Salud

Lo que la industria cárnica esconde

El nivel mundial de producción cárnica supera hoy las 300 millones de toneladas anuales, una industria responsable del 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales.

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05
febrero
2018

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La imagen del tubo de escape de un camión con motor diésel que expele humo negro es mucho menos estética que un buen solomillo en un restaurante con estrella Michelin, o una hamburguesa doble de carne abundante en un día de resaca. Pero este suculento cortinón oculta una realidad dramática: la ganadería es responsable del 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales, más que todo el sector del transporte junto.

La explotación desmedida de tierras y recursos que implica la producción masiva de pasto para uso industrial conforma ecuaciones muy descompensadas. Por ejemplo: una vaca requiere ocho kilos de comida para producir uno de carne. Todo ese sobrante se convierte en estiércol con mucho amoniaco, que emite gases de efecto invernadero.

El problema se acentúa año tras año. El nivel mundial de producción cárnica supera hoy las 300 millones de toneladas anuales, según datos de FAOSTAT, organismo de  Naciones Unidas. En 2009 se produjeron 272 millones; casi tres veces más que en 1970. «Si la tendencia continúa, en 2050 esta cifra aumentará a 455 millones de toneladas, y podrá al límite las capacidades del planeta», advierten desde la ONG ProVeg, y añaden: «Si se redujera a la mitad el consumo de carne, lácteos y huevos en Europa, disminuiría en hasta un 40% la emisión de gases de efecto invernadero y se utilizaría un 23% menos de tierras de cultivo per cápita».

En los mataderos, cerdos, reses, caballos y pollos vivos son acuchillados, electrocutados o apaleados

En la industria cárnica se da una confluencia en la que no suelen entrar otros sectores contaminantes: el daño medioambiental no solo afecta al clima o a la flora, sino que también se ceba con especial sevicia en la fauna. En la entrega de ayer, titulada Stranger Pigs, el programa de La Sexta Salvados se infiltraba en una granja de cerdos de Murcia. El periodista Jordi Évole asistió a escenas impactantes de animales hambrientos, con infecciones, hernias, amputaciones y hasta comiéndose entre ellos. El programa también se intentó poner en contacto con portavoces de El Pozo (el lugar filmado surte a esta empresa) y el Consejero Delegado de Agricultura de Murcia, pero ambos declinaron la participación. La compañía ha lanzado un comunicado alegando que los animales que aparecen en el reportaje «jamás entrarían en la cadena de producción de El Pozo Alimentación» dado que «los controles estipulados por la legislación española y por la propia empresa hacen inviable esta posibilidad».

El reciente documental de título explícito Matadero muestra las aberraciones cometidas con los animales destinados al plato en México, uno de los principales países productores de carne de cerdo del mundo. Está realizado por la plataforma Tras Los Muros, un grupo de fotógrafos que entran en los centros de explotación y retratan aquello que la industria no quiere que se vea. «Al margen del credo, del modelo de organización política, o de la cultura, en todas sociedades los animales son oprimidos y sometidos a una violencia sin límites. Disparados, acuchillados, electrocutados, diseccionados vivos, confinados y utilizados para todo tipo de fines (no solo alimenticios) son víctimas de innumerables injusticias», cuenta un portavoz.

Las imágenes del documental sobrecogen: animales drogados, apaleados, hacinados y amontonados como sacos en celdas mínimas, aún vivos. Para la grabación, durante varios meses comprendidos entre 2015 y 2017, el colectivo accedió a 58 mataderos ubicados en diez estados de México. «Allí hemos documentado la matanza de vacas, cabras, pollos, cerdos y caballos y el transporte de animales desde la granja al matadero», cuentan, y justifican su trabajo: «Tiene como objetivo hacer visible la explotación y violencia sistemática que padecen los animales en mataderos, la cual es mantenida oculta de forma deliberada por la industria cárnica. Con esta investigación se aporta información relevante al actual debate social y político promovido por el movimiento de derechos animales que exige la abolición de toda explotación».

A este respecto, explican que «la industria cárnica es consciente del impacto social generado por imágenes obtenidas en sus instalaciones, y por eso es tan hermética. Acceder a una granja o a un matadero con una cámara visible no es fácil y muchos activistas tienen que recurrir a las grabaciones ocultas, llevando ellos mismos cámaras o instalándolas en lugares donde no puedan ser vistas». Y recuerdan que «en Estados Unidos, décadas de investigaciones y campañas contra la industria han derivado en la elaboración de leyes que prohíben filmar dentro de estas explotaciones ganaderas».

El documental se centra en México por un motivo: «Se encuentra entre los diez países con mayor producción de carne de vaca, pollo o cerdo a nivel mundial», explican sus responsables, y recuerdan que «en el año 2015 no se había realizado todavía en este país ninguna investigación encubierta y de gran envergadura en mataderos». Esto les hizo plantearse que el acceso sería, por tanto, menos complicado que en Estados Unidos y Europa. Pero aclaran: «Es muy importante subrayar que, aunque todo el material expuesto se haya recabado en México, el objetivo de esta investigación no es simplemente mostrar lo que sucede en este país en concreto. Puede que haya ciertas diferencias en las técnicas empleadas, en las instalaciones, en el cumplimientos de leyes y normativas respecto a otros países —mas laxas en unos, más estrictas en otros—, pero la finalidad de los mataderos es la misma en todos los lugares: matar animales a la mayor velocidad posible».

La industria cárnica es una de las principales causantes del calentamiento global

Desde el colectivo, insisten en que «la crueldad y la violencia que allí se ejerce así como el terror que padecen los animales, son comunes a todos los sitios, forman parte intrínseca del sistema de explotación animal y, tal como evidencian los estudios citados a lo largo de toda esta investigación, sucede en todo el mundo. Al margen del tamaño del matadero, de las técnicas de matanza o del marco legal del país en el que nos encontremos, en estos lugares se ejerce una de las mayores y más sistematizadas formas de violencia contra los animales».

Todo esto no es una cuestión ética, sino de justicia: comer carne no es de por sí reprochable, pero sí hacerle el juego a una industria que en muchos casos no respeta los derechos básicos de los animales (contemplados en muchos códigos penales) y que, hoy por hoy, es una de las más nocivas para el medio ambiente. A este respecto, reclaman desde la organización por la conciencia alimentaria ProVeg: «A pesar de su influencia directa sobre el cambio climático, la actividad ganadera sigue sin aparecer en los planes nacionales de protección del clima. La COP 23 (Conferencia Mundial sobre Cambio Climático) debería haber incluido en su agenda el impacto de la producción ganadera». El colectivo Tras los Muros añade, en consonancia, respecto al maltrato animal: «La historia nos enseña que para combatir y poner fin a una injusticia es necesario primero hacerla visible y poder reconocerla».

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