Opinión

Cuando lo ‘smart’ llega a las zonas rurales

Es necesario actuar contra la discriminación que soporta el medio rural y darle un peso específico relevante en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

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11
abril
2018
Fotografía: Ángel López Soto

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Vivimos un momento de profundo cambio tecnológico que nos permite imaginar el futuro con mayor ambición. La disrupción se ha convertido en el nuevo mantra, llevando el término a nivel de categoría aplicable a múltiples ámbitos de la sociedad, de los negocios e incluso de las relaciones personales. Estas variaciones están provocando reflexiones sobre conceptos globales como el desarrollo sostenible y cambios en los mecanismos para alcanzarlo.

Las zonas rurales concentran a la mayor parte de las personas en situación de vulnerabilidad

La nueva agenda que plantean los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es buena prueba de ello. Hemos pasado de unos Objetivos de Desarrollo del Milenio con vigencia hasta 2015, centrados en países menos avanzados y orientados a resolver problemas básicos de acceso a servicios en relación al agua, la salud o la educación primaria, a una propuesta compleja y comprehensiva que toca prácticamente todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Aparecen el empleo, el consumo, las ciudades, la energía o la innovación como objetivos globales y asume que ninguno de ellos puede ser alcanzado de forma individual, sin tener avances en el resto. Rompe además el paradigma Norte-Sur, asumiendo que los problemas de desarrollo dejan de ser cuestiones solo de «países pobres», y fomenta un flujo de financiación más horizontal y una mayor competencia por atraerlo. Las alianzas se consideran un factor clave para alcanzar los resultados, atrayendo al sector público, a la sociedad y, en especial, al sector privado empresarial.

Estos grandes objetivos que nos han de conducir a un futuro sostenible deben poner el foco en los espacios y en la población que se encuentran alejados de las ciudades, en el campo. Desde nuestro punto de vista sería un lastre no hacerlo. Es preciso acometer la discriminación «crónica» que ha soportado el medio rural y darle un peso específico relevante, que en este momento no tiene en la agenda ODS. Las razones para poner este foco, cuando hablamos de que los problemas de desarrollo nos afectan globalmente, son evidentes. Estas zonas son el hogar de la mayoría de los pobres del planeta, de quienes viven con menos de un dólar diario, de quienes carecen de servicios básicos; de quienes son más vulnerables a los fenómenos atmosféricos extremos como inundaciones o sequías; donde habitan cuatro de cada cinco de los millones de niños y niñas sin escolarizar en el mundo –con fuertes discriminaciones hacia las niñas–; donde encontramos a la gran mayoría de los cerca de 800 millones de analfabetos, jóvenes o adultos.

Por otro lado, los pobres rurales conviven con las fuentes de agua, con la biodiversidad y con otra serie de factores cruciales para el equilibrio ecológico. Las condiciones de vida son tan duras que impulsan migraciones masivas hacia las ciudades o, mejor dicho, hacia sus periferias de chabolismo y marginación, generando nuevos y graves problemas. De hecho, forman parte de ese imparable proceso de urbanización por el que se prevé que para 2050 el 70% de la población vivirá en ciudades. En 2017 esa cifra era algo más del 54%: solo en las 600 ciudades más dinámicas del mundo vive el 23% de la población mundial, y allí se genera el 55% del PIB. También concentran la desigualdad, la exclusión y las violaciones de derechos humanos. Se trata de un desarrollo basado en la economía de la aglomeración, con sus pros innegables y sus contras cada vez más evidentes.

Para «no dejar a nadie atrás» (el leaving no one behind, lema de la campaña en favor de los ODS) es preciso entre otras cosas garantizar la accesibilidad universal a las grandes palancas de transformación que nos propone la agenda de desarrollo. En especial, la energía basada en fuentes renovables, la educación a todos los niveles y la conectividad, como medios para construir oportunidades en los territorios rurales; y dentro de éstos, para que los grupos más vulnerables (jóvenes, mujeres) encuentren la manera de transformar y conservar su entorno. Sin ello, seguiremos condenando a casi el 50% de la población a buscar desesperadamente un cambio lejos de sus lugares de origen y los problemas persistirán. No son factores que puedan generar impactos por sí solos, necesitan además de un respeto a los derechos muy claro, pero ayudarán a imaginar las oportunidades de otra manera.

Para 2050, el 70% de la población mundial vivirá en ciudades

Cualquiera que haya visitado estas zonas en cualquier lugar del planeta, pero en especial en aquellos menos desarrollados, sabrá de qué hablamos. Habrá visto repetido una y otra vez el mismo tipo de proyecto, poco innovador y a pequeña escala, inviable a largo plazo desde su formulación, que como mucho logra mejorar temporalmente los estándares de vida y que, sobre todo, no consigue retener el talento y promover el emprendimiento de la población más joven. Nos hace falta, por lo tanto, un nuevo paradigma que promueva acciones donde se garantice el acceso a la tecnología entendida en sentido amplio, a la innovación, a las herramientas de construcción de capital social y de transformación sostenible del entorno. Necesitamos un esquema donde se puedan generar alianzas entre organizaciones de desarrollo, instituciones públicas, centros de investigación y sector privado empresarial persiguiendo los mismos resultados. Ya existen experiencias en diversas partes del mundo; solo hace falta analizarlas y escalarlas.

En definitiva, llevar el concepto de lo ‘smart’ a las comunidades rurales debería ser un objetivo prioritario. En un momento en el que ya casi lo hemos agotado en las ciudades, principalmente en esas 600 más dinámicas donde cada persona está «sensorizada» y analizada, seguimos sin interesarnos por tener información de lo que pasa en el campo. Y en este momento estamos más obligados que nunca. Es preciso avanzar en un movimiento global de Smart Rural Communities que permita a la población de estos espacios alejados, en especial a los jóvenes, encontrar la manera de sentirse parte del progreso general y, con ello, asegurar la transformación de su futuro sobre la base de otro modelo de crecimiento económico, de empleo, de acceso a servicios, de relacionamiento con el ámbito urbano, de participación en la toma de decisiones y, en general, de construcción de una ciudadanía plena de derechos.

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