos llamados la mayor parte de la población, a la que solo se nos pide que, con disciplina y responsabilidad, obedezcamos la orden de confinamiento decretada por las autoridades. Es momento de ayudar, en la medida de nuestras posibilidades, a nuestros vecinos más necesitados, de apoyar en la distancia –aunque sea con un aplauso unánime desde las ventanas– a los sanitarios, y de seguir obedientemente y sin fisuras las órdenes de las autoridades, sobrellevando el confinamiento con entereza, con lecturas y películas atractivas y, también, si es posible, preparándonos para el día después.

Una de las películas que recomiendo y que he vuelto a ver esta semana es Bringing out the dead (1999), dirigida por Martin Scorsese, que fue estrenada en España en el año 2000 con el título Al límite. Una película sobre el estrés, la angustia, la desazón y el paroxismo al que están sometidas quienes trabajan en los servicios de urgencia.

«Salvar una vida es como enamorarse. La mejor droga del mundo», dice el protagonista

En la película, su protagonista, Frank Pierce (Nicolas Cage) conductor-enfermero del servicio nocturno de ambulancias de Nueva York, está sobrepasado, al borde del colapso, y solo quiere que le despidan, para dormir y descansar, pero el jefe de servicio dilata ese favor ante la imposibilidad de cubrir su puesto. Con su singular maestría Scorsese nos muestra en Al límite, la vida de quienes la arriesgan cada día para salvar la de otros, tratando de profundizar en los pensamientos, los sentimientos, las dudas y problemas que viven, en su humana fragilidad, esos héroes.

En una entrevista concedida con motivo del estreno de la película Scorsese decía: «Lo que hacen estos enfermeros –al igual que hacen ahora nuestros profesionales sanitarios en su lucha denodada frente al coronavirus asumiendo los riesgos hasta el final, teniendo en cuenta a esta hora el 12% de los médicos y enfermeros expuestos al virus habían sido contagiados– , es extraordinario, cuidan a la gente a la que nadie quiere tocar». «Creo que quienes tienen el oficio de salvar vidas pueden asemejarse a los que hacen votos religiosos: lo que mueve a unos y a otros es la enorme compasión por sus semejantes. Desde mi punto de vista, la religión es eso: una enorme compasión por el prójimo y una infinita disposición para tratar de aliviar su dolor», apuntaba el cineasta.

Como dice Frank en uno de los monólogos de la película, «salvar una vida es como enamorarse. La mejor droga del mundo». Precisamente el recuerdo de la sensación de esa droga, como un chute de adrenalina, es lo que sirve de incentivo al conductor de ambulancia para lanzarse cada noche a las inhóspitas calles de Nueva York.

«¿Por qué negar que un día fuiste –o te sentiste– como Dios, dueño o al menos administrador de la vida y de la muerte?». Esta es la otra gran pregunta que aborda Scorsese que, como en todas sus películas, nos enfrenta en algún momento a lo trascendental. Para el cineasta estadounidense «ese es el gran desafío: el poder aceptar que por más esfuerzos que hagamos para salvar a los otros, jamás seremos Dios. Y justamente porque tiene que aceptar esa limitación, el personaje de Frank está en permanente lucha consigo mismo».

Frank vive angustiado por la muerte de Rose, una adolescente indigente cuya muerte no pudo evitar, y, a medida que transcurre la película, su desazón aumenta ante el fracaso continuo de varias jornadas con la experiencia constante de la muerte. Frank busca desesperadamente cada noche salvar una vida pero la mala suerte parece cebarse con él. «Estoy seguro –decía Scorsese– de que ese es exactamente el sentimiento que experimentan quienes pueden evitar la muerte de un semejante. Quienes se dedican a ese oficio conviven todo el tiempo con la tragedia, pero también con la fuerza imparable de la vida. Justamente ése es el tema que trata la película: la maravillosa elevación de la vida y el descenso trágico hacia la muerte».

Ante la pregunta de cómo se soporta esa angustia, Scorsese respondía: «En el caso de Frank, trato de mostrar que no vive su tarea convencido de que él es el héroe que evita la muerte, sino que vive con el peso enorme de tener que estar allí, de tener que poner su cuerpo junto al dolor y la muerte ajenos y el de tener que aceptarlo. Nadie le pide que sufra para ejercer su oficio. Pero no puede evitarlo. No puede dejar de sentirse culpable por aquellos a los que no consigue salvar. Frank vive obsesionado por Rose, una chiquita cuya muerte no pudo evitar. En sus fantasías, Frank le pide perdón. «Nadie te pidió que sufrieras. Sé que he muerto en tus manos, pero si te perdonas, yo te perdono», le dice la niña».

«Quienes se dedican a ese oficio conviven todo el tiempo con la tragedia, pero también con la fuerza imparable de la vida», afirma Scorsese

Ese sentimiento de «falta de heroicidad», que es general en los profesionales sanitarios –también en bomberos, policías y otros servidores públicos que pueden llegar a arriesgar sus propias vidas– fue igualmente descrito, años atrás, por Albert Camus en La peste. En una de las conversaciones que el protagonista de la novela, el doctor Rieux, tiene con Rambert –periodista al que la epidemia encuentra en Orán por casualidad– , tras duras e incansables jornadas atendiendo los continuos avisos de infectados por la peste, le dice: «No se trata de heroísmo, se trata de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la pese es la honestidad. ¿Qué es la honestidad? –preguntó Rambert, poniéndose serio de pronto. No sé qué es en general –contestó Rieux– pero en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio».

En no pocos momentos de nuestras vidas nos enfrentamos en nuestro quehacer profesional ante el dilema ético de obrar conforme a nuestros propios intereses o a lo que interesa a los demás y al bien común, que es lo que exige todo código deontológico. Toda elección comporta una componente de renuncia. Cumplir con el deber profesional exige, en algunas ocasiones, el valor épico de vencer nuestra propia inclinación al egoísmo.

Quizás en días no muy lejanos cada uno de nosotros tengamos que enfrentarnos a este dilema. Tomemos ejemplo de tantos que en estos días están ya demostrando su ejemplar comportamiento y su honestidad, y, si me permitís un consejo, no dejéis de ver Al límite, película trufada no solo de pensamientos y reflexiones que pueden servirnos para alumbrar un criterio ético de comportamiento, sino de imágenes oníricas y de una velocidad acelerada –reflejada en el destello de las luces nocturnas en el interior de una ambulancia que circula a gran velocidad por las avenidas neoyorkinas– acompañada por la música extraordinaria compuesta por Elmer Bernstein y por una selección de la mejor música del pop y el rock de los años 90. Entre otras, What’s the frequency, Kenneth?, el imperecedero tema de R.E.M.

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