Opinión

Europa: llanto y ofrenda

«Reflexionar sobre Europa en la actual situación es una forma de practicar la tortura, especialmente para quienes creemos que la construcción de un espacio europeo de convivencia es la aventura más apasionante que pueden vivir las actuales generaciones», escribe Francisco Sosa Wagner, catedrático de Derecho Administrativo y exdiputado en el Parlamento europeo.

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19
noviembre
2018

Las señas de alarma no pueden ser más reiteradas, más lacerantes y más elocuentes. Hace poco, con motivo de la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno, se nos ha explicado que la canciller Angela Merkel había logrado enhebrar un acuerdo sobre política migratoria. Nada más alejado de la realidad. La canciller logró un acuerdo para salvar su Gobierno, en peligro por la rebelión del partido bávaro hermano. Esa fue toda su conquista. Visto el pacto desde la perspectiva europea, el mismo significa volcar −¡de nuevo!− el tablero de la política europea.

Y ello porque, si nos fijamos en la literalidad de lo convenido por estos próceres, advertiremos que, además de albergar una prosa delicuescente, encomienda cualquier solución del problema que suscitan las personas que llaman a nuestras puertas a acuerdos entre los Estados. Entre ellos al trabado entre la propia Alemania y España, por ejemplo. Se comprenderá que, para hacer tratados bilaterales entre los Estados-nación que componen Europa, no se necesitan las instituciones europeas. Si el gobernante alemán tiene como interlocutor al español y entre ellos arreglan sus problemas, ¿para qué sirven la Comisión, el Parlamento Europeo, etc.? Se convendrá conmigo en que este proceder es justamente lo contrario del método comunitario ideado por los padres fundadores, especialmente por Jean Monnet.

«Europa es la única linterna que puede orientarnos en el camino y ahuyentar las tentaciones nacionalistas»

Enfatizo el ejemplo de esta última cumbre porque, además de la estructura económica de la Unión, a la que luego me referiré, ha abordado un aspecto central, medular, de la política europea, que necesariamente ha de ser común, tejida y pactada por todos, ejecutada por todos. Pues bien, en relación con ella, con la política migratoria, fracasó el reparto de cuotas entre los Estados decidido por la Comisión, con respaldo del Parlamento, y fracasarán estos endebles acuerdos hilvanados, pro domo sua, por la señora Merkel. El único que parece tener mayor vigor es el alcanzado con Turquía, aunque la pregunta molesta nos agobia: ¿no se deberá al importante trasvase de fondos hacia aquella República que se está haciendo desde las arcas europeas?

Paralelamente a estos debates migratorios, no olvidemos que la Unión Europea está desplegando en África una política de defensa que es una especie de ensayo de lo que podría ser la general que se está trenzando en Europa, una vez que se ha visto la escasa fiabilidad que ofrece el mayor socio de la OTAN, los Estados Unidos de América, hoy en manos de un presidente al que se puede calificar, en expresión cervantina, como un majagranzas.

El Sahel es un cinturón con más de cinco mil kilómetros en los que se encuentran once de los países más pobres y más conflictivos del planeta, un feudo de yihadistas y al mismo tiempo el paso prácticamente obligado para los migrantes que se dirigen a Europa. La UE tiene allí misiones europeas como la militar de Mali, ocupada en la reorganización del Ejército de aquel país, más la EUCAP-Nigeria en la que, por cierto, ha ostentado un especial protagonismo la Guardia Civil española. Entre otras iniciativas.

Esta actuación por parte de la Unión Europea en el territorio del que parten o atraviesan los migrantes que llegan a nuestras costas es muy relevante y debería ser completada con la instalación de centros aptos para proceder a su catalogación con el fin de diferenciar a quienes huyen de guerras o de la persecución política de aquellos que simplemente buscan un lugar donde trabajar. Tal localización «africana» de centros no debe excluir la existencia de análogas instalaciones en suelo europeo. Cuentan sin embargo con un obstáculo importante: la Unión Africana de jefes de Estado y de Gobierno ha rechazado su erección en el suelo de aquel continente y lo mismo han hecho algunos países como Túnez o Argelia.

De manera que encontramos las dificultades allá, solo salvables a base de engrasar con dinero a algunos gobernantes individuales, y las reticencias acá de los Gobiernos que se niegan a involucrarse en una política común migratoria. Gobiernos xenófobos unos y otros que no lo son tanto, pero unidos todos en desactivar los mensajes y cantos de sirena de los movimientos extremistas que, estos sí, acabarían demoliendo, ya definitivamente, las instituciones europeas.

El otro aspecto tratado en la última reunión de egregios mandatarios ha sido la política económica y sus instrumentos. Y tampoco son apreciables los progresos, pues las propuestas más europeístas, formuladas por el presidente Macron, han sido tibiamente acogidas.

«Es indispensable activar la convergencia europea si se quiere estar bien pertrechado para caminar en las aguas ariscas de las coyunturas económicas»

Parece claro que los avances pasarían por la designación de un ministro de Finanzas, la creación de un Tesoro común, la puesta en circulación de eurobonos y una cierta armonización en los impuestos. En definitiva, es indispensable activar la convergencia europea si se quiere estar bien pertrechado para caminar seguro en las aguas ariscas de las coyunturas económicas, y mucho más si lo que se desea es hacer frente con armas ágiles a posibles crisis futuras. Un fondo europeo de inversiones, la culminación del proceso de unión bancaria y un seguro europeo de desempleo deberían figurar asimismo y de forma inevitable en la lista de fines políticos compartidos.

Y termino. Cerca como estamos de las próximas elecciones europeas, es importante que, para conjurar el pesimismo con el que empezaba este artículo, intelectuales, ensayistas, clubes, políticos en activo o jubilados se dediquen a pensar en el futuro mirando por encima de esas bardas paralizantes (y a veces truculentas) que componen los mil asuntos que se acumulan a diario en periódicos y declaraciones.

Porque lo importante es saber que Europa es la única linterna que puede orientarnos en el camino. Europa es el espacio que acoge la grandeza de un mundo nuevo, ya que lo contrario es volver, apoyados en el bastón del valetudinario, hacia el nacionalismo, ese que hoy reivindican al unísono las izquierdas comunistófilas y las derechas extremas, con el que volveríamos a acogernos a las sombras de un embeleco escapado de un cuerpo en ruinas. Es decir, a la Europa de las «murallas antiguas» que evocara Rimbaud.

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