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El paciente del futuro

¿Qué rumbo debe tomar el sistema sanitario para adaptarse a los cambios demográficos y tecnológicos que perfilan el siglo XXI? ¿Cómo hacer frente a esas transformaciones desde una óptica humanista? Healthinking, el foro de expertos impulsado por AbbVie para identificar, anticiparse y contribuir a ese nuevo contexto, reúne a cuatro voces destacadas en diferentes disciplinas con el fin de despejar estas incógnitas.

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Carla Lucena
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11
septiembre
2019

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Carla Lucena

Benjamin y Stéphane charlan jocosamente en la oscuridad del callejón de la puerta trasera del hospital. Una breve pausa para coger fuerzas antes de volver a la faena.

-Estar en tu servicio es deprimente. Nunca curas a nadie. Por eso yo hago reanimación. Cada enfermo es un desafío: o se salvan o la cascan. En reanimación tenemos más acción. Si el tío muere, no es culpa tuya, y si los salvas, eres la leche.

-No tiene nada que ver. Justamente en medicina interna tienes relación con pacientes, gente de verdad. Te ocupas de ellos, hablas con ellos. A veces están tristes, a veces contentos. Tú llegas y tienes un cuerpo. Lo reanimas y ya está. Tssss, pum. «¡Hala, ya está despierto! Ahora voy a ver si reanimo a otro».

-Vaya historias te montas, chaval. [Risas]

-Tú, que te crees un héroe porque reanimas a gente.

Los dos jóvenes médicos protagonizan este diálogo en la película francesa Hipócrates (2014), dirigida por el cineasta Thomas Lilti. Una obra mordaz (y autobiográfica: Lilti ejerció la medicina durante años) que penetra en los dilemas éticos y en las complejidades de la actividad médica. Desde la aflicción por desconectar una máquina hasta las secuelas —a veces irreparables— de la embestida de la crisis económica sobre el sistema sanitario, este film encarna el día a día de lo que sucede entre los fríos pasillos de los hospitales. Y es, en sí misma, una declaración de intenciones. Hipócrates remite al célebre Hipócrates de Cos, padre de la Medicina, quien hace 2.500 años ya promulgó: «Cura a veces, trata con frecuencia, consuela siempre».

Apelar al humanismo es, quizá, la tarea más imperiosa en un mundo dominado por el dato. Esta revolución tecnológica coincide, además, con una deriva demográfica de envejecimiento progresivo, que plantea nuevas necesidades de origen fisiológico y psicosocial y exige repensar el sistema a todos los niveles y de una manera integrada por parte de los diferentes actores.

«Vivimos un momento de transformación vertiginosa. Yo lo llamo tiempo de estupor. Alguien dijo que los últimos y lastimeros quejidos de un agonizante se parecen a los primeros vagidos de un recién nacido. Quizá por eso sabemos que un mundo se va y que otro nace, pero interpretamos con dificultad las señales». Con estas palabras, el periodista Iñaki Gabilondo introducía el foro de expertos El paciente del futuro, organizado por Healthinking. Esta iniciativa, lanzada por la compañía biofarmacéutica AbbVie, nació en 2016 con el fin de vislumbrar los hitos que marcarán la evolución del ámbito de la salud en las próximas décadas. Ahora más que nunca, resulta esencial combinar el conocimiento y talento de todos los agentes y expertos en salud, con el objetivo de anticiparnos a la evolución del Sistema Nacional de Salud.

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De izquierda a derecha: Antonio Bañares, Verónica Casado, Iñaki Gabilondo, Amelia Valcárcel y Rafael Bengoa.

La filósofa Amelia Valcárcel, el especialista en gestión sanitaria Rafael Bengoa, la doctora Verónica Casado y el experto en los ámbitos farmacéutico y académico Antonio Bañares fueron los protagonistas de un debate profundo y constructivo. Gabilondo puso sobre la mesa las preguntas a los grandes dilemas: «¿Estaremos en condiciones de soportar el sistema que tan orgullosamente pregonamos? ¿Será sostenible? ¿Podemos despreocuparnos de los problemas de salud que hay en el mundo, limitándonos geográficamente a España? ¿Estamos condenados a mirar este asunto observando también el planeta? ¿Qué efecto van a ejercer sobre las actividades médicas las novedades extraordinarias de tipo tecnológico y científico que se están anunciando? ¿Cambiarán los sistemas de organización de los hospitales y las políticas sanitarias?».

Del paciente agudo al crónico

Casi la mitad de nuestra población padece al menos una enfermedad crónica, porcentaje que alcanza más del 70% en el caso de los mayores de 65 años, según datos aportados por la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) y la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC). Estas entidades también alertan de que el 80% de las consultas en Atención Primaria están relacionadas con la cronicidad, al igual que el 60% de los ingresos hospitalarios y el 85% de los que se producen en el área de Medicina Interna.

