Cultura

La censura, ¿una nueva tendencia artística?

Desde la aprobación de la llamada «ley mordaza» en 2015, varios artistas han sido procesados. The New York Times advierte sobre el peligro de la libertad de expresión en España.

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Galería Helga de Alvear
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28
febrero
2018

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Hace diez años, el grupo de country Lambchop lanzó el disco OH (Ohio), cuya portada estaba ilustrada por el dibujo de una pareja desnuda tendida en la cama. Cuando la plataforma Spotify lo incluyó en su repertorio digital, la mujer apareció con el único seno que le quedaba a la vista pixelado. La censura recayó sobre esa parte de su anatomía.

El asunto no tuvo especial transcendencia. Lambchop no es una banda masiva, y Spotify aloja a millones discos. La portada era obra del artista Michael Peed, que había sido profesor de dibujo del cantante del grupo, Kurt Wagner. Lo curioso es que el interés no estaba en los desnudos del primer plano, sino lo que se veía a través de la ventana: un grupo de policías que reduce en el suelo a un supuesto delincuente.

Sea como fuera, tanto Spotify como iTunes decidieron que lo único que podía violentar de esa imagen, a quien la ve, es el seno de la mujer. Estos pequeños hechos cada vez son más frecuentes en la era digital (Facebook, por ejemplo, tiene carta blanca para eliminar de los muros de los usuarios las fotografías que no considere aptas). Y no escandalizan a nadie, o no a una masa lo suficientemente amplia como para tener la cualidad de crítica. Pero, en muchos casos, se trata de prácticas censoras que hasta hace no mucho nos parecían intolerables.

Hasta hace no mucho, ciertas prácticas censoras eran intolerables

Cuando suceden en el mundo físico, tienen más relevancia. El pasado martes 20 de febrero se acumularon tres hechos que, cada uno a su manera, atentaban contra la libertad de expresión: la retirada de ARCO de una obra a base de fotos pixeladas en la que se denominaba «presos políticos» a los líderes catalanes que se encuentran en prisión preventiva, la ratificación por parte del Tribunal Supremo de una condena de tres años y medio al rapero Valtonyc por las letras de algunas de sus canciones y la retirada cautelar de circulación del libro Fariña por parte de un Juzgado de Collado Villalba, Madrid.

El contenido de las tres obras puede dar lugar a debate sobre su conveniencia o falta de ella, o su capacidad de herir a las personas que aluden. Pero hay algo irrebatible: se tratan de manifestaciones que, por una vía u otra, han sido sometidas a censura.

Los cargos por los que se condena a Miquel Arenas (alias Valtonyc) son enaltecimiento de terrorismo, injurias graves a la corona y amenazas a políticos. Sus canciones contienen frases como «El rey tiene una cita en la plaza del pueblo, una soga al cuello y que le caiga el peso de la ley» o «Matando a Carrero, ETA estuvo genial, a la mierda la palabra, viva el amonal».

El Colegio de Abogados de Baleares ha manifestado su disconformidad con el «uso generalizado» de la vía penal en este tipo de casos, considerando «elevada y desproporcionada» la condena interpuesta, y más de 200 artistas han firmado un comunicado de apoyo al músico mallorquín, en el que alertaban de una “intención intimidatoria por parte del Estado”. Por su parte, el Gobierno ha apoyado el fallo desde el principio: «Los delitos de odio deben perseguirse. Contra los extremismos y la intolerancia hay que luchar», declaró inmediatamente el ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido.

Fariña, de Nacho Carretero, ha sido retirado cautelarmente de la circulación

En cuanto al suceso con las obras de ARCO, su autor, Santiago Sierra, ha lamentado públicamente la decisión de los organizadores, pero añade: «Actos de este tipo dan sentido y razón a una pieza como esta, que precisamente denunciaba el clima de persecución que estamos sufriendo los trabajadores culturales en los últimos tiempos».

La comunidad mediática, política y artística ha saltado en masa contra esta decisión, hasta tal punto de que el presidente de Ifema (la feria responsable del evento) ha pedido disculpas públicamente. Para muchos incompletas, porque en ningún momento se ha ordenado retornar la obra a su sitio original.

El superventas Fariña, del periodista Nacho Carretero, retrata el narcotráfico en Galicia, y su retiro cautelar se ha debido a una petición de un exalcalde de O Grove, que fue condenado en su día por la justicia por blanqueo de capitales (como tal aparece en el libro), y ahora acusa a la obra de «calumniosa».

El debate sobre la libertad de expresión, un capítulo que dábamos por superado, lleva reabierto desde hace un tiempo. Concretamente tres años, cuando fue aprobada la nueva Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana en la reforma del Código Penal, popularmente conocida como «ley mordaza». Desde entonces, varios músicos y hasta un grupo de titiriteros han sido procesados y sancionados por el contenido de sus obras.

Amnistía Internacional denuncia la tendencia global de restringir la libertad de expresión

A raíz de los últimos sucesos, el propio The New York Times publicó en su edición americana un artículo (firmado por su corresponsal en España) en el que aseguraba que actualmente, en nuestro país, «los riesgos de la libre expresión han aumentado silenciosamente en los últimos años». También se han manifestado al respecto en Amnistía Internacional: «Hemos constatado que España no escapa a la tendencia global de restringir la libertad para expresarse y manifestarse. Protestar, incluso a través de las redes sociales, es cada vez más difícil».

Lo paradójico de esta situación es que, en la era digital, la censura puede tener justo el efecto contrario al pretendido: el libro Fariña batió récords de venta en Amazon cuando se supo de su retirada del mercado, con más de 10.000 ejemplares en un día. La obra de Santiago Sierra se ha reproducido por miles en las redes y en las portadas de los medios de comunicación, y por tanto han tenido muchísima más visibilidad que si hubieran permanecido en ARCO, sin polémica alguna. Y las canciones de Valtonyc se distribuyen más que nunca en los foros de Internet, igual que las reproducciones de sus letras.

Queda claro que el debate abre muchos flancos: desde la situación de la libertad de expresión en España, hasta la eficacia de la censura hoy en día; con la viralidad de la red, prohibir una obra equivale a lanzar una piedra contra un panal de abejas. Saldrán volando, por cientos, en todas las direcciones.

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