Opinión

No te equivoques, Trump no es liberal

Desde que en 2015 el magnate de los negocios anunciara su candidatura a la presidencia de Estados Unidos, muchas voces lo han calificado de liberal desde un extremo al otro del espectro político. Sin embargo, en el libro ‘No, no te equivoques, Trump no es liberal’ (Deusto), John Müller coordina el análisis de diez expertos que razonan por qué la ideología política de su Administración no puede estar más alejada del liberalismo.

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John Müller
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17
julio
2017

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John Müller

Trump ha resultado ser el aglutinador de frustraciones y aspiraciones muy complejas, y uno de los campeones mundiales del proceso que podemos bautizar como «desglobali­zación», un fenómeno por el cual los llamados perdedores de la globalización han empezado a articularse políticamente y a con­dicionar los procesos políticos en diferentes países. Frente a la globalización, Donald Trump ofrece como alter­nativa una receta simple: la conversión de Estados Unidos en una potencia extractiva que gracias a su liderazgo político y mi­litar pueda instalar en el planeta relaciones de señorío y vasalla­je con los demás países. Esta es una política profundamente an­tiliberal. Y lo es no solo porque para frenar la globalización hay que destruir dos conquistas del liberalismo que han hecho posi­ble el mundo tal como lo conocemos hoy —la libertad de movi­mientos de personas y de capitales—, sino porque la idea de una potencia imperial que imponga sin contrapesos sus deseos a las demás naciones es lo más parecido a una dictadura global que se pueda imaginar.

Afortunadamente, desde el momento mismo de su victoria electoral, después de presentarse como el enemigo del establishment, de los medios de comunica­ción, de los servicios secretos y de las universidades, se inició el proceso de domesticación de Trump. Poco a poco, el magnate neoyorquino ha tenido que acostumbrarse no solo a cumplir los procedimientos que marcan los protocolos de gobierno del Esta­do, sino a descubrir que incluso en una ciudad de aspecto tan provinciano como Washington residen otros poderes públicos, como el Congreso o el Tribunal Supremo, dispuestos a recordar­le que la Casa Blanca no es una tienda de juguetes donde hay barra libre para un chiquillo caprichoso.

«Trump es pro-business, pero no pro-mercado y, por tanto, contrario a favorecer la competencia en igualdad de condiciones»

Trump es como una mo­derna Eliza Doolittle, la joven florista callejera de la película My fair lady, con su acento cockney, que delata su humilde origen social, mientras que el irascible y altanero profesor Higgins, quien intenta educarla, es el establishment nor­teamericano representado por sus miles de altos funcionarios, desde militares y diplomáticos hasta jueces federales y miem­bros del Servicio Secreto. Los norteamericanos no toleran la incompetencia, pero sí respetan el carácter y esa quizá sea la clave por la que a Trump se le han llegado a perdonar auténticas barbaridades, como sus referencias privadas a la forma en que hay que tratar a las mujeres, que en un político tradicional habrían supuesto el fin de su carrera.

¿Qué dicen los expertos?

Desde el punto de vista de los valores e ideas, el economista Lorenzo Bernaldo de Quirós advierte que la principal caracterís­tica del trumpismo no es su antiizquierdismo ni sus tics totalita­rios, «sino su concepción orgánica de la estructura social que confiere a las masas que le siguen un sentido identitario (“los olvidados”, “America first”), representado por un dirigente fuer­te, personificación de la nación».

Masas cuya percepción de la economía Trump sabe manipular, como señala Juan Ramón Rallo, doctor en la materia. Rallo analiza la supuesta bajada de impuestos pro­puesta por Trump que está por ver que reciba el apoyo legislativo necesario. La reducción tiene trampa porque no va acompañada de un recorte importante del gasto público, lo que conducirá a un déficit que deberá ser financiado con deuda pública. De esta forma, Trump lo único que hace es ahorrar a los contribu­yentes actuales lo que tendrán que pagar mañana sus hijos o sus nietos, es decir, los impuestos simplemente se aplazan una ge­neración o dos.

«La idea de una potencia imperial es lo más parecido a una dictadura global que se pueda imaginar»

Por su parte, el diplomático Jorge Dezcallar, primer director del Centro Nacional de Inteligencia y exembajador en Estados Unidos, analiza la política exterior de Trump. La salida del asesor de Trump Ste­phen Bannon del Consejo de Seguridad Nacional, donde la in­clusión de un personaje tan atrabiliario equivalía a meter un pulpo en un garaje, es una victoria para el establishment militar. Y es que el magnate es considerado por los académicos norteamericanos como uno de los representantes más singulares del llamado «capitalismo de amiguetes». El economista Toni Roldán Monés emplea esta categorización ideada por el profe­sor de la Universidad de Chicago Luigi Zingales para sostener que Trump es pro-business, pero no pro-mercado, y por lo tanto es contrario a favorecer las condiciones que permitan a los em­prendedores competir «en igualdad de condiciones y sin favori­tismos».

Una concepción distorsionada de igualdad que se extiende al trato con las mujeres, como señala la profesora María Blanco, doctora en Economía. Blanco sostiene que Trump es un conservador sui géneris, y muchos de esos rasgos calificados de machistas son parte de ese carácter conservador. Sin embargo, también es interesante observar a Trump desde la perspectiva de las muje­res que lo rodean, su madre Mary Ann, su abuela paterna Eliza­Beth o su hija mayor Ivanka, que es la mujer a la que más poder ha concedido en la Casa Blanca, muy por delante de su fiel Kellyan­ne Conway, su directora de campaña y responsable de la relación durante la misma con los medios de comunicación. Una relación de amor-odio, como señala la politóloga y periodista Aurora Nacarino-Bra­bo, para quien Trump ha sabido valerse de las herramientas del populismo para alzarse con la presidencia de Estados Unidos, pero que además ejerce el poder de una manera singular, del mismo modo en que se ejerce la labor de oposición. Esto desvirtúa el principio liberal de resistencia al poder.

Es posible que el profesor Higgins, que configura el poder es­tablecido en Washington, y las demás agencias del Gobierno fe­deral consigan domesticar a Donald Trump y hacer que su pre­sidencia se ajuste formalmente a la cultura política de Estados Unidos, pero lo que no podrán hacer es inocularle de forma co­herente las ideas liberales. El acento cockney que el profesor Higgins tiene que pulir no obedece a una carencia formativa de Trump, sino a una arista de su carácter. Que el establishment logre desbastar los excesos que siguen caracterizando a Trump no significa que éste vaya a convertirse de la noche a la mañana en un gobernante liberal.

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