Verónica Casado: «La medicina no solo debe ocuparse de curar enfermedades: trabajar con personas sanas para modificar estilos de vida es clave»

«El sistema sanitario que conocemos y que hasta ahora ha funcionado está pensado para los enfermos agudos. Si te rompes una pierna, tienes una apendicitis o una infección, te repara bien. El problema es que el tipo de paciente que viene al sistema ha cambiado completamente. Es un paciente crónico, debido a la demografía, un panorama muy distinto al de hace 50 años. Esto quiere decir que ha llegado el momento de la transformación. Si el sistema no se transforma, va a ser insostenible». Rafael Bengoa, codirector del Instituto de Salud y Estrategia (SI-Health), dio con la clave que marcará la nueva era de la sanidad.

Este nuevo paradigma, en su opinión, pasa por tres frentes: el ético, el tecnológico y el de gestión, que deben abordarse al unísono. La primera revolución pendiente es la de la atención domiciliaria. «El domicilio puede convertirse, a través de ciertas tecnologías, en el centro de cuidados. Sabemos que hay muchas personas vulnerables en España que viven solas, tienen enfermedades y a veces no pueden bajar de su cuarto o quinto piso porque no hay ascensor. No podemos esperar a que lleguen al hospital, a urgencias, y les metamos en una cama, que es lo más caro del sistema. Hay que actuar antes», explica el especialista, profesor en prestigiosas universidades como la de Harvard.

La telemedicina tiene mucho que decir a este respecto. Además de facilitar las prestaciones de servicios médicos a distancia, el acceso a historiales clínicos electrónicos, la obtención de citas online o las consultas con especialistas, esta herramienta actúa directamente sobre las desigualdades de acceso a las infraestructuras y recursos sanitarios: en 15 años, la atención sanitaria online se extenderá a 1.600 millones de personas en todo el mundo, según el estudio SMARTer2030 realizado por Accenture y GeSI. Invertir en este tipo de innovación puede ser, por tanto, uno de los medios más efectivos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible(ODS) de Naciones Unidas.

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Las posibilidades son infinitas. Sin embargo, como recuerda Bengoa, «aún no se ha dado la revolución tecnológica en sanidad que sí se ha dado en todos los demás sectores. Cuando se dé, sabremos controlar en casa a personas con diez o doce enfermedades y, desde la atención primaria, se estará mirando en un ordenador si el estado de Pedro, María o José se está complicando, para intervenir proactivamente».

El foco en la atención primaria

«La medicina no solo debe ocuparse de curar enfermedades. Trabajar con personas sanas para modificar estilos de vida es fundamental», sostiene Verónica Casado, reconocida como la mejor médica de Atención Primaria del mundo en el congreso internacional de la WONCA World de Seúl. «Si yo consigo que alguien deje de beber, a lo mejor estoy disminuyendo su probabilidad de tener un hepatocarcinoma. Si consigo que deje de fumar, estoy evitando que tenga un cáncer de pulmón o una EPOC», explica.

Rafael Bengoa: «El sistema de salud no se podrá sostener sin que la política se moje, de forma proactiva e integrada»

La propia Organización Mundial de la Salud ha establecido el objetivo de reducir en un 25% la mortalidad prematura por enfermedades crónicas en el año 2025 con el lema 25 x 25. Sin necesidad de ir tan lejos, nuestra legislación —en concreto, el artículo 3 de la Ley General de Sanidad de 1986— establece la prevención y la promoción de la salud como los puntos cardinales hacia los que debe orientarse el sistema. Una premisa que dista mucho de la realidad: en efecto, 8 de cada 10 euros del gasto sanitario en España se dedican a pacientes con enfermedades crónicas, de acuerdo con la SEMI y la semFYC.

«Si no vertebramos y reforzamos la atención primaria, que es el instrumento más cercano, resolutivo y eficiente, y que evita llegar a ese mal necesario que es el hospital, ponemos en riesgo el sistema», advierte Casado, que remarca la especial fragilidad de la atención primaria desde 2010, año en que la sanidad pública se dio de bruces con las peores consecuencias de la crisis.

Una decisión política

España es el país más saludable del mundo, según el Bloomberg Healthiest Country Index, que hace una comparativa de 170 países. «¿Por qué hemos llegado con un PIB no demasiado elevado a un nivel de salud alto? Porque hubo una decisión política muy clara: en unos determinados años hubo auténticos arquitectos de sistema. Fue muy bien creado. Se hicieron muchas cosas para la equidad y la eficiencia y la viabilidad», puntualiza Casado. Precisamente, la atención primaria y la alimentación tienen mucho que ver en este buen resultado, según se desprende de las conclusiones del índice.

