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¿Es posible la prosperidad sin crecimiento?

¿Qué es prosperidad? Es, por encima de todo, el crecimiento del PIB. Al menos, así funciona el capitalismo en el que la mayoría de los países basan sus economías (dejemos de lado Bután).

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10
octubre
2017
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¿Qué es prosperidad? Es crecimiento, desarrollo, éxito. Es tener un buen puesto de trabajo, ingresos más altos, una casa más grande, un coche mejor. En el sistema en el que vivimos, la prosperidad está íntimamente ligada al crecimiento del PIB y al auge de los mercados de valores. Eso es la prosperidad de las naciones. O al menos así funciona el capitalismo en el que la mayoría de los países basan sus economías (dejemos de lado Bután).

Si el desempleo crece, el poder adquisitivo de las personas decrece y la prosperidad mengua. El crecimiento es bueno. Crecimiento es prosperidad… ¿o no? «Cuestionarse el crecimiento es considerado un acto de lunáticos, idealistas y revolucionarios. Pero debemos hacerlo», apunta Tim Jackson, economista, ecologista y profesor de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Surrey (Inglaterra).

Eso es precisamente lo que hace en su libro Prosperity without growth, en el que analiza las complejas relaciones entre el crecimiento económico, las crisis medioambientales y las recesiones sociales; y propone una ruta hacia una economía sostenible que implique la redefinición de prosperidad: ¿qué es lo que de verdad proporciona bienestar a las personas?

«La idea de un no crecimiento económico debe ser el anatema de un economista. Pero la idea de una economía en constante crecimiento es el anatema de un ecologista», apunta. Puesto que vivimos en un planeta con recursos finitos, plantear un crecimiento sin límite es ridículo. Pero muchos economistas alegan que podemos separar el crecimiento del PIB de los recursos que utilizamos a través de una mayor eficiencia. Según esta visión, podemos hacer crecer nuestras economías mientras paliamos la degradación del medio ambiente.

Entonces, ¿significa esto que BHP Billiton puede continuar extrayendo minerales a destajo porque cada vez lo hace de manera más eficiente? ¿O que Wallmart puede seguir abriendo supermercados porque cada día es más eficiente con los recursos? Jackson tiene claro que esto es un mito. «Si continuamos haciendo crecer el PIB, entonces no conseguiremos reducir las emisiones de CO2. Lo único que de verdad las ha recortado en las últimas décadas ha sido la recesión económica».

Desde su punto de vista, necesitamos consumir menos en pos de una prosperidad duradera, algo verdaderamente difícil dado la dinámica de mercado en la que vivimos inmersos. Tal y como explica, nuestros sueldos los invertimos en hipotecas, bienes y servicios. Y esas inversiones, que constituyen un quinto de los ingresos nacionales de la mayoría de las economías, juegan un papel vital porque estimulan el crecimiento del consumo. Y lo hacen persiguiendo la productividad, que hace que bajen los precios, animando a los consumidores a comprar más. Pero las inversiones también persiguen la novedad; la producción y el consumo de lo nuevo. Es lo que Joseph Shumpeter llamó el proceso de destrucción creativa; es decir, el proceso de innovación en las economías de mercado da lugar a nuevos productos que expanden los mercados de consumo, destruyendo viejas empresas y modelos de negocio. Las innovaciones de los emprendedores, por tanto, son la fuerza detrás del crecimiento económico sostenido a largo plazo.

Para Jackson, esto es interesante porque los humanos tenemos un gran apetito por lo nuevo -nuevos objetos, ideas, aventuras-. Y lo material importa porque en cada sociedad las cosas materiales operan como un lenguaje que cuenta historias, por ejemplo, sobre cuán importante somos. En el sistema en el que vivimos -una estructura económica creada junto a una lógica social- el consumo evidente se desarrolla en un lenguaje de novedad. Las instituciones económicas desarrollan una ingeniería de crecimiento que no solo tiene valor económico, sino que también atraen lentamente recursos materiales al sistema, empujados por nuestro insaciable apetito por lo material. Y aunque no lo necesitemos, hay que comprarlo porque, si no, el sistema colapsa. Así que para que la gente pueda seguir comprando, en las tres últimas décadas hemos expandido la oferta de dinero, los créditos, las deudas.

De cara al futuro, decidimos que queremos gastar menos y ahorrar más, «algo nefasto para nuestro sistema, porque los ahorros ralentizan la recuperación y los políticos nos piden que generemos más deuda», apunta Jackson. Así, plantea que en la nueva economía las inversiones tienen que ser distintas y proteger los bienes ecológicos de los que depende nuestro futuro. «Tenemos que invertir en la idea de la prosperidad con conciencia, aquella basada en nuestra capacidad para florecer como seres humanos dentro de los límites ecológicos de un planeta finito. Porque la prosperidad, en su sentido más amplio, trasciende los límites de lo material». Es decir, construir una prosperidad con objetivos sociales y psicológicos (familia, relaciones sociales, amistad, compromiso), que también implique inversiones en lugares donde podamos conectar, participar y compartir, como museos, espacios de coworking, parques.

En relación con lo que llama «la economía del mañana», defiende que esta debe transformarse para proteger el empleo, promover y facilitar la inversión social, reducir las desigualdades y apoyar la estabilidad tanto ecológica como financiera a través del desarrollo de empresas como formas sociales de organización, el significado de trabajo como participación en la sociedad, la función de las inversiones como compromiso con el futuro y el rol del dinero como bien social.

Su teoría ha tenido eco, porque personalidades como el ex presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, o el Nobel de Economía Joseph Stiglitz empiezan a alegar que la prosperidad es posible sin un crecimiento del PIB. O, es más, que esta es imposible debido al crecimiento del PIB.

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