Cultura

Los lugares más inquietantes del mundo

Viajamos a aquellos enclaves que los mapas de cualquier turista evitarían, a esos espacios que nos recuerdan la ferocidad del miedo. ¿Nos acompañas?

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20
julio
2017

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El filósofo irlándes Edmund Burke escribió en su tratado de estética que «todo aquello que resulta adecuado para excitar las ideas de dolor y peligro, es decir, todo lo que de algún modo es terrible, o se relaciona con sucesos u objetos terribles, o actúa de manera análoga al terror, es una fuente de lo sublime; esto es, produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir». En Ethic hemos querido viajar a aquellos enclaves que los mapas de cualquier turista evitarían, a esos espacios que nos recuerdan la ferocidad del miedo. A esos lugares del mundo que, bien por la historia atrapada que contienen, bien por el aspecto que el paso del tiempo les ha deparado, uno no quisiera permanecer en ellos más que lo que dura el escalofrío que produce contemplarlos.

Nuestra primera parada nos lleva a Bélgica. Al castillo de Miranda, conocido también como ‘Castillo de Noyse’. Fue construido por el arquitecto inglés Milner en 1866, a instancia de la familia del conde de Liedekerke-Beaufort, que había huido de la guillotina durante la Revolución Francesa. En el periodo de entreguerras, la compañía de ferrocarriles belga, la SCNB, lo arrendó para convertirlo en orfanato. A finales de los ochenta, un portentoso incendio destruyó gran parte de las dependencias, y fue abandonado definitivamente en 1991. Aunque su aspecto exterior aún conserva parte de la prestancia y distinción de su origen, se va tiñendo de un poderoso halo fantasmal a medida que declina la luz del día. La espesura boscosa que parece protegerle de la mirada de los curiosos contribuye a que la atmósfera que se respira al situarse frente a la construcción se entrecorte.

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Nos trasladamos a Ucrania. A la ciudad fantasma de Prípiat, cercana a la frontera con Bielorrusia y que toma su nombre del río que la circunda. Está compuesta por pequeños distritos, las fachadas de muchos de sus edificios están decorados con cerámica, cuenta con un parque de atracciones y numerosas zonas verdes. Cada rincón de esta metrópoli se cuidó al detalle. Al año nacían en ella alrededor de mil bebés. Los habitantes eran los trabajadores de la Central Nuclear V.I. Lenin de Chernóbil y sus familias. Ahora comprenden el porqué hablamos de ella como ciudad fantasma. El 26 de abril de 1986, la explosión del reactor número cuatro de la central (que emitió quinientas veces más radiación que la bomba atómica de Hiroshima) propició la evacuación total de la ciudad. Todos los animales, domésticos y salvajes, tuvieron que ser sacrificados para evitar que expandieran radiación.

La isla Hashima (Japón) fue un ejemplo de modernidad y alcanzó una de las mayores densidades de población de todo el mundo

Coches abandonados en plena carretera, máscaras de gas esparcidas por los sitios más inverosímiles, mesas dispuestas a esperar a quien no llegó, puertas de los domicilios abiertas, fotografías de personas que no volvieron a por ellas… El tiempo se paró en seco aquel mes de abril. Más de doscientas mil personas murieron, y los niños de la región tienen un mayor índice de efectos congénitos y discapacidad intelectual. Un estudio de la ONU ha probado que el accidente imprimió el miedo en el ADN que legaron las madres primerizas.

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Estamos en una isla. La de Hashima, en Japón, una de las quinientas cinco deshabitadas pertenecientes a Nagasaki. En sus cuatrocientos metros de largo y ciento cincuenta de ancho, entre 1887 y 1974 estuvo habitada por trabajadores de su mina de carbón y sus familias. La producción industrial se inició en 1890, cuando la empresa Mitsubishi la compró para explotarla. Ni las guerras mundiales alteraron su funcionamiento. En ella se construyó, en 1916, uno de los primeros edificios de hormigón armado del mundo. Cada departamento consistía en un única habitación de diez metros cuadrados con una ventana. El baño, la cocina y el resto de instalaciones sanitarias eran compartidas. Poco a poco, la isla era un ejemplo de modernidad y alcanzó una de las mayores densidades de población de todo el mundo. Tenía casino, clubes, tiendas, restaurante, gimnasios, pistas de tenis, oficina de correos, baños públicos y hasta un burdel. Hoy se ven ventanas rotas, triciclos abandonados en jardines, televisores de los años setenta, electrodomésticos oxidados, ruinas y escuelas suspendidas en el tiempo. Algo en ella nos recuerda a Alcatraz. El 15 de enero de 1974, la empresa anunció el cierre de la mina. En poco más de tres meses, Hashima quedó abandonada.

