Economía

Criptomonedas: dinero virtual para un futuro muy real

El bitcoin vive un auge sin precedentes. Los expertos se dividen entre quienes las consideran un instrumento especulativo y los que auguran la desaparición del dinero tal y como lo conocemos.

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14
febrero
2018

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Imagine que tiene en su casa las codiciadas rotativas de la Fábrica de Moneda y Timbre. Que, de vez en cuando, escupen en su salón cuantiosos montones de billetes de 500 euros, mientras ve la tele. O de dólares si vive en Estados Unidos, o de yenes en Japón, o de la moneda del país en el que usted se encuentre en ese momento crematístico. Imagine, en fin, tener el poder de fabricar su propio dinero.

Esta es, obviamente, una situación inverosímil; no así en el caso de los bitcoins. Basta un ordenador potente y algo de paciencia para generar esta moneda virtual (o criptomoneda) en casa. A los que la emiten, se les llama mineros. Está basada en tecnología P2P, esto es, se transmite de usuario a usuario, sin banco intermediario. La creó en 2009 un informático bajo el pseudónimo Satoshi Nakamoto. Cada diez minutos, se emiten 12,5 bitcoins y, en España, se realizan 100.000 transacciones diarias. En 2010, su valor apenas llegaba a cien euros. Cuando se escribe este texto, una unidad equivale a unos 14.000, y hace tres días, su valor alcanzaba los 18.000. El desplome ha sido momentáneo: hoy, el repunte ya es del 10%. Muchos expertos prevén que el año que viene costará más de 30.000 y que su precio se estabilizará cuando llegue a 100.000. Nakamoto impuso algunas reglas antes de lanzar el bitcoin. Una de ellas es que su emisión está limitada a 21 millones, a diferencia de las monedas corrientes como el euro o el dólar, cuya impresión en los bancos centrales es ilimitada.

Este es el motivo por el que el bitcoin, entre fluctuaciones, sigue una tendencia alcista: cada vez más gente se interesa por esta moneda y la adquiere. Es, por tanto, un recurso limitado con una demanda creciente. Hoy en día, ya se han generado algo más de 16 millones de bitcoins. Está basada en la tecnología de bloques (blockchain), una base de datos multiplicada por tantos ordenadores como haya conectados a la misma red. Cada nuevo apunte queda replicado en todos los demás. Es una cadena de bloques común a todos los servidores conectados, en los que se refleja cada una de las transacciones.

Cualquiera puede ser minero, pero debe contar con un ordenador potente y un programa gratuito. Hay decenas de miles repartidos por todo el mundo y, cada diez minutos, compiten entre ellos para generar un nuevo bloque en esa base de datos. El primero de estos ordenadores capaz de resolver un algoritmo matemático extraordinariamente complejo crea ese nuevo apunte (como nuevas páginas en un documento de Excel) y recibe 12,5 bitcoins nuevos. El algoritmo es un conjunto de números que hace que el nuevo bloque sea indisociable de todos los anteriores. Genera una especie de resumen y es acumulativo; por eso, cada nueva criptomoneda requiere más potencia de procesamiento y más consumo energético.

En 2010, un ‘bitcoin’ costaba 100 euros; hoy, más de 15.000. En breve, puede llegar a 100.000. O también desplomarse

El auge del bitcoin ha traído consigo una realidad inesperada: un consumo masivo de electricidad para que todas las operaciones puedan llevarse a cabo. Hoy por hoy, se han generado 500.280 bloques y la masa monetaria equivale a 295.000 millones de dólares. El volumen es tal que ya supone más de la electricidad que consumen 159 países de todo el mundo, según un estudio de la plataforma Power Compare. «Es una moneda altamente ineficiente en su creación», cuenta Pablo Burgueño, cofundador y responsable legal de Nevtrace, una consultora en innovación de blockchain: «Cada nuevo bitcoin que se genera requiere más velocidad de cálculo y consumo eléctrico».

Bitcoin es la primera moneda virtual, pero no la única. En la actualidad, existen cientos, entre las que destaca ethereum, con un valor de unos 700 dólares. Otras de las más importantes son ripple, bitcoin cash y litecoin. Cada una tiene sus peculiaridades, pero todas se basan en la tecnología blockchain. Lo que ya muchos analistas definen como la fiebre de las criptomonedas tiene su origen, en gran parte, en su elevada volatilidad. «Suponen un riesgo, pero también la posibilidad de tener una elevadísima rentabilidad en poco tiempo», cuenta Burgueño, y lo explica: «La tendencia alcista de su valor se ha debido a dos factores: el primero, que hay lo que denominamos ballenas, inversores que mueven una gran cantidad de bitcoins. En lugar de hacerlo de forma brusca, lo hacen de forma pensada para provocar subidas y bajadas en el precio y tener un mayor rendimiento. El segundo es que, hasta ahora, los usuarios de bitcoin han sido gente con conocimiento de informática y financiero, que ponía atención al riesgo. Pero ahora se han sumado en masa personas sin conocimiento previo, que se dejan llevar por los impulsos de los medios de comunicación. Debido a la difusión de noticias sobre las monedas virtuales y a las subidas de valor, hasta mi carnicero me pide instrucciones para adquirirla». Esa entrada en masa de inversores legos es también responsable de la impredecibilidad del comportamiento de este activo a corto plazo.

