Cultura

La España vacía

Se calcula que hay más de 200 pueblos abandonados y más de 1.800 en riesgo de extinción. Un desangre con consecuencias demográficas, económicas y medioambientales que es necesario prevenir.

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04
marzo
2018

El fuego chisporrotea en la estufa de carbón. Huele a guiso. El suelo reluce. Decenas de macetas cuelgan de las paredes del recibidor y un puñado de fotos en blanco y negro habitan los muebles. La casa de Carmen emana paz. Susurra historias. Es un pequeño refugio en medio del solitario municipio de Alcolea del Pinar, en Guadalajara. «Esta calle, aquí donde la veis, antes era un hormiguero», nos cuenta esta vecina mientras se seca las manos en el delantal. A sus –extraordinarios– 89 años, Carmen ha sido testigo directa del vaciamiento progresivo del lugar que la vio nacer y en el que ha vivido durante toda su vida. En 1940, este pueblo alcarreño tenía 579 habitantes. Hoy, la población se ha reducido a la drástica cifra de 336.

Las zonas rurales en España pierden, cada año, 45.000 habitantes

Tres hoteles, una tienda de tejidos, otra de comestibles y una peluquería –recuerda– poblaban las principales calles de Alcolea. Nuestra interlocutora, de hecho, es conocida en la localidad como Carmen, la de la antigua fonda, de la que su familia era propietaria. «Yo estaba en cocinas, mi hermana en el comedor y mis dos hermanos en teléfonos. A la fonda venía gente bien, señores. Iban en coche. Los que se alojaban en la posada iban en carro», relata Carmen.

También hubo una fábrica de quesos. Y otra de harina. Cerraron. Los bares y el estanco son los únicos supervivientes al paso del tiempo y al fantasma del éxodo urbano. También la farmacia, regentada por Puri. «¿Que si se nota la espantada de la gente a las ciudades? Uy, que si se nota…». La paisana, natural del pueblo guadalajareño de Anguita, lleva cerca de 40 años viviendo en Alcolea. «En el colegio, antes había tres aulas. Ahora, solo quedan doce niños, de edades mezcladas, que comparten algunas clases como música o religión y se dividen en otras. En cuanto al cultivo de las tierras, tan solo dos o tres personas se encargan de diez pueblos enteros de la región. A día de hoy, calculo que en Alcolea no habrá más de 40 casas abiertas», nos cuenta. «Los pueblos mueren, y eso que este es un cruce de caminos».

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Carmen, de 89 años, ha sido testigo directa del vaciamiento progresivo de Alcolea del Pinar, el lugar que la vio nacer.

Alcolea se ubica en un importante nudo de comunicación, junto a la autovía A2 que une, entre otros lugares, Madrid con Zaragoza y Barcelona. Es, pues, un lugar por el que miles de viajeros pasan a diario. Sin embargo, el traqueteo de las ruedas sobre el asfalto contrasta con la mudez de los campos manchegos. Lejos de las conclusiones a donde nos lleva la intuición, las mejoras en infraestructuras no han supuesto un reclamo para los visitantes. Al revés. «Antes, los coches pasaban por aquí y, solo por el hecho de atravesar el pueblo, paraban para ir al servicio, tomarse un café o comprar unos dulces típicos en la panadería. Los camioneros paraban a dormir y a comer. Ya no para nadie», se lamenta Puri.

Alcolea del Pinar encarna un fenómeno que viene de lejos –desde los años 50 con la reindustralización de las ciudades– y que no ha tocado fondo: la España rural se vacía y lo hace a pasos agigantados. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción. La situación ha sido catalogada como «problema de Estado». Las dos Castillas, seguidas de Aragón, Asturias, Galicia, Extremadura, Rioja, Andalucía, el sur de Navarra y el norte de Valencia son las comunidades más afectadas, y las predicciones no auguran un futuro muy esperanzador: España perderá más de medio millón de habitantes en los próximos quince años y nada menos que el 73% de ellos será en estas regiones. Sin olvidar las consecuencias que esto tiene sobre los ecosistemas: no es una coincidencia que los grandes incendios forestales se extiendan conforme se acrecienta la despoblación y la media de edad de los habitantes rurales.

Los pueblos fantasma

En efecto, España es el país más despoblado de Europa. Las zonas rurales, en términos de superficie, suponen la mayor parte del país. Y de ellas se esfuman, de media, cinco habitantes cada hora, según datos del Instituto Nacional de Estadística. En el último trienio, han perdido población a un ritmo promedio de 45.000 habitantes menos cada año. La Serranía Celtibérica, que abarca 1.355 municipios repartidos por Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Valencia, Castellón, Zaragoza, Burgos, Segovia y La Rioja, es la zona cero, con una densidad de población de menos de ocho habitantes por kilómetro cuadrado. Por algo se la ha bautizado como la Laponia del sur.