Pero necesitamos un poco de aire fresco. Caminamos por la Colina de la Cruces, en Lituania. Cuenta la leyenda que durante la Edad Media brotaron de la nada cruces de madera y hierro para honrar a los muertos que defendieron la región de los caballeros teutónicos. Siglos después, cuando Rusia expandía sus dominios hacia el Báltico, nuevas cruces se irguieron en la colina. Tras la Segunda Guerra Mundial, sojuzgada por la URRS, Lituania clavaba en la tierra de aquella colina cruces y más cruces, que los rusos arrancaban con fuego. Daba igual, al poco, se reforestaba de cruces de todos los tamaños y formas. Los rusos, que habían utilizado una y otra vez tractores para arrasarlas, que habían prohibido el paso por la zona, desesperados, comenzaron a construir una presa para inundar aquellos parajes. Cuando Lituania consiguió la independencia, en 1991, el propósito de la presa cambió de rumbo. Hoy en día, más de cien mil cruces recuerdan la resistencia de los lituanos a lo largo de la historia conformando un paisaje incómodo.

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Aterrizamos en SanZhi, Taiwán. Estamos en las ‘casas ovni’, ‘casas platillo’ o ‘ciudad del platillo’. Comenzaron a construirse en 1978, con el propósito de convertirse en un moderno y lujoso complejo para que los altos funcionarios militares pasasen en ellas sus vacaciones. Sin embargo, una serie de erróneas decisiones y una crisis económica seria paralizaron las obras. Los lugareños achacan la mala suerte al terreno que escogieron los promotores, que había sido un cementerio para soldados holandes. Otros, aseguran que haber partido en dos el dragón chino que presidía la entrada, para ensanchar el acceso causó la maldición del lugar. El 29 de diciembre de 2008, esta pequeña ciudad extraterrestre fue demolida. Pero puede contemplarse en diferentes contenidos audiovisuales, desde películas hasta documentales e incluso especiales de la MTV.

En 1971, un equipo de geólogos soviéticos descubrió el cráter de Darvaza (Turkmenistán) y lleva ardiendo desde entonces

Y del cielo a las puertas del infierno. Así se conoce al pozo o cráter de Darvaza, una antigua prospección de gas ubicada en el desierto de Karakum, en Turkmenistán. Este inmenso boquete de 69 metros de diámetro, treinta de profundidad y una temperatura interna de unos cuatrocientos grados centígrados se originó de manera fortuita. Un equipo de geólogos soviéticos descubrió, en 1971, una cueva subterránea de gas natural pero, temerosos de que se produjeran escapes, el equipo tuvo la desatinada idea de prender fuego a la cueva, pensando que se extinguiría en un par de días. Lleva ardiendo desde entonces, todos los intentos por sofocarla han sido baldíos. Un lugar no apto para calurosos, pero tampoco para aracnofóbicos: aunque no se sabe la razón, hay miles de arañas junto a la boca del cráter.

Hablando de agujeros, ante nuestro ojos se extiende la inmensa y sobrecogedora mina de diamantes a cielo abierto Mir, en Siberia del Este. Es el segundo hueco más grande del mundo hecho por el hombre, después de la mina de cañón de Bingham en Salt Lake City, también a cielo abierto pero de cobre. Su diámetro supera los mil doscientos metros y tiene restringido el espacio aéreo por haber succionado algunos helicópteros debido al flujo del aire. Fue descubierta en 1955 y su extracción requirió de un esfuerzo titánico. La zona cuenta con siete meses anuales de contundente invierno, lo que congelaba el suelo y lo transformaba en lodazal cuanto llegaba el verano. Los edificios se levantaron sobre pilotes para evitar que se hundieran. Cerró en 2001, pero la vista aérea de la mina y de las zonas destinadas a los trabajadores y sus familias (llegaron a emplear a casi cuatro mil personas) provoca un paisaje ciertamente alienígena.

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Estos son algunos ejemplos de lugares que causan desasosiego, pero hay otros muchos, tomen nota, por si les sobra tiempo: el psiquiátrico Willard, en Nueva York, que cerró en 1995. Poco después de su clausura, se descubrió una puerta secreta que daba paso a una enorme estancia que albergaba unas cuatrocientas maletas de internos que, por razones que se desconocen, no pudieron mantenerlas en sus habitaciones. Están expuestas con las etiquetas originales. El parque de atracciones Six Flags Jazzland, desolado por el huracán Katrina y, desde entonces, abandonado, aunque muchas de sus instalaciones siguen en pie; el Holy Land, un parque temático basado en pasajes bíblicos, en Connecticut. Construido por voluntarios, se inauguró en 1955, recibiendo a decenas de miles de visitantes cada año, pero se clausuró en 1984; el SS América, en Fuerteventura, en las Islas Canarias, que depara una fantasmal visión del transatlántico naufragado en 1994; una fábrica de azúcar abandonada en Brooklyn; una planta de energía, también abandonada, en Bélgica; la deshabitada isla de las Muñecas, con cientos de estos jueguetes colgados en las ramas de los árboles, colocados por un lugareño; el hospital militar en Beelitz, Alemania; el hotel del Salto, construido para turistas acaudalados junto a las cataratas de Tequendama, sin saber entonces que estaban contaminadas, lo que provocó el cierre y la toma de la vegetación en sus dominios; el Cristo del abismo, en San Fruttuoso (Italia), una estatua construida por Guido Galleti en 1954 y colocada a unos diecisiete metros de profundidad, en el mar; el penitenciario Eastern State, en Pennsilvania, el mismo que hospedó a Al Capone; o el Auditorio Orpheum, en Massachusetts, que abrió sus puertas el mismo día que se hundió el Titanic, un 15 de abril de 1912.

Bon voyage.

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