Salud

El ruido, una epidemia silenciosa

Fatiga, estrés, irritabilidad… Son solo algunos de los síntomas de la contaminación acústica que, al igual que la atmosférica, hace mella en nuestro cuerpo y nuestra mente de manera casi invisible.

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22
mayo
2018

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Perforadoras a pleno pulmón socavando la acera, un vecino que empuña la taladradora, el claxon de los automóviles que despiden ráfagas de música tan nocivas como el napalm, los gritos, el llanto inconsolable de un niño, el metro entrando en la estación, un avión que surca nuestras cabezas, el aviso acústico de un mensaje que llega a un teléfono móvil, el portazo a traición de una discusión ajena que no cesa, la televisión intrusa que se aloja en nuestra casa… ruido, en definitiva. Ruido. Estamos tan expuestos a él que lo hemos incorporado a nuestro paisaje vital. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo califica de «amenaza infravalorada». No siempre somos conscientes de la invasión de un ruido que lesiona nuestra salud psíquica y también física.

Se trata de un problema que causa cada año la muerte prematura de unos mil españoles y provocan alrededor de cuatro mil ingresos hospitalarios en nuestro país, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente. La OMS cifra los niveles tolerables de ruido –definido como «sonido inarticulado y, por lo general, desagradable»– en 65 decibelios diurnos y 55 nocturnos. Para hacer una estimación aproximada, en una biblioteca los niveles de ruido se sitúan entre 10 y 30 decibelios. Un ordenador personal emite unos 40 y un despertador con volumen alto, un televisor en condiciones normales y una aspiradora, 65. El camión de la basura excede el límite, con 75 decibelios, mientras que en un atasco se rozan los 90. A partir de los cien, comenzamos a desquiciarnos, y esa cantidad se sobrepasa en una fuerte discusión, el epicentro de una discoteca, una zona próxima al aeropuerto o un concierto de rock. A menos de treinta metros de un avión que despega, el ruido es de 140 decibelios.

La OMS cifra los niveles tolerables de ruido entre 65 decibelios diurnos y 55 nocturnos

La socioacusia es la molestia originada por la exposición al ruido ambiental. Suele desaparecer a los diez días, pero si persistimos en no alejarnos de la fuente, las lesiones pueden ser definitivas, llegando a causar sordera. «Los efectos causados por el ruido son muchos y con intensidades distintas: dilatación de pupilas y parpadeo acelerado, aumento de la presión arterial, dolor de cuello y espalda al tensarse los músculos por la menor irrigación sanguínea, dolor de cabeza, taquicardias, aumento de las pulsaciones, colitis o gastritis… En algunos casos, provoca el incremento de los niveles de azúcar en sangre, lo cual es especialmente peligroso para diabéticos, mientras que en otros pacientes, los niveles de colesterol pueden dispararse», nos explica el doctor Juan Cruz, del madrileño Hospital Clínico.

«El problema es que los pacientes, como también les ocurre a muchos profesionales de la sanidad, no tienen en cuenta el ruido como origen de las patologías, porque aún existe una gran desinformación. Por tanto, el diagnóstico se prolonga en el tiempo», argumenta la psicóloga Sara Vilches. Además de los efectos nocivos que repercuten en el cuerpo, todo un ramillete de síntomas psicológicos están estrechamente relacionados con la exposición a elevados niveles acústicos: insomnio, falta de atención y escasa concentración, fatiga, estrés, irritabilidad, lapsus de memoria, agresividad, depresión… «E incluso episodios de neurosis, paranoia e histeria», apunta el doctor Cruz.

Principales focos de ruido

El último estudio de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) indica que el tráfico por carretera es la fuente principal de contaminación acústica en el medio urbano, a la que están expuestas una de cada cinco personas. Los ferrocarriles se sitúan como el segundo núcleo de ruido insalubre, sufrido de manera continuada por 19 millones de europeos, mientras que el tráfico aéreo es la tercera fuente principal del problema, con más de cuatro millones de personas viviendo en las proximidades de aeropuertos. Por su parte, las fábricas martirizan constantemente a un millón de europeos.