Los bitcoins y las otras monedas virtuales se adquieren a través de las casas de cambio o exchanges, plataformas online que ponen en contacto al comprador y al emisor, y se llevan un porcentaje. Coinbase, con más de 10 millones de usuarios, es la más grande, pero también hay iniciativas individuales, gente que se lo monta por su cuenta. Es el caso de Nexus, en España. Tras este pseudónimo, hay un dj de música electrónica que también es emprendedor experto en tecnología y comercio electrónico. La única manera de contactar con él es por medio del chat de un perfil falso de Facebook. Arguye motivos de seguridad. «Si alguien se entera de la cantidad de bitcoins que tengo, puede urdir un ciberataque contra mí, o directamente, hackearme para rastrear mi identidad y, un día, por la calle, ponerme un cuchillo en el cuello y obligarme a que le dé mi clave privada». Nexus asegura que, hace dos años, cuando conoció el bitcoin, estaba en el paro: «Ahora vivo de esto. No te voy a decir cuánto gano, pero te aseguro que más que un mileurista», cuenta.

No todos los que adquieren monedas virtuales lo hacen con afán especulativo. Hay una gran comunidad convencida de que se impondrá en el futuro y que, a medio plazo, desaparecerá el sistema monetario tal y como lo conocemos, incluidos los bancos centrales. Es el caso de G. B. (prefiere no dar su nombre real), empresario. «Me he metido a fondo porque me gusta mucho la tecnología y siempre busco la última innovación. Mi sensación es que estamos ante una revolución tecnológica sin igual. He comprado muchos bitcoins, soy un inversor muy fuerte. Es una revolución». También es minero: tiene en su casa 80 ordenadores a pleno rendimiento. «Nunca voy a vender mis bitcoins para obtener rentabilidad. Creo en ellos. Creo que será la moneda del futuro y me estoy aprovisionando», explica.

Hay expertos más escépticos en este sentido. El propio Burgueño considera que monedas como el bitcoin, por mucho que hoy en día haya comercios que las aceptan (como Loewe o Hard Rock), no son más que «vectores especulativos». Ya existen cajeros de bitcoin en España (en el centro comercial de Madrid ABC Serrano y en la estación del AVE de Málaga, por ejemplo), y VISA ha emitido una tarjeta basada en esta moneda. «Pero no se puede decir que tenga un uso habitual en el mercado», opina Burgueño, y señala: «Las comisiones, que se llevan los propios mineros, son demasiado elevadas respecto al dinero tradicional».

Según Nereida González, del Departamento de Análisis Económico y Mercados en Analistas Financieros Internacionales (AFI), «las criptomonedas deberían considerarse una commodity más que una divisa. No cumplen las características típicas del dinero, especialmente las de reserva de valor (por la elevada volatilidad) y medio de cambio (no está ampliamente aceptado)». Y aclara: «Lo que caracteriza a las commodities es que su valor está determinado por la oferta y la demanda. El claro ejemplo es el Brent, cuyo valor de equilibrio depende, entre otras cosas, del movimiento de los inventarios o las decisiones de recortes de producción».

La generación de criptomonedas supone un consumo eléctrico equivalente al de 159 países

Una de las características que definen a la moneda virtual es el, por el momento, anonimato de quienes la utilizan. Sus movimientos quedan registrados en la blockchain, no así su identidad. Esto permite usos ilegales; no en vano, se usa comúnmente en el lado oscuro de Internet, la llamada deep web: C’thulhu (en clara alusión a las novelas de Lovecraft) ofrece asesinatos por encargo previo pago de 20.000 dólares, tarifa que sube si la víctima en cuestión es alguien de renombre. Otros enlaces llevan a una suerte de escaparate donde elegir entre decenas de pasaportes de cualquier país. Y no faltan hackers que se ofrecen para entrar en cuentas de correo, de Facebook o, directamente, «destrozar la reputación de la persona que elijas». Son solo algunos ejemplos de la infinidad de servicios que se ofrecen en las profundidades de la red. La mayoría pueden pagarse con diferentes criptomonedas.

Por otro lado, quien ejerce de cambista o minero debe tributar a Hacienda como actividad económica, si bien esto es hoy fácilmente sorteable, precisamente por el anonimato de Internet. Algo que va a cambiar el año que viene: la Unión Europea prepara una directiva que obligará a identificarse a compradores y vendedores de moneda virtual. «La mayor regulación nos va a venir bien», cuenta Matthew Cassano, poseedor de litecoins, pero añade: «Es absurdo decir que estas monedas se emplean para actos criminales. El dinero corriente se ha usado de toda la vida para delinquir, ahí están las mafias o el narcotráfico». Y remata: «Mucha gente piensa, a raíz de la fiebre por el bitcoin, que las critpomonedas ya están establecidas, que ya es demasiado tarde para subirse al carro. Pero es justo lo contrario. Para mí, el juego no ha hecho más que empezar. Se avecina un cambio de paradigma que aún no somos capaces ni de asumir».

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