Se calcula que hay más de 1.800 pueblos en riesgo de extinción

Es irónico: cabe destacar que la Laponia real sí está sorteando el problema. «Hay países, como Escocia o Finlandia que, con situaciones similares, han conseguido dar la vuelta a esta situación en regiones con problemática similar, como Laponia o las Highlands. Teniendo en cuenta los resultados de los programas llevados a cabo en esos países, es imprescindible aprender de ellos; de las acciones que se están tomando allí y que han conseguido resultados. En las Hignlands escocesas, por ejemplo, gracias a las medidas adoptadas se ha conseguido la vuelta a niveles de población de hace 30 años», sostiene Juantxo López de Uralde, diputado y coportavoz de Equo.

Demotanasia, desierto demográfico o etnocidio silencioso. Son muchos los estudiosos que intentan poner nombre a este fenómeno que avanza en caída libre. «A pesar de la cantidad de recursos que se han invertido en España, las prácticas aquí no han sido efectivas. Una vez más, los abundantes fondos europeos recibidos para el desarrollo rural se han gastado fundamentalmente en la construcción de infraestructuras (en el ladrillo), estrategia que no ha servido para fijar población, vista la situación actual», continúa López de Uralde.

Puri, la farmacéutica de Alcolea, nos traslada su preocupación: «Muchas personas prefieren empadronarse en las capitales porque les dan incentivos: para la biblioteca o para ir al gimnasio, por ejemplo. A eso, súmale que muchas personas mayores tienen casa en la capital y en el pueblo y ahora les resulta muy costoso mantener dos casas, y calentarlas; por eso, hasta que llega la primavera, el pueblo está más vacío. Por otro lado, hay mucha burocracia para emprender en los pueblos, y mucho caciquismo. Los políticos ayudan muy poco a incentivar la actividad económica. No ceden los terrenos municipales para hacer pruebas experimentales para fábricas, por ejemplo. Solo piensan en su beneficio».

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La farmacia de esta localidad alcarreña, regentada por Puri, es una de las pocas supervivientes al fantasma del éxodo urbano.

El mito de la ciudad como única salida también ensombrece la España rural. «La causa de la despoblación no siempre es la falta de recursos, que también, esto va de un cambio de conciencia, de que, a la gente más joven, que haría el relevo generacional, le apetezca quedarse en el pueblo», sostiene Juanjo Manzano, fundador de Almanatura, una empresa que trabaja para prevenir y revertir la despoblación rural diseñando alianzas para empoderar a las personas a través de cuatro ejes de intervención: empleo, educación, sanidad y tecnología. «Es paradójico encontrar a tanta gente joven que está cobrando miserias en la ciudad. Tienen un piso pequeñísimo porque esa miseria no les permite vivir mejor, pero no están dispuestos a irse al pueblo, no porque no pudieran hacer otra cosa allí, sino porque ir al pueblo, o regresar a él, está visto como un fracaso, como una losa que te cae encima», arguye. «Nuestra obsesión es demostrar que se puede vivir muy bien en un pueblo. Pero, para ello, hacen falta proyectos tractores y, por supuesto, unos servicios mínimos de sanidad y educación».

El abandono de los bosques es una de las causas principales de los incendios

Lo cierto es que existe un fenómeno paralelo a la despoblación que coge fuerza, aunque aún no es lo suficientemente representativo: el neorruralismo. La saturación de la vida urbana o la búsqueda de una vida más apegada a la naturaleza, unidas a las posibilidades que ofrecen la tecnología y el teletrabajo, han dado lugar a esta nueva figura. «Hay tres perfiles diferenciados: gente que viene del mundo eco, afines al ecoturismo o el veganismo; padres o madres que se plantean un cambio de vida, porque no quieren para sus hijos la vida de la ciudad ni la educación que reciben allí, y gente que se ha quedado sin empleo en la ciudad y que siempre ha tenido como sueño vivir en un pueblo», explica Manzano, que alerta: «Hay que llevar un mínimo plan organizado para tener un sustento cuando llegues. Asumir que tienes que autoemplearte. Por muy pequeño que sea, el pueblo tiene su idiosincrasia. Sin ningún tipo de ayuda, es complicado dar el paso».

«Queremos que nuestra gente se quede y viva bien, que sea un privilegio vivir en nuestra tierra, y ayudar a resolver el problema de despoblación que arrastramos desde hace décadas, contribuyendo al desarrollo sostenible y a la divulgación turística de nuestros pueblos de Alcolea del Pinar, Cortes de Tajuña, Garbajosa Tortonda y Villaverde del Ducado. Porque lo importante son las personas», puede leerse en la web del Ayuntamiento de Alcolea del Pinar. Que así sea.

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