Por las noches, la situación no mejora: uno de cada cuatro españoles tiene problemas para conciliar el sueño, tal y como asegura el III Informe Ruido y Salud DKV-Gaes. En Madrid, los gritos en la calle (en un 37% de los casos), las conversaciones de los vecinos (16,7%) o los ronquidos de la pareja (en el mismo porcentaje) perturban nuestro descanso.Este mismo estudio señala que más del setenta por ciento de españoles considera que vive en una ciudad ruidosa, algo de lo que se quejan el noventa por ciento de los madrileños, más del ochenta de los barceloneses y los sevillanos y prácticamente el cien por cien de los coruñeses.

A Coruña, Madrid, Barcelona y Sevilla son las ciudades en las que más molesta el ruido a sus vecinos

Los españoles damos por hecho que la algarabía es parte de nuestro ADN y aceptamos que somos ruidosos, acaso porque asociamos el ruido a la jarana, al bureo, a la fiesta. Eso quizás explicaría por qué España es el país de Europa con mayores índices de ruido y el segundo del mundo, solo superado por Japón. La clasificación la establece la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), aunque el presidente de la Sociedad Española de Acústica (SEA), Antonio Pérez, asegura que se trata de «una falsa leyenda» y que los niveles de ruido con los que convivimos «son similares a los de otras ciudades europeas».

Después de la contaminación del aire, la acústica es el problema ambiental más perjudicial para las personas. Y no es nuevo, o no tanto como pueda parecer: ya en 1972, la OMS catalogaba el ruido como un tipo específico de contaminación. Hoy en día, hay movimientos sociales comprometidos con esta causa, como ConRderuido, sentencias por acoso acústico e incluso bufetes de abogados especializados en la cuestión, como Ayala&González. Recientemente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España a indemnizar con 13.000 euros a un vecino del valenciano barrio de san José, por las consecuencias sobre su salud que la contaminación acústica le ha causado.

Normativa aislante

«La contaminación acústica se está convirtiendo en un serio problema hoy en día. El desconocimiento de las leyes y de nuestros derechos nos convierte en personas pasivas, pero la ley nos ampara y podemos exigir un ambiente silencioso en el que convivir, un entorno libre de ruidos. Debemos defender nuestro derecho a la salud», apunta Ana María Rodríguez, autora de un reciente estudio sobre la contaminación acústica en España.

Las sanciones legales pueden llegar hasta los 300.000 euros en casos de especial gravedad

La base de la normativa europea sobre la contaminación acústica es la Directiva 2002/49/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, que regula la evaluación y gestión del ruido ambiental. Limita el ruido en zonas urbanizadas, parques públicos y en campo abierto, así como en proximidades de centros hospitalarios, escolares y otro lugares vulnerables. Sin embargo, no contempla los ruidos causados por actividades domésticas, los que se producen en el trabajo o en los medios de transporte, ni tampoco los originados en las zonas militares.

Por su parte, a nivel legal, en España contamos con la Ley del Ruido, 37/2003, y los Reales Decretos que la desarrollan: el 1513/2005, sobre evaluación y gestión del ruido ambiental, y el 1367/2007, que legisla sobre los grandes ejes del ruido. Más que un problema de salud, en nuestro país el ruido se percibe como un conflicto político e incluso ético, apuntan desde Ecologistas en Acción, que recordó recientemente en un comunicado los problemas ocasionados por él: «provoca estrés, problemas de sueño, interfiere en los procesos cognitivos y puede originar enfermedades cardiovasculares y respiratorias».

Aunque la normativa recoge sanciones por ruido calificadas como leves (de hasta 600 euros), graves (de hasta 12.000 euros) o muy graves (de hasta 300.000 euros), es mejor concienciarnos que tener que recurrir a la aplicación de la ley. Mejor comenzar por rebajar los decibelios de nuestros actos cotidianos, antes de que las urbes se conviertan en aquella epidemia de tristeza que cantaba Sabina, en esa ciudad en la que con tanto ruido dejó de escucharse el sonido del mar.

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