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Algunas fuentes estiman que el PIB destinado a sanidad debería situarse entre el 7% y 7,5%, frente al 6,3% actual. Lo cierto es que España figura en el 18º puesto de los 35 países de la OCDE en gasto público sanitario. «El sistema de atención primaria y comunitario está infrafinanciado», afirma Bengoa. «Pero no solo hace falta financiar: la solución pasa por integrar los servicios sociales y la sanidad, dos vasos comunicantes que están recibiendo servicios separados. No hay ninguna razón para que en España no decidamos empezar a hacerlo. Las personas que están aisladas en casa, que no siempre son mayores, necesitan estos dos servicios sincronizados».

Los expertos coinciden: es una decisión política. «El Gobierno y los partidos políticos tienen que trabajar en la promoción de la salud como están haciendo en el norte de Europa. No podemos pensar que el sistema de salud se podrá sostener sin que la política se moje, de forma proactiva e integrada. Veremos si se dan las circunstancias en esta legislatura. Si no, el sistema nacional de salud va a pasar muy malos ratos», anuncia Bengoa.

Antonio Bañares: «Muchas veces sobreutilizamos recursos que deberían dedicarse a otras áreas fundamentales como la innovación»

Antonio Bañares, doctor en Medicina y director de Relaciones Institucionales de AbbVie España, lo suscribe: «Sabemos que ese cambio de gestión y organización es necesario. Es una herramienta básica para la sostenibilidad del sistema». Y añade: «Muchas veces sobreutilizamos un recurso que debería estar reservado para otro tipo de actividad. Eso nos impide dedicar recursos a otras áreas fundamentales como la innovación».

En busca del algoritmo humanista

El blockchain, la impresión 3D, el big data o la inteligencia artificial moldean ya nuestras sociedades y lo harán con mayor hincapié en las próximas décadas. El paisaje sanitario no es ni mucho menos ajeno a esta oleada de disrupciones tecnológicas, que van a producir, en paralelo, una revolución del conocimiento. Así lo sostiene Bañares. «Cuando hablamos de big data, estamos hablando de una acumulación ingente de datos que van a estar inmersos en esa nueva relación médico-paciente, gracias a lo que podrán estar en comunicación en los meses previos y en los meses sucesivos a una determinada consulta», matiza. Lejos de actuar como una amenaza al estilo más orwelliano, «permitirá al médico dedicar más minutos de esa consulta a ejercer el efecto en sí mismo terapéutico, y no solo diagnóstico, de la relación médico-paciente».

Amelia Valcárcel: «Debemos inventar un algoritmo humanista. La medicina tiene fronteras éticas que no puede traspasar»

El hecho de que el 8,5% de las casi 3.000 startups que existen en nuestro país pertenezcan al ámbito de la salud es una clara evidencia de lo que nos distancia con el paciente de hace 20, 30 o 50 años. «Los ciudadanos y ciudadanas de Occidente sabemos tanto de analíticas como nuestro médico, porque existe un recurso llamado Google donde nos lo miramos. El privilegio de la bata blanca está muy disminuido. La medicina no tiene que sentirse ofendida por haber perdido esa actitud chamánica», expresa con contundencia la filósofa Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y miembro del Consejo de Estado. Pero apunta: «Ese cambio en las relaciones hace al humanismo aún más necesario. Debemos inventar un algoritmo humanista, que sepa que aquel que tengo enfrente es un ser singular».

Parafraseando a Lord Bacon, la filósofa recuerda: «Nadie como uno mismo conoce igualmente bien su cuerpo. Por eso debemos entender que una persona quiera negociar un tratamiento e incluso un diagnóstico, por claro que este sea. Ahí es donde entra la capacidad de escucha. ¿Cuántas veces se acercan personas a la consulta para que les des cariño, y no una medicina más?», dice Valcárcel. Para la pensadora, la medicina tiene fronteras éticas que no se pueden traspasar: «Hay problemas a elucidar socialmente: ¿Dónde quiere usted irse? Cuando la máquina avise de que usted se va, ¿quiere estar con los suyos? ¿No los tiene? ¿En cuánto tiempo quiere irse? ¿Quiere tardar dos semanas, dos días, dos horas? Ya no se trata simplemente del debate del justo cuidado, sino del debate del cómo. Son los debates abiertos y sin cerrar de la eutanasia, por ejemplo, que debemos abordar. Hay verdades nuevas, pero la salud siempre será lo que más importa a la gente, que solo quiere saber cuánto va a vivir, cómo va a vivir y qué puede entonces razonablemente proyectar». Las respuestas a esas preguntas están, en estos momentos, sobre la mesa de operaciones.


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